Andando por unas calles medievales, me
encontré con un herrero. Desde niño los tenía mitificados, me resultaba
sorprendente poder manejar de tal modo la materia, y en mi alma de niño soñaba
con forjar la espada de Conan, el Bárbaro, que era uno de mis cómics preferidos,
y ser un guerrero invencible amante de la aventura, de las buenas acciones y de
las princesas deslumbrantes.
Y siendo niño organizaba batallas donde
colocaba a mis huestes para tomar árboles fortificados, pequeños fuertes
rodeados de fosos, luchando con los otros niños guerreros en un juego sin fin
que duraba hasta que anochecía.
Según fui creciendo, el espíritu del
guerrero se mantuvo a lo largo de mi vida.
Y llegó un día el yoga para atenuar tanta
energía, y elegí el yoga del guerrero, el yoga fuerte, el yoga duro, el yoga
espartano y durante años me forje ahí.
Pero algo no iba bien, busqué un yoga más
femenino, más ying, no tan yang y me inundé de él.
Pero seguía sin encontrar el camino
adecuado.
Y un día, en un taller de yoga de artes
plásticas, allá en las montañas de Barcelona, me desnudé y elegí ser pintado
plenamente, íntegramente, fue una catarsis esas horas pintándome. Y desde lo
alto del monte donde me pintaban, ya completamente convertido en un guerrero de
colores, bajé silenciosamente y con paso majestuoso, pero humilde pues había
comprendido, hacia la Masía donde estaban todos los compañeros.
Luego, por la noche, mi amigo Manolillo
durante horas me fue quitando la pintura con agua caliente. Yo seguía
silencioso, en catarsis.
Y comprendí que era un guerrero pero la
fuerza radicaba en mi corazón, no en el esfuerzo, en esa energía tan tremenda
que desde niño, durante mi adolescencia y madurez, me llevaba a subir la piedra
una y otra vez como Sísifo a lo alto de la montaña, para volver a dejarla caer.
Y el yoga me va mostrando ese camino del
guerrero donde el campo de batalla es interno, donde la espada no mata, sino
que da luz, donde la fuerza es la fluidez de tu comprensión, donde tus sombras
son tus compañeros no tus enemigos. Donde el día y la noche se confunden y se
alimentan, pues ambas son claridad y oscuridad de lo que eres.
Y donde el corazón es el eje, el faro para
darte cuenta que no hay batalla, hay camino. Donde no hay ni fuerza ni
suavidad, sólo hay momento presente de sentir.
El herrero da calor para modelar la
materia. La práctica, y sólo la práctica constante, nos purifica limpiándonos
de aquello que no sirve, abriendo los poros de la piel para que suden las
rutinas de lo que no somos, dando calor y disciplina interna para asentar y
flexibilizar, para ceder, encajar y fluir y no luchar, para desgastar sólo
aquello que exige el equilibrio, y nos dota de espadas convertidas en
arados para arar la tierra y plantar semillas de paz para abrir
sonrisas y corazones.
Nach - El camino del guerrero
3 comentarios:
Ver "Ghost dog,el camino del Samurai",de Jim Jarmusch.
recibidoooooooooooo
si la tienes cuando nos veamos me la pasassssss
recibido
me la pasas en cuanto nos veamosssssssssss
baby
vivan los blues brother
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