"Es muy fácil realizar una postura invertida.
La lucidez es aprender a tener
la dignidad de saber estar de pie,
y luego ya, muéstrate como
quieras".
Carlos
"La práctica espiritual
no nos libra del sufrimiento y de la confusión, simplemente nos permite
comprender que eludir el dolor no sirve de ayuda alguna".
Un budista
Tantos meses sin ir al campo permiten a la
naturaleza que siga su curso: la hierba crece hasta límites inimaginables; los
tallos se ponen anchos y duros; las ramas secas van cayendo de los árboles; los
árboles necesitan recuperar los cuidados, entre ellos, lo fundamental: el riego
y el agua; y generarles condiciones de esplendor.
Así que Trueno y yo nos hemos dedicado
estos meses a ir quitando hierba, pues no se podía acceder a la casa de lo alta
y poderosa que se había puesto. Ahora hay más espacio, y puedo centrarme en el
riego que se ha deteriorado, y en arar alrededor de los árboles creando
pequeños cuencos para que se recoja el agua y se mantenga hasta su absorción.
Nicolás, un hombre sabio, mayor, amigo mío,
desde hace mil años me dice:
"Ahora que los días son más chicos es
cuando hay que estar más atento al riego".
Esa frase quiere decir que ahora que,
sobre mediados de agosto, todos los años, hay una disminución del poder solar,
y parece que los árboles, la tierra, la vida necesita menos agua, pues es al revés:
es en esta época cuando las hojas se secan más rápido y, por ende, el árbol. A
veces, por más agua que eches al árbol, no significa nada, y eso es porque
lleva meses en condiciones difíciles. Y este final de verano es vital poner
mayor atención al conjunto, de ahí los cuencos de recogimiento. Es el tiempo en
el que la raíz, por más que profundice en la tierra, no encuentra agua y hay
que ayudarla desde la superficie. Pues la vida no es sólo superficie, lo
interno muestra lo externo.
Una vez Trueno acaba de zampar, sale en mi
busca. Me ve desde lo lejos, desde lo alto; yo abajo, en la valla de la entrada
de casa, nos separan unos 600 metros y él elevando la cabeza al cielo relincha
de felicidad y de goce. Es un grito mítico, es un grito al cielo, es un grito
de hermandad, es un grito primigenio. Luego sale galopando como un niño hacia mí.
Es como un ciclón, su galopar es potentísimo. Uno ve que le viene el ciclón y
se aparta, yo permanezco cosiendo la valla. Poco antes de llegar a mí, el
ciclón se detiene en un frenazo; ahora la calma le envuelve, se acerca a mí, y
se frota conmigo.
Sigo cosiendo la valla; Trueno se tumba en
una de sus camas. Sus camas son lugares de dicha donde él, cuando está feliz,
retoza. Tiene dos en casa: uno al principio de la finca, otro al final. Y así,
mientras yo voy cosiendo y ocultando desde fuera la visión de las praderas, él
se reboza una y otra vez, hasta que se detiene y, desde el suelo, con la tripa
apoyada, me mira, y se queda ahí mirándome.
Ambos plenos; no nos hace falta nada más.