martes, junio 04, 2019

El bosque y el yoga



"Es desconocido por los que lo conocen, y conocido por los que lo desconocen".
Kena Upanisath II, 3 

"Si nos hemos profanado a nosotros mismos-¿y quién no?-el remedio será la cautela y la devoción para volver a consagrarnos y convertir de nuevo nuestras mentes en santuarios".
Henry D. Thoreau

Hace mucho tiempo todo era bosque, y hace no mucho tiempo no vivíamos en las ciudades del modo que lo hacemos y el bosque no estaba en extinción, como ahora.

Cuando llegué a Beas, alrededor de la casa no había casi ningún árbol. El suelo, duro, pedregoso, lleno de pizarra hacía difícil incluso cavar un agujero para que el cepellón o raíz del árbol pequeño quedara introducido en la tierra.

Me decían: "Pones demasiado cerca los árboles, pegados unos a otros y encima con ese suelo de piedra", pero sabía lo que hacía, sentía lo que la naturaleza me pedía, aplicaba lo que había comprendido en mí del yoga, de la belleza de la vida y su propia reciprocidad. No eran individuos aislados, eran hermanos árboles, era la hermana luz, era la hermana agua, la hermana tierra. Y la hermandad de los burros nos iban a ayudar. Así que durante años mimé los árboles, durante años cargué carretillas de estiércol. Y ahora un bosque rodea la casa. Un bosque que genera su propia vida de plantas y animales e insectos, y donde intervengo lo justo, para ayudar, pues él me ayuda a ser. Y así ambos vivimos en paz.

Sus raíces se ayudaron unas a otras bajo tierra, y fueron resquebrajando lo duro, lo pétreo, lo rígido  que su propio sino había convertido. Con amor la tierra fue poniéndose blandita y receptora. El yoga nos va desmenuzando en nuestro cuerpo, mente y respiración, y sólo así oímos el espíritu del bosque, el corazón, lo que une la esencia de todo lo que es la vida. Nuestro cuerpo se hermana, nuestra mente se expande y de su estiércol nacen flores, como las raíces que abren la tierra generosa, y el viento que agita el bosque, nuestra respiración, moviliza los elementos insuflando vida.

Las verdades se deshacen, el cuerpo aprende a usar sólo lo que es necesario. Las situaciones son sencillas pues la mente es simple y compasiva.

Hallamos un camino ancestral, un camino de aliento común, un camino de respeto y silencio inabarcable. En un bosque todo ayuda, nada sobra. No hace falta tenerlo límpido y desbrozado y aniquilado de hierbas, pues ya es límpido en su belleza caótica. Hay que ser amigo, y el bosque te dice: "Carlos, aquí desmenuza esta poca hierba y riégame con ella; Carlos, aquí ayúdame a abrir un poco de circunferencia alrededor de mi tronco pues ya hace calor; Carlos, córtame esta pequeña ramita de la base, así creceré con fuerza hacia el cielo, y este sol amigo será generoso con nosotros".

Los pájaros se posan en las ramas de los árboles del bosque y cantan. Les tengo agua en pequeños recipientes. Las gallinas salvajes corretean y comen de las semillas de los arbustos. El gatito sube en vertical por un árbol y juguetea arañándolo.

Estos días me he dedicado a recoger las ramas secas que han dejado caer a lo largo del año los árboles. He recogido un montón. Ellas me ayudarán a encender el fuego de invierno, y sus cenizas volverán al bosque cumpliendo así un ciclo cósmico tan antiguo como la vida misma.

Me asombra la generosidad, lo dadora que es la naturaleza. No quise dominarla, solo me ofrecí a ser su amigo, y ella me abrió su mano, nuestras manos. Del mismo modo, estos años no tuve pretensión de dominar el yoga, sólo de abrir mi corazón, y oír el espíritu del bosque, y ahora mis pasos silenciosos disfrutan del camino trazado, de su disolución, pues es camino que me acoge, generoso en su amplitud, sin batallas que librar, sin nada que demostrar: el bosque y el yoga. La vida vive, ambos vivimos y cantamos sin pretensiones, lo justo para celebrarnos y seguir andando.

Vicente García y Kumary Sawyers-"Dulcito e´ Coco"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Asociación Onubense de Yoga
Huelva

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