"Junto al dragón siempre hay una princesa".
El 28 de febrero caí enfermo. Un dolor de muerte se apoderó de mí en la
base de la columna, en las entrañas. Un dolor de muerte es un dolor infinito
que ninguna medicina puede solventar. Tuve que dejar las clases de yoga y las
formaciones. Las personas más cercanas a mí me cubrieron como pudieron ante una
circunstancia tan imprevista como grave.
Tuve que dejar mi vida.
Cuando el dolor de muerte se apodera de ti y va conquistando tu cuerpo, tu
mente, tus emociones, tu vida, te das cuenta de que la enfermedad te ha
robado eso tan maravilloso que es la vida, y lo que antes era cualquier
circunstancia normal, ahora no tenías ni eso, sólo sentías dolor. No podía
sentarme, andar, permanecer mucho tiempo en atención, no podía hacer nada, pues
no había patrón de aparición del dolor. Lo único estable era el sufrimiento,
atroz e insondable.
Como profesor de yoga, me resulta fácil el reconocimiento de patrones
internos, sobre ellos se basa mi trabajo personal o muchas de las sugerencias
que transmito a los alumnos más cercanos. Simplemente, la enfermedad no tenía
caminos reconocibles, campaba y aparecía y desaparecía a sus anchas.
En un mes había perdido doce kilos por el dolor, fui de hospital en
hospital hasta que me ingresaron en el Juan Ramón Jiménez, un hospital público
de Huelva. En el hospital me ayudaron en todos los sentidos a estabilizar el
dolor. Fueron solidarios, profesionales y recibí en todo momento el amor y la
atención que requiere un enfermo durante la semana que me atendieron, en la semana
santa del 2017.
No podían hacer más. Así que, de vuelta a casa, seguí ya con una medicación
variopinta y poderosa, tóxica pero que ayudaba a menguar.
Han pasado bastantes meses, me encuentro mejor, sigo medicado hasta las
trancas, hago una vida de enfermo pero ya noto que la vida ha vuelto a mí.
En todo este tiempo he vivido en yoga, ya venía viviendo en yoga, pues soy
un yogui, y sin el yoga y amor de las personas más cercanas hubiera sido
imposible salir de un dolor tan profundo, cruel, despiadado y permanente.
El yoga es un modo de vida. Uno puede empezar haciendo posturas, pero si
uno persevera, uno ya hace yoga al comer, al andar, en sus relaciones, en el
amor, en todo, pues el yoga lo impregna todo. Es muy fácil de explicar: te
lleva hacia la unidad de ti mismo con la vida, y la vida es plenamente hermosa,
nada más.
En estos meses de sufrimiento varias cualidades del yoga me han ayudado
para vislumbrar mi enfermedad con esperanza y valentía, con alegría y
aprendizaje. Me gustaría hablar de ello y por eso rompo el prologando silencio
para hablar de lo aprendido.
Para empezar, podría decir al inicio del artículo que algo me robó la vida.
Ahora puedo decir que, simplemente, la vida me enseñaba unos nuevos códigos que
me ha costado mucho descifrar, pues la percepción de lo que era mi vida
simplemente se volatizó para sentir, como dije, únicamente un sufrimiento
indescriptible. Y ahora mi percepción es otra, más clara, más limpia, más
profunda, más real en lo que soy.
A mí el yoga me ha enseñado a no sentirme víctima, en nada. Es decir, soy
consciente de lo que soy, de lo que pienso, de lo que siento, de dónde estoy y
hacia dónde van mis pasos. Es decir, la realidad de lo que soy en cada instante
de mi vida, sin mentiras, ni disfraces. Al sentirme yo mismo en mí mismo, mi
realidad es esa, y esa realidad, que es un contacto último conmigo y con la
vida que nace de observarme y observar la calma que habita en mí, me ha traído
profunda dicha y muchas más cualidades que se encuentran dentro de cada ser
humano.
Entiendo la dicha como un estado de ser, no lo entiendo como estar riendo
todo el día. La dicha es sentirme amado, es un gesto de calma, de dulzura, un
comprenderte, un comprenderme, una pausa, un silencio: es un troncal que hay en
ti a pesar de todo lo que pase; es agua que brota encontrado el manantial. Es
tanto. Entiendo se encuentra ligado a la serenidad.
Cuando el sufrimiento es tan grande en el ámbito físico, y mental, y
emocional y vital solo me cabía observar, pues todas las medicinas que tomaba
no hacían efecto en los primeros meses. Era muy complicado observar, pues el
dolor te come aquello perenne que quiere observar, de la mente surgen
pensamientos negativos que buscan respuesta a tanto dolor, busca la mente
identificarse como víctima ante ello, pero es solo la calma y la observación la
que permite ver desnudo las oleadas de sufrimiento y aprender a mirar, sin más.
Postrado, inmovilizado, mi cuerpo gritaba y gritaba, oleadas de demonios,
un dragón inmenso me quemaba. Pero mi sí-mismo observaba y no me identificaba
con los gritos, y miraba el fuego del dragón con dicha.
Para educarme en ello, para estabilizarlo tardé semanas, pero sabía que era
mi vía, mi vía de esperanza para comprender los códigos.
Hoy he empezado a explicarlos.
Fine Young Cannibals-"Good Thing"
Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva
Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva
3 comentarios:
Mucha fuerza y ánimo, Guruji. Te sigo.
Al leerte,y sentir tu dolor y reconocer que tu cuerpo ha tenido que tomar "química" para poder descifrar lo que la vida quería enseñarte, me ayuda muchísimo,gracias infinitas
gracias a ti cariño, disfrutemos y amemos, besos
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