"Habiendo abandonado todo apego a
los frutos de sus acciones, siempre contento y sin ningún tipo de dependencia
de nada, aunque participa en la acción no se mete realmente en la acción".
Bhagavad Gita 4/20
Recuerdo que hace unos pocos años, cuando
planté la morera, por un lado, me traía a mi niñez, a los gusanos de seda en la
caja de cartón de unos zapatos, el buscar sus hojas para darles de comer, el
observar absorbido cómo tejían su envoltorio de seda en una belleza
inconmensurable. No había tiempo, todo era asombro y belleza y, cuando nacían
las mariposas, eso era pura vida.
El podar es un arte. A mí me gusta ir
observando a lo largo del año los árboles y, tras mucho meditarlo, decidir dónde
ha de producirse la eclosión de belleza. Y para ello confío, y corto
delicadamente lo que siento. Son muchos factores los que intervienen, pues es
necesario que el árbol se exprese en lo que entiendo es, su modo equilibrado, y para ello hace falta tener paciencia y
tolerancia, respeto y amor al árbol. Luego él y yo -pues en realidad ambos formamos una unidad-
nos regalamos aquello que nace.
Las moras eclosionan a lo largo de una
semana, y no sólo me gustan a mí, también les gustan a la multitud de
pajarillos que pueblan el bosque alrededor de casa, y a multitud de minúsculos
insectos.
La morera se abre con todas sus ramas como
una catarata de colores, y yo debajo, en el silencio interno de la dicha que me
invade, del tempo detenido, voy cogiendo delicadamente mora a mora, hago pausas
de disfrute, pues las hojas, las ramas rebosan de felicidad, y ambos
compartimos.
Sólo recojo las moras que están al alcance
de mi mano, rama a rama, momento a momento, sutileza a sutileza, y suavemente
las voy colocando en el recipiente. No tengo ninguna prisa, ni avidez en el
acto. Muchas veces los pájaros ni notan mi presencia, y se posan a unos centímetros
de donde estoy, y les veo coger una mora y salir volando con ella en el pico.
Y así lleno un poco el recipiente, e igual
por la tarde vuelvo y recojo otro poco. Lo curioso de todo es que pasan los
días, y no hay menos moras, hay cada vez más, es como si por el respeto que ha
nacido de ambos, el árbol me compartiera en su felicidad mayores frutos. Su
savia fluye y me regala; por mi lado, le cuido en permanentes cuidados.
Volver a mi casa me ayuda a dar frescor a
mi centro, a mi silencio, frescor a mi vida, y ella, la naturaleza, me reconoce como uno más,
pues he estado tantos años ahí con ella. La vida como síntesis en sí misma en
un pequeñísimo fruto de color morado, suave y blandito.
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