miércoles, mayo 23, 2012

Corriendo hacia la zona cero



Las calles de Huelva están vacías de madrugada, me encuentro con un conocido:
-¿ Qué haces tan pronto por aquí?
Vengo de correr
-¿De correr? ¿Qué pretendes?
Avanzar
-¿Cómo que avanzar?
Sólo sigo mis pasos
Jeee, se rio mirándome extrañado
Me despedí y seguí mi camino


LLevo tres meses que salgo a correr. Cuando puedo. Llevaba un par de años que no podía hacerlo, pues me lesione, no haciendo yoga, sino danza clásica,  y la lesión ha durado lo que ha durado. Ha sido muy duro, mucho.

Eso me pasa por cumplir unos de mis sueños, hacer algo de danza clásica. Todavía recuerdo estar buscando zapatos de danza para mi pie, un 45. Y haciendo movimientos en punta bajo la estricta mirada de la profe. Estuvo divertido pero aprendí, y con creces que por mucho profe de yoga que sea, el entusiasmo me puede a veces. Moraleja, "La atención no se descuida, mejor acrecentarla"

Para correr tracé un plan, primero tenía que lograr cinco minutos sin que la lesión se resintiera. Y así estuve un mes, dolía pero tenía que llegar a los cinco minutos.

Luego andaba unos diez minutos, hacía la forma de tai chi, y volvía para casa.

Me gusta salir de madrugada. Cuando amanece, me maravilla ese cambio de la noche al día, el difuminado de lo oscuro a lo claro, la aparición de la luz. El sol que va alumbrando desde el lejano horizonte.

También me sienta muy bien ese silencio en la ciudad a esas horas. No hay ruidos, sólo lo pájaros que se despiertan alborozados de vida.

Poco a poco he ido subiendo los cinco minutos. Reduciendo los descansos. No haciendo mucho caso a una mente y a un cuerpo que están en la queja pues les gusta ciertas comodidades de dolor creadas por sus rutinas o patrones con respecto al correr.

La semana pasada salí a correr, con los cascos, con mis canciones de soul preferidas, y corrí y corrí, tranquilo, mi cuerpo, mi mente, mi respiración bailaban mientras corría. Era inmensamente feliz. Cuando me detuve habían pasado cuarenta minutos.

No llevo una rutina para correr con respecto a tantos días a la semana, sólo oigo a mi cuerpo y que el mínimo son dos días. Si mi espíritu pide más, pues más.

Estoy contento de disfrutar del correr, de poder mover los pies sin que algo chille desde la base de mi columna. He crecido mucho como persona en el proceso solitario de la lesión, y este resurgir equilibrado me sigue enseñando mucho.



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