Hubo un hombre, Gandhi, que llevó la comprensión de Ahimsa hasta tal punto
que logró, sin alentar jamás el derramamiento de sangre, que la mayor potencia
colonial de entonces, Inglaterra, liberara a India de su colonización y pudiera
decidir su propio destino. La ironía fue que murió asesinado. Pero su ejemplo
es permanente.
Dentro de los yamas, que es una parte del yoga que nos hace ver nuestra
actitud hacia el entorno, el mundo, lo externo, se encuentra Ahimsa. Podríamos
traducirlo por no violencia: “a” significa no, “himsa” violencia, injusticia,
cruel.
Independientemente de que el yoga nos proponga que sea en relación con lo
externo, todo ello nace de lo interno, por lo cual es un principio donde la
primera práctica ha de ser en nosotros mismos, para luego, una vez comprendido,
poder plasmarlo en nuestras relaciones con el mundo.
No haré daño a mi prójimo en el momento que me dé cuenta de que no debo
hacerme daño a mí. Dentro de nuestra práctica con asanas, el principio de
Ahimsa nace del observador que siente que debe equilibrar las partes y
encontrar la justa proporción para no dañarse, para no violentarse. Este
observador aprende que debe utilizar con inteligencia su alma, su cuerpo, su
respiración, sus células, para que entre ellas dialoguen y no caigan en una
competición íntima de querer alcanzar más que aquello que el instante y el presente
nos ofrece. Es decir, no se trata de forzar la asana, o de no darle la
comprensión adecuada, lo que hace que no la sintamos en su belleza y entonces
nos perdamos sus enseñanzas.
Por tanto, si en asana aprendo a no dañarme y a jugar equilibrándome
adecuadamente, ya estoy plantando la semilla de Ahimsa. La esterilla habla y
muestra aquello que le doy.
Vamos a ir profundizando: ser no violento es aprender a amarse, a tener
amabilidad con uno mismo, a cuidarse el templo que supone nuestra existencia.
Ello puede ser un primer paso. Ser considerado con lo que realizo, estar atento
a mis acciones y mi comportamiento, primero, insisto, conmigo mismo.
Así voy aprendiendo a no violentar mi cuerpo y mi ser.
Pues, por ejemplo, estoy actuando con violencia trabajando sin parar,
sin darme ninguna pausa para descansar o simplemente observar la existencia.
Si aprendo a comer adecuadamente sin dañar mi cuerpo con alimentos que no
me hacen bien.
Si me doy cuenta de que no aceptar las situaciones me violenta, me comprime
y ahoga, y ello genera violencia interna.
Si descubro que el miedo, al inmovilizarme, me daña.
Y, si aparece un gusano o una araña en la habitación, lo aplasto.
O si mis gestos generan una energía violenta a pesar de que en apariencia
estoy tranquilo.
Y si el tono de mi voz genera violencia.
Y si el tono de mi voz genera violencia.
Y si me dejo llevar por los pensamientos negativos hasta tal punto que me
intoxico.
Hay tantos modos donde la violencia campa a sus anchas, que lo maravilloso
del yoga es que da luz a aspectos
de la conciencia que nos eran desconocidos, da luz a aquello que somos para que
tengamos la oportunidad de, por lo menos, verlo. De la oportunidad de tener más
claridad para poder, si lo deseamos, profundizar y ser mejor personas
primero con nosotros, luego con la existencia.
Y, una vez que comprendamos el principio, Ahimsa es amor, un amor profundo
hacia el otro porque he aprendido a amarme. Un amor y respeto reverencial por
la vida, pues me he dado cuenta de que soy vida.
Entonces de nuestra práctica nace Ahimsa, pues conecta con el amor que hay
en nosotros al enseñarnos a no violentarnos, a no forzarnos. Pues del
equilibrio nace la dulzura y el respeto a la vida.
El ser calmado y no violento genera paz, de la paz nacen buenos
sentimientos que hacen más hermosa la vida a todos los seres, y la interpretación
amorosa de la realidad diaria resulta más enriquecedora y plena que una
realidad reñida con la competitividad, los permanentes objetivos estresantes, o
lo material como premisa fundamental.
Ahimsa es amor,
Ahimsa es amor,
el amor es ser amable
con uno mismo
y con el mundo,
de un modo calmado
y con una sonrisa de comprensión.
No es ser pusilánime, para nada.
Es amar la creación sabiendo dónde pisas
Seres en paz que sienten, respetan y aman la existencia, al otro, y a ellos mismos, sin ofenderlos ni ofenderse.
Jackson five-Blame it on the boogie
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