jueves, diciembre 03, 2020

La fuerza integradora o la conciencia que suma


 

 "Son pequeños actos sencillos, insignificantes de por sí. Abiertos a la creación, sin huidas, sin cargas, sin proyecciones. Sólo son y participan, y su suma es la fuerza integradora". Carlos

Muchas veces levanto la vista y las nubes están tan cerca, aquí en Beas, que siento que mi ser se disuelve  entre ellas.  Otras veces, camino de casa, en el coche, cuando la pequeña carreterilla finaliza y empieza la pista de tierra, abro las ventanillas para sentir el aire y que el olor del bosque me inunde. Siento que así mutuamente nos damos la bienvenida.

Ahora, en estos días, cuando la noche llega sobre las seis y media, pues el sol ya se está guardando, siento el frío en la piel; es un frío vivo que me penetra y también me hace feliz. Muchas veces tardo en abrigarme y me quedo mirando la noche, la aparición de las estrellas y su luminosidad, y si sigo mirando sobre las ocho y algo, allá, en el horizonte va saliendo la luna. Su luz mágica y femenina, su redondez; es una diosa la que me mira, la diosa luna. Según va menguando o creciendo con el paso de los días, los contornos de la noche van cambiando, y salgo andar con esa luz, y también cuando no hay luz, en la noche oscura con paso silencioso, respirando plenamente el regalo de la soledad de los caminos, el regalo de pisar como antaño, apaciblemente, sencillamente, inmerso en la magia de ser.

Al mirar y sentir la noche, me siento pequeño ante la inmensidad de la vida y es una sensación plena, el formar parte y que nos compartamos. Hay un silencio profundo con ladridos a lo lejos, algún grito de lechuza y, a veces, el aleteo de un par de murciélagos que juegan en el aire y tocan el agua de la alberca en ese aleteo eterno. La humedad es profunda. ¡La tierra ha agradecido tanto estas lluvias! Han sido demasiados meses sin agua, sin una brizna de hierba, ni una sola, que hacía que las gallinas se subieran a los árboles para comerse las hojas, y ahora esta humedad fértil ha llenado los prados de una gama de verdes, y la tierra y las aves y el burro agradecemos el agua como generadora de vida.

Suelo dedicar varios momentos del día a pequeñas labores como ir recogiendo por tamaños y densidades tallos o troncos secos de los arbustos y de los árboles que voy guardando en cajas de fruta vacía que he recogido de la basura. Es algo que me encanta, andar entre los árboles que rodean la casa y apaciblemente recoger la leña que luego me va a calentar, y que después en cenizas devolveré al bosque. Escuchar la tierra, escuchar. No me hace falta matar ni dominar al árbol, ni al bosque, sólo recojo con atención lo que me trae.

En casa coloco un pequeño banquito de meditación frente a la chimenea y, cuidadosa y amorosamente, voy colocando, de acuerdo a su capacidad de combustión, los tallos, las ramas, los pequeños palos algo más gruesos, y los troncos, y en su base unos papeles arrugados y trozos de cartón que he ido reciclando. Una sola cerilla enciende el fuego. El dios fuego que me calienta y otras veces me ayuda a preparar la comida. Me quedo mirando, oyendo, como oigo la noche y la tierra centrado en la dicha de la vida.

Esta madrugada, todavía de noche, los gallos cantaban, y al levantarme de la cama, me acerqué a la chimenea. Quedaba un leño convertido todavía en unas pocas brasas naranjas. Salí al porche y el día empezaba a despertar. Recogí de una de las cajas de fruta unas ramas que eché a las brasas. Poco a poco empezaron a arder. Entonces, agradecí al día sonriendo, y me encontraba tan pleno que dediqué unos pequeños bailes al fuego, movimientos lentos de felicidad.

Inbal Segev- Bach "Cello suite nº1 en g mayor: prelude

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Asociación Onubense de Yoga
Huelva, diciembre 2020

miércoles, noviembre 04, 2020

La escucha en yoga

 

"Tenemos lo que buscamos. No tenemos que correr tras ello. Estuvo allí desde siempre y si le damos tiempo se revelará en nosotros".

Thomas Merton

La escucha en yoga plantea en un inicio que disponemos de una mayor capacidad de percepción. La pregunta es cómo educarnos para disponer de dicha cualidad, y desde ahí observar los cambios de interpretación de la realidad imperante.

La herramienta principal es la atención, que es como un foco que nace de lo íntimo. Habitualmente nos iniciaremos en yoga practicando posturas o meditando; ambas opciones nos van a ayudar a iniciarnos en la escucha mediante la atención.

Ante todo es importante comentar que uno se escucha a uno mismo, y eso podemos denominarlo sí mismo. Eso que mira y escucha siempre ha estado en nosotros, digamos, entonces, que al usar la atención bajo determinados parámetros se abre dicha capacidad.

Si practicamos una postura, ya sea en dinámico o en estático, uno ha de poner atención a lo que realiza el cuerpo, es decir, focalizamos la mente hacia la postura en sí. Este sería un buen paso importante, aprender a vernos en postura y aprender a ir ajustándonos para estar cómodos, y encontrar un punto medio entre un excesivo tono o demasiado abandono.

Al poner el foco en nosotros, ya está ocurriendo algo mágico, a mi entender, y ello es que no me encuentro distraído. Estar distraído en la vida es lo más común, implica no vivirse en uno, sino estar más bien en automático. Entonces, ese foco que se centra en postura nos permite sentirnos, y ese sentir, según progresemos en la práctica, se va a ir ampliando. ¿Qué quiero decir con sentir? Quiero decir que hemos de darnos cuenta de lo que hacen mis pies, mis piernas, mi pelvis, mi espalda, mi tórax, mi cabeza, mis brazos; es decir, aprender a sentir el cuerpo en estos inicios, que es el gran olvidado, pues vivimos con él, pero si lo reflexionamos no le echamos mucha cuenta, pues estamos distraídos en nuestra mente, habitualmente en demasiadas ficciones que no son el aquí y el ahora.

Podemos decir entonces que, si mi mente en atención sienten mi cuerpo y ambos en conjunción se sienten en presente, hay una escucha que es un determinado sentir, por ejemplo, de esa postura que estoy realizando.

Nos puede pasar que estemos en postura y la mente automática nos diga prácticamente sin darnos cuenta: : "No llego, que no llego, voy a forzar para llegar, pues seré bueno y el mejor si lo hago así". Estoy exagerando, pero esta frase o cualquier otra que nos distraiga de lo principal nos aleja del foco y nos descentra y, si he usado dicho ejemplo, es para comentar que hay una mente ligada a la alienación social que nos dice que seremos mejores exigiéndonos. Bien, creo que ello es "ruido".

Repasemos los conceptos en una dicotomía básica: una mente o foco centrado y el ruido. Ampliemos un poco la terminología de ruido: lo entiendo como aquello que nos aleja de nosotros, o aquello que no nos deja vernos, o aquello que, si no existiera, no nos permitiría sentir ni darnos cuenta. Atención centrada y ruido se complementan y se alimentan a ellos mismos, pues uno no existiría sin el otro. Pero a nosotros nos interesa fortalecer la escucha, así nos va a ser más fácil visualizar internamente el ruido y ajustarnos permanentemente para mantener el campo de escucha.

Si en nuestra practica de yoga vamos sintiendo la escucha, entra en juego nuestro pequeño corazón, y si esa escucha se amplifica, nuestro corazón también. Ello es una buena señal para ser conscientes.

De este modo, en nuestros inicios de práctica podemos trabajar lo que propongo. La escucha nos va mostrando una capacidad de percepción más real en la que, si hay corazón, no hay tanto egoísmo, y nos ayuda a disponer de una mirada hacia la belleza de la vida, en sus pequeños detalles. Dicha cualidad va transformándonos, y es una transformación real en la cual no hay marcha atrás.


Michael Kiwanuca-"Cold little heart"

 

Artículo escrito por Carlos Serratacó

Asociación Onubense de Yoga

Escuela de Yoga y Conciencia

Huelva Noviembre 2020



miércoles, julio 22, 2020

El yoga del recogimiento


"Entonces el bandolero Angulimala habló al Bienaventurado en verso:
Mientras tú caminas, asceta, me dices que ya has parado, y estando yo parado, me dices que no lo estoy.
Te pregunto por el significado, asceta:
¿porqué tú estás parado y yo no?

Majjhima Nikaya, Los Sermones Medios del Buddha



De las diferentes acepciones o significados que tiene la palabra recoger, me gustaría comentar la siguiente:

"Hacer la recolección de los frutos, coger la cosecha".

La práctica del yoga es la puesta en marcha, en camino, de la filosofía profunda vital.  En la puesta en acción mediante el yoga tenemos un marco básico para poner en uso nuestro cotidiano diario, y nos daremos cuenta de que en nuestra personal progresión van surgiendo flores o frutos. Lo interesante es su continua renovación de puesta al día, la atención viva a los ajustes, el desapego del resultado siendo conscientes del fruto.

Dentro de nuestra progresión dentro del yoga hay un aspecto muy importante: la capacidad de recogerse, donde nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro espíritu, recogidos y abiertos, se sienten entregados a la vida, con confianza, en una entrega a la tierra, en humildad hacia la creación. Podemos decir que una sensación de ello es que no eres el eje, sino que comulgas con el eje. Ello te permite sentir tu fragilidad, la fortaleza de la fragilidad, pues es una fuerza profunda que se puede romper en cualquier momento, pero la entrega a ello te va sanando como persona, y te permite ver más allá de ti en acompañamiento. La vida y uno mismo, o sencillamente la vida como latido común.

Por ello, cuando iniciemos la propia práctica del yoga, que generalmente se realiza mediante el yoga físico (el hatha yoga, es decir, el trabajo postural mediante las asanas), hemos de sembrar una semilla de atención hacia el recogimiento. Allí una atención viva en nosotros se entrega y se disuelven nuestros territorios y defensas, nuestra máscara. Lo que planteo es que el camino, a  mi entender, no es hacia el empoderamiento de mis capacidades físicas, creo que ahí caemos confundidos en los aspectos básicos. Creo que la postura, como simbología iniciática hacia el misterio de uno mismo, nos ha de "permitir estar en uno mismo en determinadas condiciones". Entre dichas condiciones ha de figurar el recogimiento, estar conmigo en escucha sin meta con la percepción clara de estar con uno en comunión.

Un buen modo es darme cuenta de cuándo me empodero, y mediante la práctica personal ir desestructurando los armazones a los cuales nos agarramos en tensión o no, es decir, aprender a sentir con el cuerpo la no lucha, e ir ampliando la atención hacia una calma amplia y profunda. Las posturas nos trabajan a nivel íntimo aspectos corporales, respiratorios, emocionales y espirituales. Si de por sí vivo en una sociedad revuelta en las propias exigencias convulsivas, resulta importante experienciarlas, para así introducir en nuestra práctica momentos de pausa, de visión, de calma, de recogimiento; introducir la otra mirada. Es decir, no buscar lo que ya me dan mediante inserción social de comportamiento, sino perderse en uno buscando lo que es uno.

Uno puede practicar una propia dinámica postural de yoga, digamos, díficil, pero si la atención tiene una visión en la que la exigencia no se encuentra en nosotros clara o camufladamente, el fruto puede profundizar y mostrarnos otras aperturas. Es decir, nace la cosecha. El simple acto de sentarse en recogimiento o arrodillarse en la esterilla, ya es fruto y cosecha.

Pausa para el recogimiento es lo que planteo. Un sencillo arrodillarse, la cabeza ligeramente baja con las manos recogidas en cuenco apoyadas a pie de abdomen. Un sentir la respiración. El permanecer en uno respirando. Una vez todo ello es consciente, subir los brazos inspirando y entregarse a la tierra bajando lentamente mientras expulso el aire. Reiterar, y en cada bajada agradecer, agradecer la lentitud de ser en ese momento algo diferente a lo habitual, agradecer a la vida, a la nube, al sol, a la luna. Pedir comprensión hacia los momentos que vivimos.

De noche, según van apareciendo las tonalidades azuladas del amanecer, agradecer desde el recogimiento de ser no eso o aquello, sino lo que es uno en ese instante.

Atardece y el rito de la entrega a la fragilidad desde el recogimiento nos recuerda lo íntimo y lo plural de la vida:

"Tierra hermosa, tierra herida, tierra plagada de esperanza, tierra árida y fértil, tierra..."

Del centro del pecho, del corazón, nacerán las palabras cargadas de significado, vivas, abiertas, expansivas, dulces y entonces viviré in situ el estado de yoga, uno de sus frutos, y entonces iré comprendiendo lo que cosecho en mi diario en la sencilla postura de estar recogido arrodillado como pauta y pausa de escucha, y presentarme en postración ante la esterilla desnuda, entregando mi ego-ísmo y ofreciéndome a participar.

Erykah Badu-"Annie Dont Wear No Panties"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Asociación Onubense de Yoga
Huelva, Julio 2020

sábado, junio 20, 2020

Pistas para progresar en el yoga del día a día


"Por mi parte, mi vocación incluye fidelidad a todo lo que es espiritual, noble, delicado y profundo. Esto lo mantendré vivo en mí mismo y se lo comunicaré a todo aquel que sea capaz de recibirlo".
Thomas Merton

"Pasividad es cuando permaneces tal como eres y recibes lo que viene de afuera. No depende de si uno se mueve o se siente estático".

" Lo que proviene del plano espiritual son experiencias del divino, por ejemplo, la experiencia de ser en todas partes del divino en todo".
Sri Aurobindo y la Madre 

Antecede a estas letras una fotografía: un olivo asomándose a una alberca y entre ambos una silla de madera vacía.  Vamos a comentar simbólicamente la imagen, a modo de ficción, para comprender un poquito más algunos aspectos del yoga.

El olivo podría significar la calma; difícil de conseguir, difícil que quede asentada, difícil de reconocer y difícil de encontrarle un sentido enriquecedor. Por tanto, un paso muy bonito es empezar  a sentir la calma en uno y empezar a generar condiciones para no distraernos de ella. Es ahí donde es importante darnos cuenta de que la calma no viene de afuera, es decir, ya habita en nosotros, solo hay que enseñarla a asomarse. 

Hemos de recordar que sentir la calma no presupone que la vida de uno sea de una calma chicha. Diría que es importante aprender que la propia vida, con sus situaciones de diversa índole, no te devore, de modo que se te "olvide" tu estado de calma. Es la propia vida en su infinita riqueza la que nos ofrece la oportunidad de fortalecer la propia dimensión de calma. Pues, aunque uno quiera escapar muchas veces de la vida, distrayéndose, la vida, sencillamente, discurre. Quiero decir que el yoga no hemos de limitarlo a una esterilla, a una determinada asana o postura, o a meditar. Un paso de profundización sería, por ejemplo, experienciar dicha calma, de forma que nuestro actuar, nuestro pensar y nuestro sentir vayan comulgando cada día en una dirección, por ejemplo, de calma, y de modo que las propias situaciones de vida las veamos como oportunidades para crecer como seres humanos, no hacia el consumo egoico de uno mismo, sino hacia una apertura que nuestro propio yoga particular nos va a ir señalando. Luego lo que puede ocurrir es que la esterilla, la postura y la meditación, bajo unas condiciones de calma vital, sean cargas de profundidad hacia el espíritu, y recuerdo permanente de nuestra fragilidad y del amor a la vida, a su divinidad.

Para practicar todos los días hemos, de un modo u otro, generar unas condiciones de agradecimiento y calma de manera que dicha calma, como el agua de la alberca, nos moje en nuestra existencia, como una lluvia fina, como un baño reponedor de existencia, porque ello nos va generando una conciencia, "un darnos cuenta", que a su vez nos convierte en seres humanos con conciencia. Y esa conciencia no solo nos hace bien a nosotros, sino que estando bien nosotros, aquello que nos circunda  -sean nuestros seres queridos, las plantas, los árboles, los animales, la tierra, la vida y los "otros seres humanos"- va a recibir dicha dosis de conciencia.

La silla vacía puede significar la decisión de uno mismo de estar con uno mismo o no, sabiendo que habitualmente el mecanismo o automatismo es distraerme de mí mismo, y esa propia distracción de uno mismo nos genera dificultades y conflictos... es decir, la propia vida, de la cual uno no puede escaparse, pues uno vive.

El trabajo de la silla es ir profundizando de modo permanente, diría pasivamente arduo, en esa constante con uno en unas determinadas condiciones de modo que uno llega a estar con uno sin la necesidad de ponerse encima de una esterilla. La esterilla es el símbolo trinitario de unión de mente, cuerpo y espíritu, y ello, creo, es ese permanente recordatorio.

¿En qué consiste ser uno? Consiste entonces en estar en uno en una determinadas condiciones, y cada uno dentro de su propia particularidad ha de "ver" qué es que lo que tiene que aunar para estar en uno, e insistir una y otra vez, de modo infinito, el volver a uno en la silla.

Llega un punto en yoga en que el acto de vivirse en uno se convierte en algo permanente, y ese algo permanente, ese centro, es un centro inmutable, que no muta, pero tú sí. Es decir, me puedo perder en las propias periferias del ego pero la calma permanece.

El agua nos permite aprender a nadar, aprender a nadar en la vida, pero para ello primero he de saber flotar. La unión del olivo y la silla, de la calma y de permanecer en mí mismo sería ese nadar. Pero el acto de nadar no va a significar que el agua va a estar quieta habitualmente: pueden ocurrir momentos de remolino, de ahogo; también nadar plácidamente de espaldas mirando el cielo sintiendo su calor. No podemos pensar que si ya hago yoga, y llevo muchos años practicando o estudiando, todo es calmo y feliz.

La vida no es eso. El trabajo de conciencia es una apertura donde me voy involucrando y sorteo las dificultades. Es una continua indagación, pues el yoga, su práctica, es en la propia vida. Es la vida cuando me levanto, a mediodía y por la noche.

El ego no es malo, no es pecado, todos tenemos ego. Sin ego no funcionamos. Lo que quiero decir es que, sentados en la silla junto al olivo y la alberca, nace una armonía, una determinada vibración o comprensión, y entonces nos damos cuenta de que el ego no es tan importante, pues detrás hay una esencia, un ser, un espíritu, un dios. Que cada uno decida... Es la vida en su sentido profundo.

Entonces, bajo las condiciones comentadas, el ego no es tan demostrativo en el propio sentido de demostrarse, de guerrear, de luchar, de eso propio mundano que es así. La historia de la humanidad es siempre los mismos egoísmos, los mismos conflictos y creo que el yoga es una hermosa semilla para andar a otro paso.

El yoga nos muestra que hay algo más que eso, lo habitual egoico, y que en la vida diaria el que tengamos inconvenientes, bucles, neurosis, peleas, consumos desaforados, sentirnos bien o mal; todas esas cosas son oportunidades porque, en realidad, todo ello son ventanas para seguir creciendo.

El yoga va sanando pero surgen otras historias y se sigue sanando:

¿Quién se da cuenta que uno va sanando? Uno mismo.

¿Desde dónde? Desde la silla.

¿En qué condiciones? Empapados del vivir y en un aprendizaje del flotar y jugar.

La armonía de las partes nos muestran la lucidez en la vida diaria, y ello es un atisbo del misterio del propia acto del vivir en uno. Podemos entonces dar la dirección que queramos a nuestra práctica, decidamos.




Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Asociación Onubense de Yoga
Huelva, Junio 2020

lunes, marzo 23, 2020

Confinado y el sabor del confitado de un corazón indomable


"...cuando corazón y palabras son buenos, y lo interno y lo externo son lo mismo, la contemplación interna y la sabiduría tienen la misma jerarquía."

"La virtud no superficial es aquélla que se practica con cada pensamiento, con la igualdad y con el corazón recto, con el constante respeto."

"La retribución de un solo pensamiento malo elimina la sabiduría de mil años; la retribución de un solo pensamiento bueno elimina la maldad de mil años."

Breves notas sobre el Sutra del Estrado (Tan Jing) de Hui Neng (638-712)

Desde hace unos pocos días, la ciudad donde vivo se encuentra en silencio, las calles estan vacías de personas, las tiendas cerradas, las calles sin coches. Muchas aves, habitualmente atemorizadas ante el ruido cotidiano, picotean en los parques. Llegan de las marismas que rodean la urbe. Las ratas, que normalmente salen en la noche de las alcantarillas, del subsuelo de la ciudad, de su circuito oculto, salen ahora a pasear de día henchidas de confianza.

Desde niño me atrae el silencio, posiblemente por mi carácter sensible y difícil. Según he ido creciendo, en edad, en vidas vividas, en mi presente continuo, en el ahora, estoy cómodo en ello. Me sumerjo bien y nado, unas veces de un modo, otras veces de otro.

Cuando era joven, recién cumplidos los 18 años y enfrascado en pleno Malasaña salvaje, algo dentro de mí me decía que tenía que salir de Madrid. Estando en la estación de tren de El Escorial, una estación vacía como se encuentra ahora la ciudad en la que vivo, tuve la visión de que toda la estación se transformaba en un cristalino rosa, y supe que tenía que volver al lugar donde había vivido de niño.

Lima estaba cercada por los terrucos y su violencia mesiánica. Todos los días había toque de queda. El silencio de aquellas noches me recuerda a este. Algunos días, se oía un ruido lejano en ese silencio profundo de una ciudad completamente callada. Subía al tejado y miraba la noche, y allá en los cerros crepitaban y centelleaban algunos días las explosiones y el ruido de ametralladoras. A los terrucos les encantaba volar las torres y centrales de electricidad, así la noche era más oscura. Luego todo era silencio de nuevo, pero diferente. Por entonces, si te atrevías a romper el silencio de la noche con tus pasos, te mataban los milicos. Sin preguntar, sencillamente te disparaban. Era toque de queda con muerte si salías. Sin preguntas. Directo al camión pero en horizontal.

Voy a inventarme un nombre en árabe, un nombre de mujer, por ejemplo "Qalb La Yuqhar", que significa corazón indomable. Leía el otro día la historia de una familia de Siria, una familia como cualquiera de las nuestras. Hace diez años el barrio donde vivían fue destruido por los bombardeos. Corazon Indomable, su marido y sus tres hijas huyeron con lo puesto. Un día, al año, a papá, mientras intentaba conseguir pan, lo mataron. Entonces Corazón Indomable y sus pequeñas han ido huyendo de un lado a otro, su casa ahora es un plástico sobre una vía de tren abandonada donde se cobijan. La niñez de las hijas de Corazón Indomable ha sido ese tratar de sobrevivir en su infancia con su fuerte mamá.

Nosotros... nuestra sociedad  -hablo de Europa, o podría hablar del modo de vida que tenemos, creo se dice sociedad capitalista-, es muy de ombligo. Parece que este modo de vida es lo mejor que  nuestra civilización, que es espejo y resultado de miles y miles de años de andar sobre la tierra que pisamos, ha sabido encontrar, y resulta que se encuentra ahora confinada por una muerte silenciosa que llega sin avisar.

El virus se ceba en particular en nuestra sangre, en nuestro presente y futuro: en los ancianos, y me apena sobremanera en aquellos padres y madres que dejamos en las residencias, sobre todo, para vivir sin incomodidades. 

Pero el virus es neutro, es decir, no distingue pesos, razas, edades, tampoco si tienes un todoterreno para correr aventuras de semáforo en semáforo, o si has dejado a tus padres en una residencia, sencillamente llega.

Diez años son muchos días en la infancia, algo más que tres mil seiscientos sesenta y cinco.

En mi ciudad, en el país donde vivo, llevamos siete días confinados. Cuando empezó el estado de alarma apagué el móvil. Encenderlo una vez, hablar con mi padre, con mi madre. Ser consciente de que la gente que quiero se encuentran bien. Leer en media hora diversos periódicos para ir valorando diariamente el estado de la situación, de las personas, y volver a apagar el móvil.  Creo, porque me lo han contado, que las redes se encuentran a reventar, a reventar de ruido entre tanto silencio confinado. Me informo certeramente, sin bulos, quiero ser consciente para opinar libremente con serenidad, como ahora hago, con estas líneas.

Fui a comprar verdura el otro día. La cajera es una antigua alumna. Me dijo lo que había tenido que marcar en caja: carros y carros y carros y carros y carros...y carros llenos, llenos, llenos y llenos. Una señora se llevó en un carro ciento treinta litros de leche. ¿Sí...? ¿No? Sí, muchísimas personas.

Lo confitado, el sabor dulce de toda la situación de confinamiento, es el corazón dulce de otras personas. Su valentía. No su egoísmo. Su entrega, su bondad. Y, si el miedo nos hace egoístas, por lo menos tener cierta capacidad de darme cuenta. Creo que lo importante es que cada uno ha de sentir su sabor dulce, y su valentía. Su corazón valiente, su Corazón Indomable.

Si esta situación nos ayuda a profundizar en los valores como seres humanos, nos ayuda a conocer al vecino por el balcón, nos ayuda a estar un rato sin distracción virtual o consumista, nos ayuda a darnos cuenta que sí hay tiempo para ser persona, nos ayuda en muchos aspectos importantes, tan importantes como vivir la vida misma, este andar confinado nos enseñará a sentir la dulzura, la generosidad y lo vital que resulta sumar, pues nuestro pensar, nuestro actuar vibra en todas las direcciones, y quizás entre todos demos un sentido a esta sociedad tan llena de agujeros vacuos, sin miedo a cogernos de la mano.

Creo que cada uno ha de darse cuenta de lo que crea adecuado, y me permito sugerir que sea en silencio, sin aspavientos; colaborar y sentir que esta situación es para fortalecer, para compartir, para crecer, para cambiar, para reflexionar... quizás para mover la mirada y el corazón, quizás para empezar a cambiar estructuras, modos o actitudes.


Craig Armstron-"Let´s go out tonight"

Patrick Cassidy-"Vide Cor Meum"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Asociación Onubense de Yoga
Huelva, Marzo 2020


miércoles, marzo 11, 2020

Belleza y creatividad en yoga, aspectos espirituales



 "Que se olvide de la vida eterna quien no la viva ya aquí"
Simeón el Nuevo Teólogo, (949-1022)


Hemos hablado muchas veces que para mí el yoga es "un estado de sensibilidad". Otro modo de decirlo sería "un espectro de percepción". También podemos verlo como "una conciencia clara", igualmente como una "profundidad del Ser", "un centro que observa", "un corazón que siente", "un silencio que expresa", "una ética que vive". Bien, podríamos seguir; me detengo y comento.

Quizás, personalmente, uno de los aspectos más profundos -y cuando hablo de profundo, hablo de la espiritualidad dentro del yoga, algo de un calado importante (y que cada uno entienda "espiritual" como le dé la gana) -; decía que uno de los aspectos más profundos es que siento que las cualidades del yoga me colman como persona en mi relación con la vida.  En ella, en mi vida, la creatividad y la belleza llevan tiempo tomando parte, pues, al percibir, voy generando una relación entre la realidad del mundo y yo mismo, y se da una simbiosis, y esa inherencia inmanente es de una belleza conmovedora, y además se mueve y soy partícipe, pues en esa percepción aquello me percibe a mí, y ambos de la mano creamos, pues yo también la percibo.

El hecho de degustar el día -y sobremanera cuando estoy en Beas, en el campo, creando y generando en ese común de belleza- es sencillo y a la vez sobrecogedor. En la ciudad en la que también vivo, Huelva, hermosa ella, mi mirada y mi hacer, o no hacer, también disfrutan de esta vida nuestra.

Nacen las hojas tras un riego a goteo, riego creado con mis manos en el campo, bajo nuestro sol brillante, y esa agua compartida, esa agua creadora es como la sangre que recorren mis venas. Sorprende la inmensa profundidad que pueden tener aquellas semillas que cuidaste, aquellas semillas... ahora convertidas en bosque. El continuo canto de las aves retozando entre las ramas y bajando y jugando entre la tierra y el cielo. El silencio inmóvil que a veces en apariencia se percibe; el amor del burro salvaje que frota su pecho con el mío y se entrega en un amor puro; el camino de tierra por el Cordel de Portugal, donde antaño vidas y seres andaban a paso lento; y el oír del arroyo en los paseos que damos; y el aire frío que abre los poros de la piel en la madrugada.

En mi andar por el suelo cimentado y alienado de la ciudad, percibo la belleza de los tonos del cielo, el vivir de las personas: su andar de la mano, su andar solitario, sus risas, sus charlas, el canto de los pájaros, la luz de la hierba recién cortada, su impaciencia, su generosidad, su egoísmo... rasgos todos ellos de la propia creatividad de la vida con ese fondo natural salvaje que rodea Huelva, salvaje por la insalubridad de las fábricas como periferia básica, salvaje, en una mayor profundidad, de naturaleza con nuestra bella ría, con sus salinas, con las aves migrando, con los bosques y bosques de pinos, con el sabor rico del mar, con la sierra tan exuberante de colores y arboledas centenarias.

Me satisface mi mirada. No es una satisfacción egoica, es calmada y expansiva, dichosa en lo íntimo. Afortunada, currada, trabajada, despierta ante mi ignorancia en mi permanente buscarme. 


Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Asociación Onubense de Yoga
Marzo 2020






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