"Cuando somos
realmente conscientes de nuestros sentimientos y no nos vemos atados por sus
energías, podemos elegir".
Jack Kornfield
Ayer hablábamos del camino al centro.
Comentábamos que diversos centros se direccionan hacia un centro más
amplio. Este centro amplio se convierte en un foco de atención tranquilo,
estable, silencioso, que siempre está despierto.
Supongamos que sentimos dicho centro. Ya
hay un haz de luz interno que me hace bien, y además ha surgido del contacto
íntimo conmigo mismo, con lo bueno que hay en mí, supongamos que es así.
Por otro lado, ese centro va ligado a
una unidad, la unidad de uno mismo. Traduciendo al cristiano sería la sensación que uno no vive tanto ya en
fragmentación, en dispersión, ya no hay tantos pequeños dramas en tu vida. Ese
centro imantado atrae con el foco de atención a las partes, las une y deja
que ellas se ayuden, se amen y se alimenten entre ellas. Ese centro y unidad se
está retroalimentando permanentemente de aquello bueno que ofrece tu interior y
que te ofrece la vida evitando en lo posible aquello que le desgasta
inútilmente, evitando con cierta perspectiva tanta fractura y sufrimiento.
Lo curioso es que el centro está ahí,
aunque quieras escapar, no puedes. Es una unidad que referencia tu vida, tu
ser, tu actuar, tu no actuar, tú. Insisto, es amoroso.
Eso crea una unidad muy hermosa, una
unidad pacífica, que imanta y atrae mediante la atención todo aquello que te
hace bien, discerniéndolo claramente de aquello que no te hace tanto bien. Es
decir, ese centro es consciente, vivo y luminoso, porque te ilumina la vida y,
según crece, más atrae aquello que vibra parecido a ese centro y unidad, y
crece y crece.
Por ejemplo, resulta difícil encontrarte
en ese centro y actuar desde la avaricia, o desde la ira, o desde la
competencia feroz. Es difícil porque el propio centro lo ilumina, lo muestra
desnudo y te muestra toda la incomodidad de dicha actitud hacia ti y hacia los demás.
Por eso, y ya lo hablaremos otro día, el
yoga va ligado irremediablemente a una ética, porque de la postura, si esos son
tus inicios en yoga, nace también una ética. Un saber estar y actuar desde un
centro amoroso y amable. Una ética que surge desde lo más profundo de ti mismo,
porque en el yoga vas profundizando en ti, es decir, en la vida, y vas
atravesando la sucesiva comprensión de ti mismo, te vas dando cuenta de eso, de
la vida, de su belleza, de su empatía, de su entrega y de su equilibrio; y todo
ello no paras de agradecerlo, porque todo ello es un regalo tan maravilloso.