Al despertarme, poco antes del alba, cuando las aves todavía duermen; el burro, al sentirme moverme en casa, relincha llamándome. Max, el Mastín entra y como cual oso, me abraza. Los gatos se asoman a las ventanas y maúllan. Ha sido una noche fría, plagada ya de escarcha. Es un frío rico, suave, que penetra y recompone. En la chimenea quedan unas pocas brasas, por lo que las avivo con unas ramas pequeñas y troncos.
Es un despertar que rejuvenece al sentir el silencio profundo de la propia inmensidad del campo, con su aire puro alejado de los humos de la ciudad. Quedan unas pocas estrellas en el firmamento, pero en esos momentos que va apareciendo la luz, las estrellas van perdiéndose de vista. Diferentes tonalidades de verdes, amarillos que forman multitud de gamas alfombran las praderas, y las gallinas ya empiezan a moverse con estos primeros rayos de luz picoteando y arañando la tierra, corriendo de un lado a otro, felices de su libertad.
Me hace inmensamente feliz sentir la vida y salir hacia el establo para dar de comer a Trueno. Trinchar la paja con la horca u horquilla, y echar la paja en el pesebre: han pasado más de veinte años de entrar en el establo, luego en el pajar. En ese sencillo acto de recoger la paja y llevarla al pesebre se resume mi vida estos años.
Han pasado muchos burros y burras por esta cuadra pero en cada mañana, a pesar de los años, siento la misma dicha. El coger la horca, ese tenedor gigante, y pinchar en la bala de paja, coger un trozo, y llevar al peso ese bocado hacia la bañera vieja convertida en pesebre, me trae a los primeros humanos, a ese degustar la vida en real, sin prisas ni falsas preocupaciones envuelto en ese olor de la cuadra que me gusta, pues la propia naturaleza y mudanza de las diferentes capas de paja y estiércol hacen agradable el momento pues absorben los olores fuertes. Trueno primero come el grano, y más tarde comerá la paja. Mientras come, reparto también grano entre las aves que picotean al pie de la cuadra, protegidas del viento por el cañizo que he cosido a la valla. Los gatos siguen maullando, pero ahora desde los pies de las cañas.
Maximiliano, el mastín amoroso, mira inmensamente dichoso el acto soberano de todos aquí reunidos amándonos, sin comernos unos a otros, ni devorándonos en codicias absurdas.
De pie, también les miro. En pie permanezco, con la mirada brillante, inmerso en mi mismo, enraizado, presente, plagado de libertad, abierto a la vida, al aire, y al sol. Ligero, con esa sensación de dicha de estar aquí, ahora, a las puertas del establo, cada mañana.
Gata Cattana -" Como aman los pobres"
Artículo escrito por Carlos Serratacó
Huelva, diciembre 2023