sábado, marzo 01, 2014

Santosha, el contentamiento (ética del yoga)

                                                                             

“El contento trae una dicha insuperable"
Patañjali


Ya que hablamos del centro, hablemos de Santosha.

Santosha es la felicidad interna que surge del contacto con lo íntimo. Una vez creado el eje donde uno permanece en lo que es siendo consciente de las oscilaciones, en ese permanente reconocimiento de lo que uno es, surge algo hermoso y maravilloso, la comprensión de que soy y eso es algo que causa una felicidad inconmensurable.

Vienen truenos divinos, bien. Vienen lluvias que me inundan, bien. Se prolonga a veces el sol abrasador, estupendo. Y la noche, con su oscuridad a veces, me invade más de la cuenta, bien.

Me reconozco y fluctúo con ello, me adapto lo mejor que sé, pero el verme en el eje permanentemente me mantiene en mi sitio y eso me hace feliz, sí, mucho. Que la felicidad oscila, sí, soy consciente, pero estoy ahí.

Distingamos varios factores que nos ayudan a mantener la felicidad interna:

-Reconocer un centro de calma, de espacio, de libertad: de esto ya hemos hablado en varios artículos, destaquemos como recordatorio que el eje nos lleva a la ecuanimidad.
-Procurar llevar una vida tranquila y simple: el que mucho abarca poco puede estar en él.
-Alimentar el eje: si soy consciente de aquello que me hace feliz, pues pongo los medios para darle de "comer".
-Fluir con la vida: practicar aparigraha y no acumular ni material ni emocionalmente, eso crea densidad a la felicidad.
-Dulcificar al ser, dulcificar el acto: el eje es amorosamente blando, no te despistes y mantente en tu corazón.
-Todo se encuentra conectado, date cuenta y te darás cuenta de que todo es un regalo; agradécelo.
-Abandónate y confía en la vida: actúa cada vez más desde el sentir y menos desde la cabeza; menos planificar, juzgar y proyectar; más entregarte y vivir.
-Vivir en presencia: Vivir el presente en todo su significado resulta fundamental para sentir santosha, pues no caben demasiadas elucubraciones pasadas y futuras. La presencia va ligada a todo lo anterior y a la felicidad.

Para acabar recupero un artículo que escribí hace unos años, todavía recuerdo la inmensa felicidad de darme cuenta:

0ctubre 2009

                                                          "Un grano de trigo"



Todavía es de noche, y es hora de dar de comer a los animales. El Chico, el perro que convive conmigo dentro de casa, un viejito gruñón y encantador, me pide que le abra la puerta. Lo hago feliz de levantarme. Me cambio lentamente vistiéndome para salir a la madrugada: el viejo pantalón, las  botas ya pasadas, un jersey gordo y roto, y la chaqueta mod de cuando tenía 18 años. Es la ropa para salir a dar los buenos días. Preparo en el viejo cubo de metal el pan a trozos, abro la puerta trasera de casa y los perros me dan besos y corretean cerca de mí, las palomas se despiertan en el tejado con sus arrullos. Los burros ya me han oído y me llaman. Lentamente voy dándoles pan a los perros disfrutando del aire frio  y voy camino de la nave donde abro la puerta y saludo a los burros. Primero les doy el grano, y luego la paja, en esos momento aparece Thor, el mastín, y me pide un pan. Como lo conozco, le doy el que tenía en el bolsillo. Salgo de la nave con un cubo con trigo para esparcir mientras amanece, para cuando la luz del día vaya iluminando la tierra, las palomas y las aves vuelen y se posen a comer. La sombra da paso a la luz. Lleno los cubos de agua. Respiro profundamente y agradezco el nuevo día. Todas las mañanas del año realizo los mismos pasos. Cambian las estaciones, y sigo ahí esparciendo el trigo.

Por la noche cuando vuelvo de trabajar reitero dichas operaciones lentamente, doy la cena a los animales y los acuesto, respiro el aire frío y me detengo a observar las estrellas.

El proceso por la mañana dura cerca de una hora, me gusta esa lentitud, ese momento que es único y que disfruto, ese momento en el cual soy soberano y, a pesar de todo lo que me pueda esperar ese día, ese momento me trae a lo que soy y me da luz para el día. Recuerdo cada mañana que en los pequeños actos se encuentra la libertad, pequeños actos en los cuales solo hemos de ser conscientes, conscientes de lo que somos y de los que hacemos, conscientes de ese respirar pleno porque recuerdo quién soy, y recuerdo que soy tierra, soy árbol, soy burro y soy perro, soy paloma, soy paja y grano. No me pueden los avatares que me esperan ni las preocupaciones que puede crear mi mente, ni me pierden los pequeños dramas que puedo crearme por tonterías. Elijo lo que soy en ese momento, y eso me permite ser más consciente todo el día, y sentir mi corazón más cerca del fluir vital, apartado de especulaciones, de alienaciones.
Por la noche puedo llegar agotado, pero ese aire frío, el mirar el cielo y ver las estrellas, el volver a la rutina cotidiana de dar de comer a los animales me recuerda de nuevo la alegría de estar vivo, de ser paja, de ser grano, de ser perro, de ser árbol, de ser cielo, de ser Carlos, de ser tú y que tú seas yo, que seamos uno y que tengamos la suerte de darnos cuenta de ello y compartir nuestro corazón.

Siendo conscientes de lo que somos, y todo ello empieza en los pequeños actos cotidianos, damos luz a lo que somos, iluminando nuestra existencia y la de los demás.

Decía un viejo maestro zen: “Ten cuidado… ¡No te quedes dormido!”.

Decía otro: “Estáis gobernados por las veinticuatros horas de día; pero yo gobierno en las veinticuatro horas del día”.





3 comentarios:

Anónimo dijo...


(...)y a pesar de los truenos divinos, las lluvias y el sol abrasador...lo que esta profundamente abrazado, no sera soltado..como dice el tao..;)

Felicidades hombre fuerte.

Santosa ;)

Gracias siempre

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Antonio dijo...

Sé tú mismo, los demás puestos están ocupados.

Oscar Wilde.

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