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domingo, octubre 29, 2017

¿Qué entiendo por yoga? El día de hoy, en octubre del 2017



Para mí el yoga es una ciencia de la vida. Me ayuda a tener una mirada dulce y clara bajo las formas aparentes de la vida, de mi vida, correr el velo de la no comprensión, y sentirme libre de decidir desde el corazón.

Una ciencia puramente experimental donde las diferentes partes de uno mismo se educan para centrarse. Unificadas, generan la conciencia de darme cuenta. El darse cuenta se alimenta de darse cuenta. Quiero decir que teniendo un poco más de conciencia de uno, se amplía la conciencia de uno mismo. Cuanto más de mí se encuentre bajo unos determinados parámetros de centramiento, más me sentiré en mí y en la vida que vive en mí.

Una ciencia suele ser mental, en el yoga la propia mente educa a la mente, y surge un modo de sentir de darme cuenta. Eso ya no es tan mental. Es como si se asomara tu alma para quedarse, y te dieras cuenta de ti mismo, de Carlos, de que soy Carlos, el de verdad y ese Carlos es único pero es parte de un todo que late.

Curiosamente, según avanza tu percepción de ti mismo, te trae presencia, te hace vivir un presente continuo estando en ti. Segunda curiosidad: esa mente que educa a la propia mente, si se encuentra bien direccionada por uno mismo, viaja hacia el centro del alma que es el corazón. Eso implica quitar poder a la mente, a su parte de ego. Curiosa paradoja: te quitas poder pero ganas presencia, te quitas poder pero ganas comprensión. La presencia vibra la vida, la comprensión te hace un ser menos egoísta y más diáfano.

Una ciencia de la vida te ayuda a vivir mejor tu vida. El yoga es equilibrio, es sentir dentro de ti, en tu cuerpo, en tu emoción, en tu vida, en la que degustas equilibrio a pesar de los propios malabares del día a día. Equilibrio que va de la mano de la calma y, para que ambas se ayuden, hay que aprender a ser humilde. La vida es un juego de equilibrios, y la pequeña toma de decisiones bajo una mirada central te ayudan a volver a tu centro equilibrado. Es bonito ese juego, te enseña que la vida no es como tú proyectas, pero te enseña como ciencia que, si vibras en una determinada dirección, la realidad de lo que anhelas en lo profundo de tu ser está ahí. Siempre ha estado ahí.

La humildad va desarrollándose bajo esa mirada que penetra hacia el corazón pero que vuelve a la vida más clara, menos contaminada por los caprichos de la mente, o las dictaduras del cuerpo. Uno nota esos cambios en su vida de un modo pausado. Por ejemplo, no es tan importante mostrar, a mí me gusta aprender a ser, y que mi ser vibre, sin aspavientos ni tecnologías, y si nacen cualidades buenas para mí, las nutro para seguir creciendo, y las comparto con los seres que amo. Vuelvo a la palabra egoísta. El desequilibrio camuflado me lleva al egoísmo, pero si estoy en mí, aprendo de ello, y siento que aprendo si me amo, y amo más desprendido, vuelve entonces a aparecer la humildad, la sencillez de ser.

El yoga tal como lo vivo ha de llevarme hacia lo sencillo, hacia que mi vida sea menos barroca y dramática, menos televisiva.

Entiendo el yoga como ternura, es beber y sentir la dulzura que hay en uno, y beber, nada más. Sé que bebo del lugar adecuado si al mirarme lo hago tiernamente, si al acariciar a las personas que amo lo hago dulcemente, si mis palabras tienen un verdadero significado al expresarlas, y esas palabras que salen de mi boca, salen cuando tienen que salir, en el momento que lo siente mi corazón, no mi cabeza, y si lo hacen es para mostrar su desnudez. No entiendo expresar algo que no sienta, expresar algo que no experimente, expresar algo que no haya pasado por el tamiz de lo que soy. Carlos se expresa con amor, también con dolor, también con sufrimiento, y con dicha, pero siento que lo hago desde lo íntimo, es ahí donde siento el yoga de un modo más límpido, y no sólo se expresa mi verbo, lo hace mi piel, mi gesto, mi mirada, todo lo que soy.

Para mí el yoga es mi silencio de ser, estando conmigo escucho el vivir y ello me enraíza, me posiciona dentro, me trae una fuerza sin fuerza, una amplitud sin meta, un dar sin esperar premio.

Siento que el yoga es amor, mucho amor, y se me empapa el corazón al decirlo. Cada uno ha de experimentar lo que es para sí el amor. Es una puerta siempre abierta, una sensibilidad que siente, una mirada al vivir con las manos suaves. Para mí es algo blandito y me enriquece todos los días el darlo, y el dejarme sentir el amor de los que me aman y lo expresan. Es fluido, lo siento generoso, que abarca, no me aprieta.

La libertad como ser humano la siento en su totalidad viviendo en yoga. Yo mismo, desnudo, conozco mis barrotes, conozco mi inmensidad. Elijo vivir, elijo ser Carlos sin disfraz. 


Percibo el yoga como percepción, percepción de una realidad bajo la aparente forma de la realidad. Una realidad más real para mí, que podría llamarse realidad subyacente, pero simplemente es mi realidad. Percibo que todo yo escucha, que todo yo ayuda, que todo yo decide tras observar lo que subyace. Mucho de lo que percibo me sorprende, otras veces me duele, otras me trae dicha, y así voy  percibiendo, observando el juego de equilibrios tras percibir, aprendiendo a no jugar tanto a las identificaciones y arrastres, a estar en mí viviendo, a vivir que es una ciencia, la ciencia del yoga.

versión Ebony Day-"Somebody Else"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva


martes, mayo 09, 2017

Paciencia y abandono en yoga

Paciencia y abandono en yoga


Muchas veces ando por Huelva con Alba, paseamos por un parque cogidos de la mano.
-Vamos a parar -le digo, y los dos nos detenemos-. Ahora escucha, dime: ¿dónde oyes el pajarillo que se ha parado a cantar?
Alba señala a un árbol a su derecha.
-Papá, canta ahí.
Seguimos andando por el parque, hay un murmullo permanente de pajarillos que vuelan alborozados, el cielo está azul, y nuestras pisadas sobre la hierba van acompasadas a pesar de que Alba solo tiene cuatro años.
-Para de nuevo. Escucha: unas crías de pajaritos- le digo-. Escucha, pían sin parar.
Alba mira en todas las direcciones. El parque se encuentra lleno de árboles frondosos de hojas de un verde refulgente.
-Venga, vamos despacio -y andamos sigilosos, atentos, despiertos, pacientes-. ¿Oyes un pío pío pío seguido, que no para? Esos son los bebés de los pajarillos.
-Papito, sí lo oigo -me dice, y juntos de la mano, nuestros pies pacíficos pisan la tierra en busca del misterio. Nos detenemos debajo de un árbol, hemos recorrido un buen trecho en una lentitud sigilosa y gatuna, erguidos y vivos.
-Mira, Alba, su papito y su mamita se van turnando para darles de comer, mira cómo no paran de volar. ¿Sabes hija? Cuando las aves se aman, no se separan y son símbolo de amor desde hace muchos, muchos años.
Y Alba aprende, y yo también.

Un mundo de prisas, una realidad devoradora de tiempo, unas expectativas inmediatas. Todo comulga para vivir la impaciencia de vivir. En yoga aprendemos del silencio, pues en el silencio se oye el latir de la vida. En yoga aprendemos la calma, que nos ayuda a vernos y a ver, a sentir y ser sentidos.
Del silencio y la calma podemos cultivar la paciencia, sobre todo cuando reina la impaciencia. La paciencia supone un aprendizaje continuo del acto de vivir pues sin ella no vivimos en nosotros en plenitud.
A mí me sorprende mucho del mundo en que vivimos donde habitualmente la vida tiene que ser rápida. Reflexionándolo a bote pronto, resulta que tiene que ser rápida para pasar a otra cosa de un modo raudo.
Estoy en cualquier cola del banco, de la tienda, de donde sea y me irrito si no avanza, y mientras tanto miro con mirada fija a quien atiende, presionando. Si voy en el coche y el coche que se encuentra delante va lento, le pito y le insulto pegando mi coche al suyo para que se aparte. Si alguien desea profundizar en algún curso de yoga, me preguntan ¡si doy algún curso para ser profesor en una semana! Si caigo enfermo, no acepto la situación y solo quiero volver al lugar donde estaba, que era cuando no estaba enfermo. Si quiero tenerte entre mis brazos y no te tengo, me frustro ante la expectativa no cumplida. En casa, el microondas me ahorra tiempo. El ordenador tiene que descargar rápido. Las vacaciones tienen que llegar ya, y cuando llegan, a ver si se acaban que no sé qué hacer. Si escucho a alguien en un diálogo, corto el diálogo para mostrar mi gran postura en el tema tratado. Las fotos, los chats instantáneos en el móvil me permiten permutar en varios roles a la vez donde rápidamente adopto varios personajes. Y a ser posible que este artículo sea corto para leer que no tengo tiempo.
A mí me gusta la paciencia, y trato de mirar mi impaciencia para profundizar en los pilares de lo que soy. Me dejo hacer, me dejo vivir, intuyo que la vida se encuentra llena de señales y que mi impaciencia, al reconocerla educa mi paciencia, y educada esta -unas veces con más éxito, otras veces con menos, pero habitualmente con el eje colocado para escucharme-, aprendo y crezco. No es nada fácil, pero bueno, me digo, lo importante es que reconozca que me encuentro impaciente. Luego me hago preguntas breves y sin proyección, sin bucles, por ejemplo, qué deseo, anhelo, resistencia, emoción... logran que me impaciente. Entonces le doy nombre, y en ese lapso, el del poner nombre, ya me he detenido. Al hacer solo eso, ya me he reajustado. Y a partir de ahí lo trabajo en mi paciencia lo mejor que puedo.
Ya reconozco en los lugares donde la paciencia ya se ha asentado, por ejemplo, en las colas; realmente las disfruto, si son muy largas, saco un libro y, si no, solo observo, y cuando llego a las persona que me atiende le doy los buenos días o buenas tardes o buenas noches y soy amable, pues debe ser terrible soportar la impaciencia durante ocho horas todos los días de personas y personas que atender. Al mostrarme amoroso reconozco su labor, quito el automatismo al acto, y convierto la relación en una relación mucho más humana y enriquecedora para ambos, y ahí fortalezco uno de los pilares de la paciencia, del amor a mí mismo, del amor al otro, del amor a la tierra que nos acoge. Creo que la vida en sí es paciente, y la tierra, y los planetas y el universo, pues para crear algo tan hermoso como lo que somos con toda la vida que nos habita, con la tierra, un diminuto insecto, un ave libre y hermosa, un sol que calienta y todo aquello que late en nosotros y nos rodea y vive, tienen que haber pasado muchos millones de años de paciencia.
Si conduzco, me encanta el carril de los lentos, y no añoro la meta. Si el ordenador no va rápido, lo apago, ya decidirá qué hacer cuando le apetezca cuando lo encienda. Si añoro tu abrazo, mi paciencia me colmará. Para el comer, compro poco, cocino poco, como poco, y lo hago con deleite. Y así, despacio, voy aprendiendo andando a ser paciente. Es importante sentirse ligero para ser paciente, pues la impaciencia pesa, y nos carga; en realidad son pompas de jabón, pues no tienen soporte firme a donde asirse.
Hay situaciones mucho más complicadas donde la impaciencia surge de una resistencia, por ejemplo, "me resisto a aceptar que la enfermedad me ha robado la vida". Ahí el trabajo de yoga ha convertido la frase en: "la enfermedad y el dolor me muestran lo mejor de mí y son oportunidades". Es decir, ante una dificultad mayor, la paciencia ha de estar acompañada de dosis de claridad, de calma, de lucidez, de saber ajustar qué quiere enseñarte la vida para ser mejor ser humano, y agradecer y agradecer a la vida, a las personas que te quieren, pues si hay calma y paciencia, día a día, todo va cambiando y uno va encontrando respuestas.
En yoga explico muchas veces el abandono. En la foto de arriba las alumnas realizan un uttanasana con plena conciencia de abandono y nos lo enseñan de un modo muy bello y profundo, es decir, vivo con el corazón y caigo hacia ti, tierra mía. Aparto la expectativa, suelto aquello que pesa, que me carga, y me dejo llevar. Y caigo, pero lo hago con la humildad de verme ligero, y ahí, la gravedad me lleva hacia la comprensión y me trae respuestas, pues no hay lucha, no hay demostración, solo es un trapo al viento de la vida, para buscar luego la vertical reconstruido en mí mismo, como si una mariposa naciera de una larva en ese crecer hacia la postura de tadasana, de pie, una mariposa de colores vivos para ver a la mujer y al hombre nuevo que han tenido la valentía de tener paciencia en abandonarse y vivir en corazón.
La paciencia es hermana de la tolerancia, reconociéndome me tolero en lo que soy y aprendo a amarme pacientemente, y así, aprendo que todo se hermana conmigo y aprendo a amar todo lo que me rodea, y aprendo a ser tolerante con mis semejantes y con la hormiga, pues, si mirara muy profundamente, me daría cuenta que todos estamos en lo mismo, somos lo mismo, nacemos de lo mismo y morimos en lo mismo.
Ali Farka Touré & Toumani Diabaté-"Debe live at Bozar" y "Sabu Yerkoy"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva, Mayo 2017

domingo, febrero 26, 2017

Unas manos que aman


 Unas manos que aman

En yoga todo lo que se apoya es importante, puede ser unas manos, las rodillas, los pies, el lateral del cuerpo, la espalda, la cabeza... Lo que apoya me trae a tierra, me enseña a enraizar, a sentir lo que soy, a sentir que la tierra se encuentra viva y respira, y que yo en la postura lo hago mediante su ayuda y comprensión.

Cuanto menos esfuerzo ponga en la postura, cuanta más atención relajada aplique, más se abrirán las vías para encontrarme conmigo mismo y con el tempo de la vida. Hay menos esfuerzo porque el esfuerzo es el justo, es el tono que surge de ajustarme con respeto y amor. Entonces la postura, como una figura simbólica que representa la vida y el amor, reparte los pesos y contrapesos, los tonos y los abandonos, todo regado con una atención y calma viva, penetrante, sutil, suave, que envuelve todo aquello donde se posa la mirada interna y que tiene como eje ese respirar que nace del enraizamiento.

Para mí la mano -mis manos- son algo mágico, excepcional, maravilloso por los significados que han ido adquiriendo según las iba descubriendo en mi viaje con el yoga. Unas manos que se han ido abriendo, a la par que se abría mi corazón. Eso no ha ocurrido de un día para otro, iban pasando los días, las semanas, los meses y los años, y mis manos eran cada vez más firmes, más sensibles, más abiertas a escucharme y a escuchar la vida que me vive. El tacto con la esterilla es el tacto con el corazón de la tierra viva que late en la postura que siento.

Mis manos, amigas de mis muñecas,  amigas de mis codos,  amigas de mis bíceps, amigas de mis tríceps, amigas de mis hombros, amigas de mi espalda, amigas de mis omóplatos, amigas de mis pulmones, y ahí, en el centro, mi corazón, mi amigo. Y en ese latir, laten al unísono el corazón de la tierra con mi corazón que sienten y envuelven mis manos.

Manos, manos que sienten, manos que acarician con fragilidad, manos que aman con fuerza, manos que miran y abrazan, manos que van de cara con valentía de ser manos amorosas, manos que laten, que recorren, que abrazan, que colman, que se abandonan a ser manos.

Dos manos, vivas, corazones que bailan, que vuelan, que sienten el tacto del aire, que respiran los poros de la esterilla, que transpiran la piel de la tierra, tu piel.

                                                                   .Manos.

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva

lunes, mayo 26, 2014

Habitando la felicidad




"-¿Es esto la felicidad?
-Sí, como ves, así es, no hace falta más."
 Conversaciones en un parque de Huelva mirando las musarañas.


Normalmente suelo comentar de vez en cuando con los alumnos antes de  las clases cualquier tema que me parece interesante para todos y que nos permita comprender un poco más. El otro día hablábamos en clase:

-Bueno, solemos empezar las clases meditando, y muchas veces os hago preguntas sobre lo que sentís, sobre la meditación o sobre lo que vaya surgiendo de yoga. Hoy os voy a volver a preguntar sobre la meditación... Bien, nos sentamos, cerramos los ojos, ¿y qué? ¿Qué pasa?¿O no pasa nada?

-Trato de no pensar -dice un alumno.
-Bueno, eso es un poco complicado ¿no? -le digo -. Bien, cerramos los ojos, ¿y qué?

-Pues yo desconecto -dice otro alumno.
-¿De qué desconectas? Bien, cerramos los ojos, ¿y qué?

-Yo siento el cuerpo  -dice un tercero.
-Genial, sientes el cuerpo, cuéntame algo...
-Procuro sentir mi cuerpo...
-Maravilloso, dime más...
-Me acomodo.
-¿Te pones cómodo en postura entonces? ¿Te ajustas internamente?
-Sí.
-Eso del cuerpo, ¿qué es lo que sientes?
-Siento las piernas, la columna, la cabeza...
-Cuéntame algo más, por ejemplo, ¿te pesa el cuerpo como cuando empezaste hace dos años, o te sientes más ligero?
-Me siento más ligero.
-Genial, ¿estás más cómodo en tu cuerpo, no?
-Sí.

-Bueno, volvamos al inicio. Nos sentamos a meditar. Cerramos los ojos. Contadme más...

-Yo observo mis pensamientos  -dice otro alumno
-Estupendo... ¿y?
-Trato de no irme con ellos, me fijo en mi respiración.
-Anda, qué bien.  Es decir, llega algo, lo observas y dejas que se vaya, ¿es así? Y te mantienes en tu respiración.
-Sí, unas veces me cuesta mucho y otras no...
-Pero ahora eres capaz de estar sentado, observar y no salir corriendo, ¿es esto cierto?
-Sí.
-Es decir, ahora estas cómodo con más facilidad con tus pensamientos, tus emociones, con tu respiración... Los observas... Si quisieras, eres capaz de darles nombre a esos pensamientos.... Si te embarga una emoción, por ejemplo, sabes ponerle un nombre y, ¡anda!, eres capaz de mantenerte observando sin verte arrastrado por ellos, aunque sea un rato… ¡coño y te respiras! Qué alucine, ¿no? Respirarse, sentir la vida.

Como veis, a lo largo de estos meses habéis sido constantes, disciplinados en vuestra practica, no habéis desfallecido y han ocurrido pequeñas cosas en apariencia sin sentido, pero son muy importantes, son lo que denomino los pequeños milagros que nos crean las condiciones de felicidad.

Resulta que estamos cómodos con nuestro cuerpo, además lo siento como cuerpo, no lo imagino. Esto es muy importante: es diferente imaginar, fantasear sobre el cuerpo, que sentirlo. Eso se llama "la realidad del cuerpo": el cuerpo ya no es solo referencia de placer o dolor, nos está diciendo muchas más cosas, se ha hecho amigo nuestro, estamos cómodos, nos sentimos confortables con él, es una ancla de felicidad.

Me comentáis que si os distraéis mediante la respiración volvéis a prestar atención: a eso lo podemos llamar "recuperar el hilo de la existencia", volvemos a nosotros y eso es un milagro bellísimo. Resulta que ya no andamos tan perdidos en el olvido de no estar atentos, ya no andamos tan perdidos entre tantas distracciones en un bosque sin luz, donde no sabemos el camino que pisamos.

Me habláis de que observáis el caudal de pensamientos, de emociones… Decíamos que con eso ya estamos aprendiendo a ponerles nombre. Si nos embarga una sensación de cualquier característica sabemos, sentimos por qué es y no os dejáis arrastrar por ese caudal o tsunami de pensamientos y emociones. Se ha producido otro milagro maravilloso, estoy aprendiendo a tener espacio interior, estoy aprendiendo a ser libre, pues elijo. A eso se llama "descernir libremente mi espacio de libertad".

Entonces, solo de estar sentados, junto con nuestra práctica de yoga, con nuestra regularidad, con todo ello, se están produciendo milagros. Jopé, con la que está cayendo y resulta que todo ello me hace feliz, ¿no? Pues vivir en el cuerpo, vivir en la respiración y vivir en la mente significa vivir despierto, despierto "al presente de nuestra vida", que es lo más hermoso que hay. Además ¿no estamos cómodos, no nos sentimos confortables con ello? ¿No siento más amabilidad hacia mí mismo, hacia mi cuerpo, hacia mis pensamientos, hacia mis emociones, hacia mi respiración?

La amabilidad hacia uno mismo es una de las semillas más poderosas del amor. Persistamos y, entonces, ese caudal lo alimentaremos de amor y todo ello, gota a gota, paso a paso, nos permitirá vivir despiertos hacia la felicidad de la existencia.


Todo este andar, todo este camino nos está enseñando a vivir en nosotros: a eso se llama "habitar en la felicidad andando por el bosque sabiendo dónde pones los pies".



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