En el yoga vas comprendiendo, vas aligerando, vas encontrando. Surge y
surge el asombro, la certeza, la certidumbre. Te ves sintiéndote, te sientes
amándote. Volatizan las complicaciones, aceptas lo que es, te adaptas siendo.
Abierto ofreces la semilla, pero cada uno es responsable de que fecunde. Solo
eres. Y el otro eres tú, pero también es él. Trabajas internamente para
transformar fronteras, te rindes para aprender a vivir abierto.
Decíamos hace un par de semanas en clase que sin calma no hay yoga. El yoga
nos ha de llevar a la calma, pues es a partir de ahí desde donde podemos
descubrir nuevos espacios o pueden florecer otras cualidades inherentes a
nosotros.
Alcanzar la calma no es fácil, es un camino tortuoso por sus dificultades,
pero, una vez abierto un caminillo y uno se pone andar, todo se ensancha y va
surgiendo la comprensión.
Por un lado, tenemos el cuerpo, por otro lado, la mente, y un tercer
aspecto es la respiración. Empecemos con que hay que aprender a relacionarnos
con ellos y calmarlos.
El cuerpo hay que aprender a vivirlo, a vivenciarlo, a que forme parte de
nosotros, pues normalmente tenemos una imagen del cuerpo pero no lo habitamos.
Superado este escollo, hay que hacerse amigo del cuerpo, unificar lo
fragmentado, relajarlo, pacificarlo,
ponerlo en su justo lugar, que sea un
lugar común de uno pues vive con uno.
La mente es la confusión, son pensamientos, emociones. Vectores que entran
y salen sin parar. Nubecillas por aquí, nubecillas por allí y, dentro de las
nubecillas, emociones. Aquí el dicho sería: "¿quién maneja el caballo: el
propio caballo o el jinete?". Es importante comprender que la mente no es
el amo. Hay que enseñarle muchas cosas importantes, por ejemplo, el silencio,
la pausa, para que no hable tanto internamente. También hay que ponerse en
contacto con un "observador", que es quien en principio observa esa
mente y nos da perspectiva. Es decir, tiene que ir surgiendo internamente una
capacidad de discernir que no solo surge de la mente.
La respiración es la voluntad integradora, la inteligencia divina que
recorre el espacio interior. Ella lo comprende todo y te lo dice. Hay que
aprender a interpretarla, a expandirla, a sentir la vida en ella. Y resulta
esencial crear una armoniosa relación de tú a tú, pues es ella la que abre los
caminos, los espacios y es el puente entre la mente y el cuerpo. Es lo que
alimenta el eje integrador.
Supongamos, entonces, que ya hay cierta calma. La mente, aquella que se
creía la dueña, ya no lo es, y hay espacio interno, y tampoco hay tanta
confusión. Entonces se hace más patente el sentir, el corazón, el centro del
eje. Un corazón que comparte tu cuerpo que, a su vez, mediante la respiración
comparte el mundo que sientes, la vida que palpas y que siente a su mente
dulce.
En calma la vida es más dichosa, más completa, más integradora.
En calma uno es creativo, abierto, amable, divertido.
En calma uno anda centrado sin desperdiciar las energías en embrollos
inútiles.
En calma uno es semilla de lo que es y nacen y nacen flores para ser más,
siendo.
"En calma siento mis pies desnudos en la arena,
el mar dentro de mí,
el viento que me acaricia,
las olas, su sonido, pausado y constante.
Mi cuerpo se abandona a la escucha de ser,
¿es mi respiración el mar?
¿Es el mar mi conciencia?"
No hay comentarios:
Publicar un comentario