domingo, octubre 29, 2017

¿Qué entiendo por yoga? El día de hoy, en octubre del 2017



Para mí el yoga es una ciencia de la vida. Me ayuda a tener una mirada dulce y clara bajo las formas aparentes de la vida, de mi vida, correr el velo de la no comprensión, y sentirme libre de decidir desde el corazón.

Una ciencia puramente experimental donde las diferentes partes de uno mismo se educan para centrarse. Unificadas, generan la conciencia de darme cuenta. El darse cuenta se alimenta de darse cuenta. Quiero decir que teniendo un poco más de conciencia de uno, se amplía la conciencia de uno mismo. Cuanto más de mí se encuentre bajo unos determinados parámetros de centramiento, más me sentiré en mí y en la vida que vive en mí.

Una ciencia suele ser mental, en el yoga la propia mente educa a la mente, y surge un modo de sentir de darme cuenta. Eso ya no es tan mental. Es como si se asomara tu alma para quedarse, y te dieras cuenta de ti mismo, de Carlos, de que soy Carlos, el de verdad y ese Carlos es único pero es parte de un todo que late.

Curiosamente, según avanza tu percepción de ti mismo, te trae presencia, te hace vivir un presente continuo estando en ti. Segunda curiosidad: esa mente que educa a la propia mente, si se encuentra bien direccionada por uno mismo, viaja hacia el centro del alma que es el corazón. Eso implica quitar poder a la mente, a su parte de ego. Curiosa paradoja: te quitas poder pero ganas presencia, te quitas poder pero ganas comprensión. La presencia vibra la vida, la comprensión te hace un ser menos egoísta y más diáfano.

Una ciencia de la vida te ayuda a vivir mejor tu vida. El yoga es equilibrio, es sentir dentro de ti, en tu cuerpo, en tu emoción, en tu vida, en la que degustas equilibrio a pesar de los propios malabares del día a día. Equilibrio que va de la mano de la calma y, para que ambas se ayuden, hay que aprender a ser humilde. La vida es un juego de equilibrios, y la pequeña toma de decisiones bajo una mirada central te ayudan a volver a tu centro equilibrado. Es bonito ese juego, te enseña que la vida no es como tú proyectas, pero te enseña como ciencia que, si vibras en una determinada dirección, la realidad de lo que anhelas en lo profundo de tu ser está ahí. Siempre ha estado ahí.

La humildad va desarrollándose bajo esa mirada que penetra hacia el corazón pero que vuelve a la vida más clara, menos contaminada por los caprichos de la mente, o las dictaduras del cuerpo. Uno nota esos cambios en su vida de un modo pausado. Por ejemplo, no es tan importante mostrar, a mí me gusta aprender a ser, y que mi ser vibre, sin aspavientos ni tecnologías, y si nacen cualidades buenas para mí, las nutro para seguir creciendo, y las comparto con los seres que amo. Vuelvo a la palabra egoísta. El desequilibrio camuflado me lleva al egoísmo, pero si estoy en mí, aprendo de ello, y siento que aprendo si me amo, y amo más desprendido, vuelve entonces a aparecer la humildad, la sencillez de ser.

El yoga tal como lo vivo ha de llevarme hacia lo sencillo, hacia que mi vida sea menos barroca y dramática, menos televisiva.

Entiendo el yoga como ternura, es beber y sentir la dulzura que hay en uno, y beber, nada más. Sé que bebo del lugar adecuado si al mirarme lo hago tiernamente, si al acariciar a las personas que amo lo hago dulcemente, si mis palabras tienen un verdadero significado al expresarlas, y esas palabras que salen de mi boca, salen cuando tienen que salir, en el momento que lo siente mi corazón, no mi cabeza, y si lo hacen es para mostrar su desnudez. No entiendo expresar algo que no sienta, expresar algo que no experimente, expresar algo que no haya pasado por el tamiz de lo que soy. Carlos se expresa con amor, también con dolor, también con sufrimiento, y con dicha, pero siento que lo hago desde lo íntimo, es ahí donde siento el yoga de un modo más límpido, y no sólo se expresa mi verbo, lo hace mi piel, mi gesto, mi mirada, todo lo que soy.

Para mí el yoga es mi silencio de ser, estando conmigo escucho el vivir y ello me enraíza, me posiciona dentro, me trae una fuerza sin fuerza, una amplitud sin meta, un dar sin esperar premio.

Siento que el yoga es amor, mucho amor, y se me empapa el corazón al decirlo. Cada uno ha de experimentar lo que es para sí el amor. Es una puerta siempre abierta, una sensibilidad que siente, una mirada al vivir con las manos suaves. Para mí es algo blandito y me enriquece todos los días el darlo, y el dejarme sentir el amor de los que me aman y lo expresan. Es fluido, lo siento generoso, que abarca, no me aprieta.

La libertad como ser humano la siento en su totalidad viviendo en yoga. Yo mismo, desnudo, conozco mis barrotes, conozco mi inmensidad. Elijo vivir, elijo ser Carlos sin disfraz. 


Percibo el yoga como percepción, percepción de una realidad bajo la aparente forma de la realidad. Una realidad más real para mí, que podría llamarse realidad subyacente, pero simplemente es mi realidad. Percibo que todo yo escucha, que todo yo ayuda, que todo yo decide tras observar lo que subyace. Mucho de lo que percibo me sorprende, otras veces me duele, otras me trae dicha, y así voy  percibiendo, observando el juego de equilibrios tras percibir, aprendiendo a no jugar tanto a las identificaciones y arrastres, a estar en mí viviendo, a vivir que es una ciencia, la ciencia del yoga.

versión Ebony Day-"Somebody Else"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva


domingo, octubre 01, 2017

Yoga y enfermedad, los inicios, la observancia y la alegría


"Junto al dragón siempre hay una princesa".


El 28 de febrero caí enfermo. Un dolor de muerte se apoderó de mí en la base de la columna, en las entrañas. Un dolor de muerte es un dolor infinito que ninguna medicina puede solventar. Tuve que dejar las clases de yoga y las formaciones. Las personas más cercanas a mí me cubrieron como pudieron ante una circunstancia tan imprevista como grave.

Tuve que dejar mi vida.

Cuando el dolor de muerte se apodera de ti y va conquistando tu cuerpo, tu mente, tus emociones, tu vida,  te das cuenta de que la enfermedad te ha robado eso tan maravilloso que es la vida, y lo que antes era cualquier circunstancia normal, ahora no tenías ni eso, sólo sentías dolor. No podía sentarme, andar, permanecer mucho tiempo en atención, no podía hacer nada, pues no había patrón de aparición del dolor. Lo único estable era el sufrimiento, atroz e insondable.

Como profesor de yoga, me resulta fácil el reconocimiento de patrones internos, sobre ellos se basa mi trabajo personal o muchas de las sugerencias que transmito a los alumnos más cercanos. Simplemente, la enfermedad no tenía caminos reconocibles, campaba y aparecía y desaparecía a sus anchas.

En un mes había perdido doce kilos por el dolor, fui de hospital en hospital hasta que me ingresaron en el Juan Ramón Jiménez, un hospital público de Huelva. En el hospital me ayudaron en todos los sentidos a estabilizar el dolor. Fueron solidarios, profesionales y recibí en todo momento el amor y la atención que requiere un enfermo durante la semana que me atendieron, en la semana santa del 2017.

No podían hacer más. Así que, de vuelta a casa, seguí ya con una medicación variopinta y poderosa, tóxica pero que ayudaba a menguar.

Han pasado bastantes meses, me encuentro mejor, sigo medicado hasta las trancas, hago una vida de enfermo pero ya noto que la vida ha vuelto a mí.

En todo este tiempo he vivido en yoga, ya venía viviendo en yoga, pues soy un yogui, y sin el yoga y amor de las personas más cercanas hubiera sido imposible salir de un dolor tan profundo, cruel, despiadado y permanente.

El yoga es un modo de vida. Uno puede empezar haciendo posturas, pero si uno persevera, uno ya hace yoga al comer, al andar, en sus relaciones, en el amor, en todo, pues el yoga lo impregna todo. Es muy fácil de explicar: te lleva hacia la unidad de ti mismo con la vida, y la vida es plenamente hermosa, nada más.

En estos meses de sufrimiento varias cualidades del yoga me han ayudado para vislumbrar mi enfermedad con esperanza y valentía, con alegría y aprendizaje. Me gustaría hablar de ello y por eso rompo el prologando silencio para hablar de lo aprendido.

Para empezar, podría decir al inicio del artículo que algo me robó la vida. Ahora puedo decir que, simplemente, la vida me enseñaba unos nuevos códigos que me ha costado mucho descifrar, pues la percepción de lo que era mi vida simplemente se volatizó para sentir, como dije, únicamente un sufrimiento indescriptible. Y ahora mi percepción es otra, más clara, más limpia, más profunda, más real en lo que soy.

A mí el yoga me ha enseñado a no sentirme víctima, en nada. Es decir, soy consciente de lo que soy, de lo que pienso, de lo que siento, de dónde estoy y hacia dónde van mis pasos. Es decir, la realidad de lo que soy en cada instante de mi vida, sin mentiras, ni disfraces. Al sentirme yo mismo en mí mismo, mi realidad es esa, y esa realidad, que es un contacto último conmigo y con la vida que nace de observarme y observar la calma que habita en mí, me ha traído profunda dicha y muchas más cualidades que se encuentran dentro de cada ser humano.

Entiendo la dicha como un estado de ser, no lo entiendo como estar riendo todo el día. La dicha es sentirme amado, es un gesto de calma, de dulzura, un comprenderte, un comprenderme, una pausa, un silencio: es un troncal que hay en ti a pesar de todo lo que pase; es agua que brota encontrado el manantial. Es tanto. Entiendo se encuentra ligado a la serenidad.

Cuando el sufrimiento es tan grande en el ámbito físico, y mental, y emocional y vital solo me cabía observar, pues todas las medicinas que tomaba no hacían efecto en los primeros meses. Era muy complicado observar, pues el dolor te come aquello perenne que quiere observar, de la mente surgen pensamientos negativos que buscan respuesta a tanto dolor, busca la mente identificarse como víctima ante ello, pero es solo la calma y la observación la que permite ver desnudo las oleadas de sufrimiento y aprender a mirar, sin más.

Postrado, inmovilizado, mi cuerpo gritaba y gritaba, oleadas de demonios, un dragón inmenso me quemaba. Pero mi sí-mismo observaba y no me identificaba con los gritos, y miraba el fuego del dragón con dicha.

Para educarme en ello, para estabilizarlo tardé semanas, pero sabía que era mi vía, mi vía de esperanza para comprender los códigos.


Hoy he empezado a explicarlos.

                         Fine Young Cannibals-"Good Thing"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva



lunes, mayo 29, 2017

Las hormigas yóguicas




Desde que Alba nació le pongo la música que me gusta. Está claro que me gusta el soul, me chifla, y a ella también, y ese ritmo que nace del alma y del quejío de los descendientes de las personas que llegaron a América como esclavos; su canto, su blues, su soul lo lleva en el cuerpo; sí, mi hija tiene swing.


Aquí, en Andalucía, donde vivo desde hace tantos años, soy feliz, y amo su cultura, que es rica y soleada, así que hoy la nena se ha vestido de flamenca y nos vamos a las Cruces de Mayo de un barrio de Huelva. Llegamos una hora antes del espectáculo, y al sol nos ponemos a andar: ella con su traje blanco floreado de flamenca, yo de blanco lino entero. Para hacer algo de tiempo vamos a observar hormigas. Llevamos mucho tiempo observándolas, le voy explicando sus características porque, como decíamos ayer, todos somos lo mismo y, entendiendo la sustancia que nos da vida, comprendemos mucho de nosotros y de lo que nos rodea.



Bajamos una rampa; a ambos lados, arena y arbustos. A mitad de la rampa, unas hormigas corren raudas y veloces.


-Mira, Alba, amor: hormigas.
-Sí, papito, corren mucho.
-Sí, amor, las vamos a llamar las hormigas nerviosas. Observa cómo mantienen la fila y van rectas. Vamos a buscar el hormiguero.
-Papá, mira, van hacia allí, pero no veo su casita.
-Cariño, ¿de qué color es la tierra?
-Es blanca, papá.
-¿Y dónde se encuentra la arena de otro color?
-Allí, papito.
-¿Por qué?
-La arena es marrón.
-Muy bien, cariño. Han removido la arena. Esa es su casita, donde guardan la comida, y cuidan los bebitos y tienen sus huevitos. Vamos a jugar con las hormigas. Busca un palo pequeñito. Vamos a colocar el palito en medio de la filita e interrumpir su prisa. Mira, se ponen más nerviosas, histéricas. Aléjate, amor, buscan a quién atacar.
-¿Papá, por qué hacen eso?
-Hija, son de ideas fijas y no tienen pausa. ¿Recuerdas que hablábamos hace un rato de la paciencia, y te decía lo importante que es?


Si nos sentáramos tranquilamente en una calle con multitud de personas en una gran ciudad, por ejemplo, en la Gran Vía de Madrid, observaríamos características parecidas al juego con el que enseño a Alba el mundo que nos rodea y trato de hacerle comprender su significado.


Como hemos comentado alguna vez, el propio sistema en el cual vivimos busca homogeneizarnos: esto significa igualar patrones, igualar necesidades, igualar consumos, igualar miedos, igualar esperanzas, igualar nervios, igualar neurosis, igualar prisas...

Poco a poco y sin darnos cuenta, ello nos deshumaniza, nos va cubriendo nuestras principales características como seres humanos, por ejemplo, el amor, la generosidad, la alegría... valores espirituales que viven en nosotros pero que la propia sociedad de consumo consume devorándonos y haciéndonos olvidar lo que somos: seres humanos.

Este es un proceso de deshumanización y automatización donde todo vale y yo, como profesor de yoga y, sobre todo, como padre, escribo llamando la atención de todo esto, simplemente porque quizás leyendo estas líneas podamos darnos un poco de pausa, un poco de calma, un poco de reflexión, un poco de disfrutar sin prisa de nosotros y de las personas que amamos.

Tomar conciencia de uno y del mundo es eso, es darse pausa y sentir, es darse pausa y amar, es observar la vida, es comulgar con ella, es decidir tener tu propio patrón que no tiene por qué coincidir con el de cien mil personas más; es ser tú y, una vez aprendido eso, puedes ser el otro, pues el otro está en ti, como tú estás en él.

La palabra yoga significa muchas cosas, por ejemplo, significa "cambio". Puede ser que me dé cuenta  de qué me hace bien para equilibrarme, y vaya hacia un cambio creando condiciones para ello. Puede significar "unir los filamentos de la mente" que nos puede querer decir: pon tu atención en lo que es realmente importante y no te pierdas en florituras. Puede significar "unión", que podemos aunarlo a verme en unidad, es decir, no fragmentado en multitud de yoes, y que mi yo central, real, disfrute de la vida en su totalidad. Podría ser "yugo", donde van sujetos dos bueyes y yo, como conductor, mantengo la disciplina, la atención, el amor para conducir mi vida por el camino adecuado.

La vida está ahí y somos parte de ella. Los conceptos, el propio materialismo nos hace creernos especiales y nos separa de la raíz.  Es como entrar en una selva para ir apartando la maraña para encontrar lo que es realmente importante. Y lo importante se encuentra ahí dentro, esperando a que le echemos cuenta, esperando que nos deleitemos con ello.

Experimentemos las hormigas, las aves, un día sin televisión, un día sin quejas, un día siendo amables, un día amando la esperanza, un día en silencio conmigo mismo pues ahí nace todo, en la actitud interna hacia nosotros y la vida, y esa actitud se fortalece cambiando la mirada, la interpretación.


Los frutos son hermosos, probemos.



Artículo escrito por Carlos Serratacó
Huelva, Mayo de 2017




martes, mayo 09, 2017

Paciencia y abandono en yoga

Paciencia y abandono en yoga


Muchas veces ando por Huelva con Alba, paseamos por un parque cogidos de la mano.
-Vamos a parar -le digo, y los dos nos detenemos-. Ahora escucha, dime: ¿dónde oyes el pajarillo que se ha parado a cantar?
Alba señala a un árbol a su derecha.
-Papá, canta ahí.
Seguimos andando por el parque, hay un murmullo permanente de pajarillos que vuelan alborozados, el cielo está azul, y nuestras pisadas sobre la hierba van acompasadas a pesar de que Alba solo tiene cuatro años.
-Para de nuevo. Escucha: unas crías de pajaritos- le digo-. Escucha, pían sin parar.
Alba mira en todas las direcciones. El parque se encuentra lleno de árboles frondosos de hojas de un verde refulgente.
-Venga, vamos despacio -y andamos sigilosos, atentos, despiertos, pacientes-. ¿Oyes un pío pío pío seguido, que no para? Esos son los bebés de los pajarillos.
-Papito, sí lo oigo -me dice, y juntos de la mano, nuestros pies pacíficos pisan la tierra en busca del misterio. Nos detenemos debajo de un árbol, hemos recorrido un buen trecho en una lentitud sigilosa y gatuna, erguidos y vivos.
-Mira, Alba, su papito y su mamita se van turnando para darles de comer, mira cómo no paran de volar. ¿Sabes hija? Cuando las aves se aman, no se separan y son símbolo de amor desde hace muchos, muchos años.
Y Alba aprende, y yo también.

Un mundo de prisas, una realidad devoradora de tiempo, unas expectativas inmediatas. Todo comulga para vivir la impaciencia de vivir. En yoga aprendemos del silencio, pues en el silencio se oye el latir de la vida. En yoga aprendemos la calma, que nos ayuda a vernos y a ver, a sentir y ser sentidos.
Del silencio y la calma podemos cultivar la paciencia, sobre todo cuando reina la impaciencia. La paciencia supone un aprendizaje continuo del acto de vivir pues sin ella no vivimos en nosotros en plenitud.
A mí me sorprende mucho del mundo en que vivimos donde habitualmente la vida tiene que ser rápida. Reflexionándolo a bote pronto, resulta que tiene que ser rápida para pasar a otra cosa de un modo raudo.
Estoy en cualquier cola del banco, de la tienda, de donde sea y me irrito si no avanza, y mientras tanto miro con mirada fija a quien atiende, presionando. Si voy en el coche y el coche que se encuentra delante va lento, le pito y le insulto pegando mi coche al suyo para que se aparte. Si alguien desea profundizar en algún curso de yoga, me preguntan ¡si doy algún curso para ser profesor en una semana! Si caigo enfermo, no acepto la situación y solo quiero volver al lugar donde estaba, que era cuando no estaba enfermo. Si quiero tenerte entre mis brazos y no te tengo, me frustro ante la expectativa no cumplida. En casa, el microondas me ahorra tiempo. El ordenador tiene que descargar rápido. Las vacaciones tienen que llegar ya, y cuando llegan, a ver si se acaban que no sé qué hacer. Si escucho a alguien en un diálogo, corto el diálogo para mostrar mi gran postura en el tema tratado. Las fotos, los chats instantáneos en el móvil me permiten permutar en varios roles a la vez donde rápidamente adopto varios personajes. Y a ser posible que este artículo sea corto para leer que no tengo tiempo.
A mí me gusta la paciencia, y trato de mirar mi impaciencia para profundizar en los pilares de lo que soy. Me dejo hacer, me dejo vivir, intuyo que la vida se encuentra llena de señales y que mi impaciencia, al reconocerla educa mi paciencia, y educada esta -unas veces con más éxito, otras veces con menos, pero habitualmente con el eje colocado para escucharme-, aprendo y crezco. No es nada fácil, pero bueno, me digo, lo importante es que reconozca que me encuentro impaciente. Luego me hago preguntas breves y sin proyección, sin bucles, por ejemplo, qué deseo, anhelo, resistencia, emoción... logran que me impaciente. Entonces le doy nombre, y en ese lapso, el del poner nombre, ya me he detenido. Al hacer solo eso, ya me he reajustado. Y a partir de ahí lo trabajo en mi paciencia lo mejor que puedo.
Ya reconozco en los lugares donde la paciencia ya se ha asentado, por ejemplo, en las colas; realmente las disfruto, si son muy largas, saco un libro y, si no, solo observo, y cuando llego a las persona que me atiende le doy los buenos días o buenas tardes o buenas noches y soy amable, pues debe ser terrible soportar la impaciencia durante ocho horas todos los días de personas y personas que atender. Al mostrarme amoroso reconozco su labor, quito el automatismo al acto, y convierto la relación en una relación mucho más humana y enriquecedora para ambos, y ahí fortalezco uno de los pilares de la paciencia, del amor a mí mismo, del amor al otro, del amor a la tierra que nos acoge. Creo que la vida en sí es paciente, y la tierra, y los planetas y el universo, pues para crear algo tan hermoso como lo que somos con toda la vida que nos habita, con la tierra, un diminuto insecto, un ave libre y hermosa, un sol que calienta y todo aquello que late en nosotros y nos rodea y vive, tienen que haber pasado muchos millones de años de paciencia.
Si conduzco, me encanta el carril de los lentos, y no añoro la meta. Si el ordenador no va rápido, lo apago, ya decidirá qué hacer cuando le apetezca cuando lo encienda. Si añoro tu abrazo, mi paciencia me colmará. Para el comer, compro poco, cocino poco, como poco, y lo hago con deleite. Y así, despacio, voy aprendiendo andando a ser paciente. Es importante sentirse ligero para ser paciente, pues la impaciencia pesa, y nos carga; en realidad son pompas de jabón, pues no tienen soporte firme a donde asirse.
Hay situaciones mucho más complicadas donde la impaciencia surge de una resistencia, por ejemplo, "me resisto a aceptar que la enfermedad me ha robado la vida". Ahí el trabajo de yoga ha convertido la frase en: "la enfermedad y el dolor me muestran lo mejor de mí y son oportunidades". Es decir, ante una dificultad mayor, la paciencia ha de estar acompañada de dosis de claridad, de calma, de lucidez, de saber ajustar qué quiere enseñarte la vida para ser mejor ser humano, y agradecer y agradecer a la vida, a las personas que te quieren, pues si hay calma y paciencia, día a día, todo va cambiando y uno va encontrando respuestas.
En yoga explico muchas veces el abandono. En la foto de arriba las alumnas realizan un uttanasana con plena conciencia de abandono y nos lo enseñan de un modo muy bello y profundo, es decir, vivo con el corazón y caigo hacia ti, tierra mía. Aparto la expectativa, suelto aquello que pesa, que me carga, y me dejo llevar. Y caigo, pero lo hago con la humildad de verme ligero, y ahí, la gravedad me lleva hacia la comprensión y me trae respuestas, pues no hay lucha, no hay demostración, solo es un trapo al viento de la vida, para buscar luego la vertical reconstruido en mí mismo, como si una mariposa naciera de una larva en ese crecer hacia la postura de tadasana, de pie, una mariposa de colores vivos para ver a la mujer y al hombre nuevo que han tenido la valentía de tener paciencia en abandonarse y vivir en corazón.
La paciencia es hermana de la tolerancia, reconociéndome me tolero en lo que soy y aprendo a amarme pacientemente, y así, aprendo que todo se hermana conmigo y aprendo a amar todo lo que me rodea, y aprendo a ser tolerante con mis semejantes y con la hormiga, pues, si mirara muy profundamente, me daría cuenta que todos estamos en lo mismo, somos lo mismo, nacemos de lo mismo y morimos en lo mismo.
Ali Farka Touré & Toumani Diabaté-"Debe live at Bozar" y "Sabu Yerkoy"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva, Mayo 2017

domingo, abril 30, 2017

Soledad y percepción en yoga, el sosiego de ser uno mismo.


Soledad y percepción en yoga, el sosiego de ser uno mismo


"Conocer lo que no se conoce, comprender lo que no se comprende, profundizar en lo que ya se conoce"
                                                                                             Desikachar

                       "Papito, tú subes en esa mariposa y yo en la de al lado, y así volamos juntos"
                                                                                                                                           Alba

El yoga tiene un aspecto esencial; según avanzas en él, tienes menos posibilidades de escape de verte a ti mismo. 

En nuestra sociedad actual es complicado convivir con uno mismo, o mejor dicho, de degustarse en el silencio enriquecedor de descubrirse en el misterio de la vida, de penetrar en algo más que no sea la persecución sistemática de ilusiones.

Correr y correr, correr y correr... ¿tras de qué? Ha surgido un nuevo dios omnisciente: la pantalla que jamás descansa. Valores ancestrales van desapareciendo. Hay dificultades de enraizamiento y crecimiento ante tanta dispersión interna. Los estímulos son infinitos y mutan convirtiéndose en parásitos. En realidad son capas y capas que nos impiden vernos en nuestra desnudez de seres humanos, con nuestro amor, con nuestro dolor.

Se vende la inmediatez como si fuera la inmortalidad perenne. Llenos de estar disponibles siempre. 

En el yoga resulta muy importante la pausa. Me detengo, me observo, me miro, me siento. Mi percepción va adquiriendo otra perspectiva. Lentamente se va pasando de vivir hacia fuera, con la mente desbocada de un lugar a otro, a una mente poco a poco más calmada donde el descubrimiento de mirar hacia dentro, de percibirte hacia ti mismo, cambia toda la percepción de la realidad de quién eres y lo que percibes en el exterior.

Para empezar, todo consiste en detenerse. Por ejemplo, uno puede meditar. Solo ha de sentarse para empezar, nada más. Van a surgir dificultades, claro, eso es lo interesante. Y las respuestas van a surgir, simplemente, de seguir sentados todos los días un poco. La mente querrá salir corriendo tras algún estímulo, el cuerpo se quejará, todo va a resultar incomodo. 

Solo hay que seguir sentado. En soledad contigo, con nadie más, solo contigo.

Entonces un día degustarás la pausa, la pausa de percibirte estando contigo. En cuanto notes la pausa va a aparecer una puerta. Si persistes, se abrirá. Tras ella, estás tú, y si sigues en pausa, se te irá revelando lo que eres y lo que no.

Ya podrás meditar de pie, sentado, o como quieras, pues tu soledad siempre va a ir contigo, así como su hermano, el sosiego.

Es importante aprender a percibirse en humildad, pues, desinfladas las ilusiones, surgen obstáculos, pero no importa, solo hay que seguir ahí, perseverante, regular, impecable.

De lo que hemos comentado hasta ahora hay un aspecto importante, uno lo realiza en soledad. Es importante convivirse de un modo creativo, vivo, llenos de la dicha de la aceptación de ser uno consigo mismo.

Solemos apoyarnos en el otro o en los otros para ser, aquí consiste en penetrar, percibirse en uno para descubrir la experiencia de ser uno percibiéndote siendo.

Según te entrenas en soledad en la percepción de ti mismo, tu propia mente y percepción se agudizan, es decir, se hacen más afiladas. Eso significa que, entre el barullo, te resulta más fácil distinguir la claridad en ti mismo. Y con paciencia la mente y la percepción se convierten en herramientas que te ayudan a comprenderte y a comprender el mundo de un modo diferente, donde la experiencia de la propia percepción amplía enormemente tu capacidad de discernir, de discernirte.

Es hermoso el sosiego de ser, la realidad de sentirte en calma contigo, de darte cuenta de que según tu percepción y tu soledad son más creativas, tú te conviertes en un ser cada vez más sensible, más vulnerable, más frágil.

Y la fortaleza es tu fragilidad, y esa soledad fructífera solo quieres compartirla amando desde tu sensibilidad, pues el misterio te va enseñando flores y tú solo quieres regar el mundo de flores, quieres acariciar con tus manos las manos, mirar a los ojos, y compartir lo que eres ahora, en presente.

Esa mirada inicial de la percepción hacia ti mismo se transforma, ya no funciona de fuera hacia dentro, ahora eres tú, como un sol que brilla, el que percibe en libertad consciente los claros y las nieblas, consciente de estar vivo en ti. Te conviertes en faro de tu vida que ilumina tu existencia y, en ese emitir, haces partícipe a otros seres humanos de tu fragilidad, de tus miedos, de tus esperanzas, de tu alegría, con la mirada al frente pero el corazón rendido en aceptación.


Stevie Wonder-"Uptight"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Asociación Onubense de Yoga
Huelva, Abril 2017

domingo, abril 23, 2017

La revolución local: el yoga



La revolución local: el yoga



"Yo me celebro y yo me canto,
y todo cuanto es mío también es tuyo,
porque no hay un átomo que no te pertenezca".

Walt Whitman, Hojas de Hierba.

Edu, un querido alumno, me comentaba hace poco en una reflexión las injusticias que hay en el mundo: los refugiados, la gente hambrienta, la guerra en Siria, los intereses de unos y otros.

Me gustaría hablar un poco de ello.

En un momento de mi vida me di cuenta de que el camino hacia un mundo mejor radicaba en mi interior. El darme cuenta de ello me llevó años, y el gran detonante fue una crisis existencial. Por aquel entonces no era profesor de yoga, era un hombre que reunía todas las condiciones que la sociedad consideraba de "éxito".

Pero algo fallaba, dentro de mí algo gritaba.

Mis contactos con el yoga abrían dentro de mi interior algo nuevo que ya vivía en mí desde antes de nacer, un aire lleno de realidades sobre mi persona, no sobre convenciones sobre mi persona. También me recordó algo de mi niñez, cuando como niño sensible y lector quería correr aventuras y cambiar el mundo.

Dentro de lo convencional solo llegaba, en mi caso, a un vacío sin soporte, con una angustia de fondo, por no plasmar mi sueño de niño y vivir sujeto a tantas fuerzas externas, donde resultaba complicado detenerme en mí mismo y serenamente, tomar mis decisiones libremente.

Entonces, fui consciente de que no había revolución exterior  -la revolución era y es interna- y de que el actor principal de dicha revolución es un ser humano consciente y responsable de sí mismo.

Del viaje de ser consciente hemos hablado mucho en estas páginas, pero ligándolo con el tema de las injusticias me permito escribir algunas anotaciones:

·                     Ser consciente supone ser responsable de uno mismo. Eso significa que me doy cuenta de lo que pienso, de lo que siento, de cómo actúo, de lo que hablo, de mi cuerpo, de mí mismo. De mi lucidez, de mi inteligencia y de mi razonamiento, de mi silencio, de mi intuición. De todo yo ahora; y de lo que no abarco, no pasa nada, solo confío con intención, en abandono atento.

·                     El ser responsable consciente me impone ser soberano de mi vida. Hay libertad para elegir libremente sin tanta alienación. Y de lo que ignoro, la propia intención ya lo mostrará si desea. Es decir, la vida me habla.

·                     Darme cuenta de mí mismo es entrar en un roce permanente con mi corazón. Educar a la mente con la mente para que se retire y deje paso a algo más profundo implica entrega.

·                     En mi corazón y en el corazón de las personas hay bondad. Son capas de ignorancia lo que lo cubren, y es el propio viaje consciente el que va limando la costra, y esa transformación nos hace sentir y vivir nuestra bondad en un camino sin meta, donde nuestras mejores capacidades nos señalan y son soporte.

·                     Cada momento es un momento de despertar. A lo largo del día ocurren permanentes despertares. Me despierto a mí mismo a la vida, me doy cuenta de su unicidad y fragancia. Para ello es muy importante la  mirada al interior, la calma, el silencio interno, la sensibilidad y la intención.

Entonces supongamos por un momento que personas, hombres y mujeres, son conscientes de sí mismas, de sus cualidades como seres humanos. Se dan cuenta de que el corazón les une en un nexo común espiritual que trasciende cualquier materialismo, apego e identificaciones vacuas.

Es el silencio del corazón.

Creo que se produce en ese momento una revolución local, donde la persona imanta su "circundo". Los seres, la vida que le rodea, pues, si uno es más consciente, las personas, el aire, la tierra, nuestras pisadas… todo es más consciente.

Y así, la esperanza y la dicha se mantienen vivas para transformar cualquier injusticia, dolor o sufrimiento, que perennes nos enseñan el camino de ser.

Miles Davis-"So that"
Artículo escrito por Carlos Serratacó

viernes, marzo 31, 2017

Tapas o el modo de afinar la consciencia



Tapas o el modo de afinar la conciencia

Posted: 31 mar 2017


"Un maestro zen le dijo a su discípulo:
Ve a buscar mi abanico de cuerno de rinoceronte.
Lo siento, maestro, está roto, respondió el discípulo.
Entonces, tráeme al rinoceronte."

Mondo zen

En mi trabajo personal unifico los yamas y niyamas, y los uso como base que nutre las raíces de lo que voy siendo. Los yamas y niyamas como código ético interno, pero también como despertares, como fuerzas que, antes veladas, aparecen y te empujan hacia espacios nuevos, hacia visiones, hacia realidades sobre mí mismo de las cuales no puedo escapar. Unos crecen y son más fuertes, otros aparecen y desaparecen estando presentes, pero la propia práctica  hace que en comunión te den unos pilares firmes. Valores como el amor, la entrega, la confianza, la verdad, la tolerancia, la dicha...
Tapas en su raíz etimológica significa calor, limpiar. Se ha traducido también como ascesis, abnegación, práctica con devoción, un esfuerzo particular.
Desde los significados clásicos de Tapas hasta la propia significación que puede tener para cada uno de acuerdo a su experiencia voy a tratar de plasmar cómo entiendo Tapas.
Tapas es disciplina, la entiendo como una disciplina amorosa tolerante que mantiene de un modo permanente nuestra atención diaria en los ajustes necesarios para respetarnos y mantener una progresión adecuada en aquello que nos proponemos. Disciplina como esfuerzo atento. Entiendo que la labor del profesor es importante en el sentido de no volver loco al alumno, sino respetar su estado de ser, su estado mental y, de acuerdo a ello, señalarle dónde hay que ahondar.
En el modo clásico, mantener una práctica mediante las asanas y el pranayama nos mantienen con salud, nuestro cuerpo recoge el trabajo de generar calor y limpiar lo impuro. Como digo habitualmente, las posturas nos movilizan en todos los aspectos y si las ajustamos sin competir y sin metas los resultados son visibles y muy satisfactorios. En mi caso, el trabajo respiratorio lo realizo junto con las posturas en un viaje donde la respiración maneja el conjunto en gestos de plena conciencia y entrega al momento. La respiración es la inteligencia superior que me permite ajustarme, recorrerme, intensificarme, abandonarme, reconocerme...
Despierta ya la conciencia por nuestro trabajo habitual en yoga, nos vamos dando cuenta de los patrones bajo los cuales funcionamos habitualmente, y la propia conciencia, junto con los yamas y niyamas, nos ayudan a ir modificando modelos de un modo paciente y equilibrado. Pueden ser patrones familiares, laborales, alimenticios, emocionales, mentales, cualquier modelo que nos conforma. Podemos elegir un patrón y con pequeños esfuerzos ir "limpiando" lo no deseado. Va ser la propia mejora la que nos vaya señalando el camino.
Es muy importante no competir ni tener meta, son exigencias que desgastan y, a mi parecer, no tienen sentido, es decir, en realidad son una distracción más, un engaño. Por eso, el desapego es esencial. Simplemente, uno es constante en su práctica a diario, trabajando ya sea posturas, o patrones, o modos de vida propios que uno ve que no le traen salud o le complican la vida, y los trabaja como una hormiga, infatigable, con ánimo y fe, con abandono al resultado, y haga frío, calor, ganas o desgana, uno practica.
Tapas nace de la propia práctica en la esterilla con las posturas, pues es importante que el cuerpo físico se mueva, y esa propia práctica genera una disciplina importante, una voluntad inmensa. Como ya hemos explicado en el blog, todo se va ampliando y ese trabajo disciplinado y amoroso se refleja en todos los aspectos de nuestra vida, pero para ello es esencial la intención, la dirección, el sentido de lo que hacemos y, entonces, aquello que en apariencia empezó como algo físico, abarca lo emocional, lo mental, lo amoroso, lo espiritual...
El no exigirse en la disciplina nos muestra nuestro lado más amable, más flexible, de respeto hacia nosotros. Nos enseña la tolerancia, la prudencia, la ecuanimidad. Hay que ir encontrando la línea justa de la práctica y eso solo se hace practicando. Insisto: cuando hablo de practicar, no hablo solo de posturas, hablo de nuestra vida.
Personalmente, creo que sin Tapas es muy difícil progresar en yoga. Nuestro propio modo de ser nos hace caer una y otra vez en situaciones "cómodas" aunque sean dañinas, es decir, no las vemos, y ello nos perjudica.
Tapas va afinando de un modo firme, va limpiando lo impuro, eso significa que nos da mayor claridad, y a mayor claridad, menos impureza. No es lo mismo el agua turbia, que el agua clara. En una no hay fondo, en la otra ves la profundidad.
Tapas fortalece la Voluntad. Considero muy importante ser consciente de la voluntad, de la "fuerza interna" de cada uno, de nuestro potencial. El yoga nos ayuda a desarrollar en un viaje interminable nuestro potencial humano, nuestra divinidad, de un modo humilde y raso. En la vida hay muchas mareas, y es importante aprender a nadar, y si no sabes, por lo menos flotar, pero incluso para eso hay que tener voluntad.
En Tapas podemos trabajar con Ahimsa y darnos amor en la disciplina.
En Tapas podemos trabajar con Asteya, pues su práctica nos aporta vida, y no nos la roba.
En Tapas podemos trabajar con Satya, pues es la verdad con nosotros la que nos permite ajustarnos y respetarnos.
En Tapas podemos trabajar con Brahmacharya, pues el contener la fuerza egoica de la disciplina nos enseña la ecuanimidad.
En Tapas podemos trabajar Aparigraha, pues la práctica constante nos ayuda a no acumular lo impuro, aquello que nos ciega.
En Tapas podemos trabajar con Saucha, pues nos mantenemos limpios de cuerpo, mente y espíritu.
En Tapas podemos trabajar Santosha al sentir la dicha que nos genera la disciplina amorosa y permanente, sus frutos dulces.
En Tapas podemos trabajar Svdhayaya al estudiarnos a nosotros mismos, al convertirnos en eje de investigación propia basada en la verdad de la experiencia.
En Tapas podemos trabajar con Ishvara Pranidhana al practicar sin meta, al confiar, al disfrutar del abandono atento.
Buika-"Jodida pero contenta"

Artículo escrito por Carlos Serratacó





viernes, marzo 24, 2017

La sacralidad de lo cotidiano


La sacralidad de lo cotidiano


"Nuestra vida,
¿a qué se puede comparar?
A la gota de rocío
que salta del pico del ave acuática,
en la que se refleja la luna"

Maestro Dogen


Ahora que ha llegado la primavera y la vida renace en luz, me gustaría hablar de la sacralidad.
La sacralidad es una relación que se crea entre lo íntimo de uno con lo sagrado o con la divinidad, yo diría que con la vida.
Cuando practicamos yoga, donde lo habitual es empezar mediante posturas o con asanas, ocurren muchas situaciones que a lo largo de estos años he ido contando en los artículos del blog.
Los alumnos y las alumnas se encuentran en silencio realizando posturas, asanas o gestos, los practican en dinámico o mantienen una estática, y los gestos se encuentran ligados en un lenguaje ancestral, diría que mítico.
Se ha de usar la atención y las diferentes partes del cuerpo para crear las figuras. Acabada la clase, algo increíble ha sucedido. Uno se dice: "me encuentro bien, me siento a gusto, como si algo hubiera encajado dentro de mí".
Las sucesivas clases nos van enseñando a "encajarnos" en la postura, a estar más cómodos, a disfrutar.
En realidad, ocurren tantas cosas... Ligándolo un poco con el denso artículo de ayer, ocurre algo muy bonito: cada vez me voy percibiendo sin tantas "impurezas", sin tantas "capas", como si fueran cayendo trajes, en un viaje que uno desconoce sobre uno mismo pero que nos hace sentir bien. El alumno o la alumna se va percibiendo de otro modo y, como decíamos, eso va unido a que su realidad o mundo. La percepción de todo ello cambia hacia algo mejor, hacia un equilibrio saludable.
Todo ello nos aporta nutrientes físicos, emocionales, mentales, espirituales y, por eso, nos aporta una salud que sentimos claramente.
Al estar en las sucesivas clases con actitud atenta y constante,  nuestro cuerpo, nuestra persona son percibidos con atención, con una atención unificada, como si desde lo más recóndito de nosotros -hablo de células, de huesos, de músculos, de piel, de órganos, de mente- fueran adquiriendo "vida", yo diría que Inteligencia Primigenia.
Y ese despertar de todo lo que es uno, que nace de algo en apariencia tan simple como una postura de yoga, es algo mágico, divino, es vida plena.
Vivir como ser humano en esta tierra tan bella sintiéndote vivo y dichoso de sentir la vida nos da una mirada única hacia nosotros mismos y hacia la vida que nos empapa.
La primavera ha llegado, nacen los brotes de las hojas para refulgir, las flores eclosionan, los niños juegan en las calles, las familias pasean, los pájaros se persiguen en el aire entre cantos para amarse, el sol, mis pisadas lentas ante tanta belleza.
La vida que me rodea es sagrada, despertarme es sagrado, coger un trozo de pan y desmigarlo es sagrado, tocarte mirándote es sagrado, reír con mi hija es sagrado, escribir en estos momentos es sagrado, si mis ojos se enturbian de llanto, es sagrado.
Entonces lo que es mi vida diaria, mi vida cotidiana, mi día a día adquiere un sentido especial, íntimo, porque son únicos al rebosar vida y estar rodeado de vida, y sentir eso, a mi parecer, es una situación profundamente mágica, sagrada y divina.
Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva

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