sábado, febrero 12, 2011

Plantando olivos y recogiendo su fruto



Hoy estuve plantando olivos, pequeños arbolillos con pequeñas aceitunas. Ha hecho un día maravilloso. La primavera se deja ya sentir, se atisba y la pradera estaba llena de florecillas, sobre todo margaritas; los pajarillos también parecían felices y no dejaban de cantar. Han sido buenos días para plantar arbolillos: los olivillos, un nogal, un naranjo y un laurel.

La tierra estaba todavía mojada de las lluvias de invierno y se dejaba trabajar fácil, tenía de todas maneras que ir lentito para no cargarme el azadón, que no estaba en muy buenas condiciones, cada dos por tres se salía el azadón y con la machota –un martillo grande-golpeaba al compás para volverlo a meter en el palo, su sonido metálico al golpear repercutía en el silencio del día, sólo interrumpido por el canto de las gallinas del vecino poniendo huevos. Da gusto sentir la tierra tan fresca para plantar, pues según avanzan los meses se va endureciendo hasta ponerse dura como la piedra.

Y fui plantando los arbolitos junto con una guía, que era un palito recto al cual ataba el olivillo, que suelen venir del vivero  con el tronco muy doblado.

Hice todo muy despacio, dedique un par de horas largas, haciendo mis paradas, oliendo el campo, llamando al Prana y al Poirot para acariciarlos. En definitiva disfrute mucho y reflexione sobre el tiempo que tarda un olivo en dar su fruto, en el cariño que hay que poner al arbolillo, lo importante del enraizamiento, del agua, del sol, de las diferentes estaciones que vería el olivo haciéndose cada vez más fuerte, con sus raíces más amplias que se alimentan y procesan toda la savia, creciendo hacia el cielo, hacia la vertical teniendo muy claras sus bases, desde donde crece.

                                                                  

Y me vino todos estos años de dedicación al yoga, a los alumnos. Y todo el amor y tiempo que me han dedicado ellos. Y esa fluidez en dos sentidos, y como hemos crecido juntos. Y como el fruto ya está maduro, como nos encontramos enraizados y juntos, enmarañados en sentires.

Y todo eso me hizo muy feliz. Todo ha sido un viaje en evolución, en conocernos, en disfrutar juntos de la mano. En las clases nos hemos mantenido unidos, asistiendo semana tras semana, mes a mes, año a año, aprendiendo unos de otros, profundizando hacia el corazón.

Y también la satisfacción de aquellos alumnos y alumnas que han decidido ahondar en el yoga: abiertos, felices, constantes en su trabajo interior. Ninguno hemos tenido prisa, ni antes ni ahora, y por ello el fruto de todo es muy rico, es un fruto abierto a la vida, a una evolución común.

                                                                    

El buen aceite del olivo tarda años en dar todo de sí. Luego es un néctar que luce al sol. Para que el arbolillo de un hermoso fruto: hombre, tierra, sol, aire, lluvia, y demás elementos se conjugan amablemente de la mano.

Seguí martilleando el azadón cada vez que se salía, el sol me quemaba, y me paraba a ratos a sentir el silencio de mi corazón, pleno del canto de las aves en esta primaverilla y miraba allá en lo alto al mastín, a Thor mirarme vigilante sentado apaciblemente, equilibradamente, con una armonía en el gesto y con un pan entre los dientes.





Sin Miedo -Rosana
                                                                 

2 comentarios:

Peter Wash dijo...

Lento, constante, pertinaz, como la gota de agua del cuento de Poe...
Tú me enseñaste no sólo la parte física, sino también la mental. A mí me gusta mucho la parte mental, y fue una sorpresa encontrar esa fuente yóguica en mi interior que no esperaba para nada hallar aquel día, hace ya algún tiempo, que entré en el centrito por primera vez.
Yo, que he dedicado mi vida a deportes duros, de resistencia física, y por ello tengo las articulaciones anquilosadas y endurecidas, los ligamentos como rocas, los músculos contraídos... llegué allí con la esperanza de dar una nueva luz a mi organismo, que creciera y se suavizara al mismo tiempo, que la savia del Zen, el Karma, el camino y las enseñanzas del Gurú me llenaran.
Y la mayor enseñanza que aprendí de tí, maestro, fue la comprensión del todo, el enraizamiento, las líneas, el control, la relajación cuando hay que relajarse, la tensión cuando ésta es necesaria. Y muchas otras cosas. Pero me quedo con que el YOGA se puede practicar en cualquier momento, en cualquier postura, que es una cuestión de actitud, de querer.
Y ahora voy andando por la calle, el simple gesto de andar, y conscientemente voy respirando, y estiro ahora hacia arriba la columna, como tú estiras un poco el incipiente olivillo; o alargo este paso, o abro los dedos dentro de mi zapato para que se sientan libres y confortables; o en la oficina pienso en la postura, y cambio y subo y bajo y tuerzo y hago y deshago. Cosas así que van sumando poco a poco, y veo y noto que no sólo mejora mi cuerpo, sino mi actitud, la claridad que va inundándolo todo...
¿Voy bien, o es que me hago unas pajas mentales de la leche?
¿Ein?

Carlos Serratacó dijo...

jejejejejej
el olivillo crece sintiendo lo que es, de reconocer su realidad, de ajustarse a la comodidad del momento, y eso le aclara, le agiliza le hace feliz.

que buen sol hace, pequeño tao, tras la lluvia.

el pan que dejo a los pajarillos se deshace y las hormigas son felices con el festín.
abrazos

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