miércoles, mayo 30, 2018

Yoga bajo una morera




"Habiendo abandonado todo apego a los frutos de sus acciones, siempre contento y sin ningún tipo de dependencia de nada, aunque participa en la acción no se mete realmente en la acción".
Bhagavad Gita 4/20

Recuerdo que hace unos pocos años, cuando planté la morera, por un lado, me traía a mi niñez, a los gusanos de seda en la caja de cartón de unos zapatos, el buscar sus hojas para darles de comer, el observar absorbido cómo tejían su envoltorio de seda en una belleza inconmensurable. No había tiempo, todo era asombro y belleza y, cuando nacían las mariposas, eso era pura vida.

El podar es un arte. A mí me gusta ir observando a lo largo del año los árboles y, tras mucho meditarlo, decidir dónde ha de producirse la eclosión de belleza. Y para ello confío, y corto delicadamente lo que siento. Son muchos factores los que intervienen, pues es necesario que el árbol se exprese en lo que entiendo es, su modo equilibrado, y para ello hace falta tener paciencia y tolerancia, respeto y amor al árbol. Luego él y yo  -pues en realidad ambos formamos una unidad- nos regalamos aquello que nace.

Las moras eclosionan a lo largo de una semana, y no sólo me gustan a mí, también les gustan a la multitud de pajarillos que pueblan el bosque alrededor de casa, y a multitud de minúsculos insectos.

La morera se abre con todas sus ramas como una catarata de colores, y yo debajo, en el silencio interno de la dicha que me invade, del tempo detenido, voy cogiendo delicadamente mora a mora, hago pausas de disfrute, pues las hojas, las ramas rebosan de felicidad, y ambos compartimos.

Sólo recojo las moras que están al alcance de mi mano, rama a rama, momento a momento, sutileza a sutileza, y suavemente las voy colocando en el recipiente. No tengo ninguna prisa, ni avidez en el acto. Muchas veces los pájaros ni notan mi presencia, y se posan a unos centímetros de donde estoy, y les veo coger una mora y salir volando con ella en el pico.

Y así lleno un poco el recipiente, e igual por la tarde vuelvo y recojo otro poco. Lo curioso de todo es que pasan los días, y no hay menos moras, hay cada vez más, es como si por el respeto que ha nacido de ambos, el árbol me compartiera en su felicidad mayores frutos. Su savia fluye y me regala; por mi lado, le cuido en permanentes cuidados.


Volver a mi casa me ayuda a dar frescor a mi centro, a mi silencio, frescor a mi vida, y ella, la naturaleza, me reconoce como uno más, pues he estado tantos años ahí con ella. La vida como síntesis en sí misma en un pequeñísimo fruto de color morado, suave y blandito.

Sofía Ellar-"Amor de Anticuario"

Artículo escrito por Carlos Serratacó

viernes, mayo 25, 2018

El silencio



"Lo importante es jugar, papito, no ganar”
Alba

"El vencedor está sembrando odio
porque el perdedor sufre.
Que abandonemos la ganancia y la pérdida
y encontremos la alegría"
Buda

"Todo es Brahma"
Carlos


Un modo de darnos cuenta de que hay una progresión en nuestra práctica de yoga es que surge el silencio dentro de nosotros mismos. Ante todo cada uno siente su satya, por tanto, cada uno puede experimentar el silencio del modo que quiera. A mí me hace gracia que se crea que el yoga son sólo posturas y que dichas posturas han de ser perfectas. Lo curioso es que llevo años repitiéndolo; es inútil, la periferia, que llamo, la convulsión del ego nos lleva una y otra vez hacia la oscuridad. Es mi punto de vista y, como tal, lo comento en el blog. Para llegar al silencio, hay que reconocerse y aprender a silenciar lo que haya que silenciar en todos los estratos. La postura sólo muestra al profesorado que lo sabe vislumbrar el alma del alumnado, y es su responsabilidad dar las señales que su satya le muestra y que le señala del modo que vea más conveniente.

Avidya, la ignorancia, es experta en camuflarse, pues siempre permanece. Que cada uno resquebraje sus corazas y que cada uno encuentre su silencio.

La realidad en el silencio se encuentra en lo más hondo y sólo se accede mediante el silencio de la calma. Allí nace todo, como tal es inabarcable, es horizonte. Yo lo llamo "permanecer en la estepa"; es una estepa donde todo es horizonte y asentarse es un continuo trabajo interno, un continuo sadhana.

Para mí el yoga no son posturas, es espíritu. Para atisbar, hay que ir silenciando la periferia plagada de una mente caprichosa; unas emociones que nos apegan; unos gestos que nos muestran cuando lo que digo o hablo no se corresponde con el gesto; es la propia respiración la que nos habla de nuestro silencio.

La periferia en la convulsión de sus patrones habituales nos hace creer que estamos sujetos a algo. Es cómodo estar ahí pero, por otro lado, resulta que la inercia no nos deja ser lo que somos, y lo que somos no es lo que creemos ser.

El silencio como tal nos da pistas de lo que somos, pues el único modo de vivir el silencio es profundizar, es hacia dentro, no tiene nada que ver con el ruido, o con los patrones habituales.

El ruido engaña. Hablo de ruido interno, de ruido mental, de ruidos que nos impiden vislumbrar el potencial que tenemos como seres humanos, en la calma y en paz dentro de lo posible.

El silencio es primigenio y te va empapando. Bucear en la estepa implica hacerlo en plena y absoluta soledad y eso es jodido. Resulta más fácil todo lo demás.

El silencio nos limpia y nos va regenerando en el ajuste continuo de ser uno mismo, y ahí se encuentra el darnos cuenta, pues si nos damos cuenta que siempre giramos en el mismo sentido dentro de la peonza de la vida, seguimos en la periferia.

Habitualmente pregunto al alumnado: y tú, ¿de qué te alimentas?

Creo que, si bebemos del silencio, nuestra mirada va a resultar más fresca y, sobre todo, más real sobre lo que somos como seres humanos, pues entiendo que por lo menos yo, Carlos, no estoy en la tierra para dedicar mi tiempo a que me vean y alimentar un espejo perfecto, sino para otra cosa; eso es periferia, eso es que el espejo donde me miro se encuentra con la niebla de avidya, por ejemplo.

Hay que educar a domar la distracción, igual que se cepilla a uno de mis amados burros, en amor.

El yoga se muestra en lo cotidiano, no en la postura. Resulta absurdo que uno pueda ser profesor de yoga si es incapaz de verse, y encima tener la supuesta valentía de dar clase. ¿Qué muestro en clase?

¿El espejo, la periferia, el avidya perpetuo? ¿O muestro la presencia de mi silencio, que no se muestra, simplemente está, pues surge de dentro sin buscarlo? Resulta esencial la no meta, la no acción hacia el fruto, pues así no aparece el fruto.

Es importante avanzar desde la periferia reconociendo los pequeños espacios de silencio para ir progresando, sintiendo desde mi propia ética interna hacia dónde voy.

Está claro que, aunque dé en este artículo opiniones personales, eso no es la verdad, cada uno tiene su camino, pues el camino es plenamente personal y único.

Resulta imposible transmitir al alumnado el silencio, pero sí cabe señalar vías recorridas. Luego, que cada uno experimente, pues el silencio es pura experiencia de lucidez. Un buen modo de darme cuenta es ver si soy capaz de discernir.

El silencio es desprendimiento, es rendición, y el pretender acumular lo que sea dentro de mí e ir hacia el silencio es incompatible. Entiendo que la rendición es corazón y amor, y ello, igualmente, sólo puede ser experimentado por cada uno.

Al silencio, entonces, se va llegando de modo progresivo, entran en juego todos los factores de mi vida, es decir, cómo vivo como persona, y ello lo muestra mi karma. Por tanto, es un trabajo arduo.

Como decía, el silencio es primigenio, y por eso es raíz. Volvemos a la pregunta anterior: ¿cómo me alimento? Y no hablo de nutrirse de comida, hablo de alimentarse en lo vital: lo que pienso, lo que siento, cómo actúo, cómo es mi cotidiano.


El silencio no tiene identificación, es silencio. Según progresamos, uno es desde el silencio y, para ello, aprender a trascender es importante.


      Bomba Estéreo- "Soy Yo"

Artículo escrito por Carlos Serratacó


domingo, febrero 18, 2018

El zumbido de las abejas

                                                      



"Todos huyeron envueltos en su egoísmo,
y sólo quedamos el dragón y yo.
Su fuego me invita a la comprensión,
nace la fortaleza ante tanta debilidad,
mi corazón se abre y se abre,
y en mí vivo y observo,
con una calma inconmensurable
que me muestra la flor, la semilla,
el tallo y el color. Tanto color
por más que queme el fuego,
el dolor del egoísmo.
El amor brota sin escondites,
sin recovecos, en la realidad
de lo que es, pues soy amor,
y eso ni el dragón ni ningún humano
lo exterminará".

A lo largo de este último año pocas veces he podido volver al campo. Me apenó mucho ceder a las burras a un amigo pero la realidad es la realidad, y ahí no cabe negociación. Y la enfermedad me impedía atenderlas y compartirnos.

Las añoro. Tantos años juntos, "hermanados". A mí me gustaba comunicarme con ellas, teníamos nuestros propios códigos de amor entre ruidos, gruñiditos, gestos y miradas, nos hablábamos en lealtad. La convivencia a lo largo de casi media vida con la naturaleza me ayudó a comprender mucho de comunicarse la propia naturaleza con ella misma, y ella conmigo, entre nosotros.

Los árboles hablan, las flores también, el cielo, el olor, la luz, la tierra: todo expresa, y entiendo que es la sensibilidad y sutilidad de la percepción lo que nos permite expresarnos entre iguales con el corazón en la mano.

Me comunicaba con las tres burras, me comunico con Prana, el perro, y con el bosque que ahora se reparte alrededor de la casa donde viví tantos años. Antes sólo había piedra. y con mis manos regué mi alma, todos juntos; allí la tierra y el cielo, el sol se expresaban sin mentiras, a pecho desnudo.

Acabó un ciclo, ahora vivo otro. No me pierdo en la añoranza, y a mi corazón traigo la sinceridad de mi expresión de lo que soy, su transparencia. Mi yoga nació ahí, mi viaje nació y se expandió desde Beas, desde un rincón de la campiña de Huelva. Suena raro, pero el mundo humano jamás me ha enseñado tanto, ni unos valores tan íntimos, honestos y reales como todos esos años rodeado de animales, viviendo como un salvaje, y sólo bajando a Huelva a las clases de yoga, a que se conociera el yoga en Huelva.

Fui, entonces, el otro día al campo, tanto tiempo sin ir.

Me asombraron las flores, los colores, todo lleno, cada rincón. Asilvestrado en su propia creatividad, y sin las burras pastando, me costó hasta llegar al núcleo, a la casa, por la altura de las hierbas y las flores.

El canto de los pájaros era tan hermoso, tan progresivo, tan libre. De todas las direcciones surgían cantos. Me sentí inmensamente afortunado. En el silencio de lo que me hace feliz, ahí oyéndome en dicha y oyendo el campo, sintiendo reconocerme en aquello que soy, de la tierra de donde vengo, y a donde iré.

Llevo algunos meses trabajando internamente el ir deshaciendo lo que considero densidades dentro de mí. La casa de campo acumula vidas, y en cada visita voy dejándola más ligera, vaciándola, y regalando parte de aquello que ha ido apareciendo en lo que considero mis muchas vidas.

Tras pasar unas horas con la transformación interna de la casa hacia una vibración más ligera, salí al barroquismo de la creatividad natural, y fui andando entre las hierbas, flores y árboles.

Un zumbido de fondo me iba calando entre tanta tonalidad verde, blanca, amarilla, lila de las flores. Presté una mayor atención: entre las flores danzaban las abejas de una flor a otra, bailando la vida.

Volví a sentirme inmensamente dichoso, mucho, pues las abejas están desapareciendo, no somos conscientes, pero es así, y ahora, su danza, su música componían algo único.

Me imbuí en el zumbido de fondo, era un zumbido que expresaba vida, alegría, amor y valentía de ser y cantar.

Ahora, en este momento, el bello zumbido de las abejas vive en mi corazón como expresión dulce de lo que soy en comunión conmigo, y de la alegría de las abejas, de la mirada límpida del Prana, de la lealtad salvaje de las burras, de los colores de la tierra, del canto de las aves, del silencio de ser Carlos sin más, pues nada me hace falta. Agradecido, no quiero nada, tampoco lo busco. Todo está. Todo en su belleza es.


Ayer tarde volví con mi hija Alba al campo para que oyera el zumbido de las abejas, el zumbido que nos acompaña, y ella en su inocencia comprende, y su comprensión me colma.



domingo, octubre 29, 2017

¿Qué entiendo por yoga? El día de hoy, en octubre del 2017



Para mí el yoga es una ciencia de la vida. Me ayuda a tener una mirada dulce y clara bajo las formas aparentes de la vida, de mi vida, correr el velo de la no comprensión, y sentirme libre de decidir desde el corazón.

Una ciencia puramente experimental donde las diferentes partes de uno mismo se educan para centrarse. Unificadas, generan la conciencia de darme cuenta. El darse cuenta se alimenta de darse cuenta. Quiero decir que teniendo un poco más de conciencia de uno, se amplía la conciencia de uno mismo. Cuanto más de mí se encuentre bajo unos determinados parámetros de centramiento, más me sentiré en mí y en la vida que vive en mí.

Una ciencia suele ser mental, en el yoga la propia mente educa a la mente, y surge un modo de sentir de darme cuenta. Eso ya no es tan mental. Es como si se asomara tu alma para quedarse, y te dieras cuenta de ti mismo, de Carlos, de que soy Carlos, el de verdad y ese Carlos es único pero es parte de un todo que late.

Curiosamente, según avanza tu percepción de ti mismo, te trae presencia, te hace vivir un presente continuo estando en ti. Segunda curiosidad: esa mente que educa a la propia mente, si se encuentra bien direccionada por uno mismo, viaja hacia el centro del alma que es el corazón. Eso implica quitar poder a la mente, a su parte de ego. Curiosa paradoja: te quitas poder pero ganas presencia, te quitas poder pero ganas comprensión. La presencia vibra la vida, la comprensión te hace un ser menos egoísta y más diáfano.

Una ciencia de la vida te ayuda a vivir mejor tu vida. El yoga es equilibrio, es sentir dentro de ti, en tu cuerpo, en tu emoción, en tu vida, en la que degustas equilibrio a pesar de los propios malabares del día a día. Equilibrio que va de la mano de la calma y, para que ambas se ayuden, hay que aprender a ser humilde. La vida es un juego de equilibrios, y la pequeña toma de decisiones bajo una mirada central te ayudan a volver a tu centro equilibrado. Es bonito ese juego, te enseña que la vida no es como tú proyectas, pero te enseña como ciencia que, si vibras en una determinada dirección, la realidad de lo que anhelas en lo profundo de tu ser está ahí. Siempre ha estado ahí.

La humildad va desarrollándose bajo esa mirada que penetra hacia el corazón pero que vuelve a la vida más clara, menos contaminada por los caprichos de la mente, o las dictaduras del cuerpo. Uno nota esos cambios en su vida de un modo pausado. Por ejemplo, no es tan importante mostrar, a mí me gusta aprender a ser, y que mi ser vibre, sin aspavientos ni tecnologías, y si nacen cualidades buenas para mí, las nutro para seguir creciendo, y las comparto con los seres que amo. Vuelvo a la palabra egoísta. El desequilibrio camuflado me lleva al egoísmo, pero si estoy en mí, aprendo de ello, y siento que aprendo si me amo, y amo más desprendido, vuelve entonces a aparecer la humildad, la sencillez de ser.

El yoga tal como lo vivo ha de llevarme hacia lo sencillo, hacia que mi vida sea menos barroca y dramática, menos televisiva.

Entiendo el yoga como ternura, es beber y sentir la dulzura que hay en uno, y beber, nada más. Sé que bebo del lugar adecuado si al mirarme lo hago tiernamente, si al acariciar a las personas que amo lo hago dulcemente, si mis palabras tienen un verdadero significado al expresarlas, y esas palabras que salen de mi boca, salen cuando tienen que salir, en el momento que lo siente mi corazón, no mi cabeza, y si lo hacen es para mostrar su desnudez. No entiendo expresar algo que no sienta, expresar algo que no experimente, expresar algo que no haya pasado por el tamiz de lo que soy. Carlos se expresa con amor, también con dolor, también con sufrimiento, y con dicha, pero siento que lo hago desde lo íntimo, es ahí donde siento el yoga de un modo más límpido, y no sólo se expresa mi verbo, lo hace mi piel, mi gesto, mi mirada, todo lo que soy.

Para mí el yoga es mi silencio de ser, estando conmigo escucho el vivir y ello me enraíza, me posiciona dentro, me trae una fuerza sin fuerza, una amplitud sin meta, un dar sin esperar premio.

Siento que el yoga es amor, mucho amor, y se me empapa el corazón al decirlo. Cada uno ha de experimentar lo que es para sí el amor. Es una puerta siempre abierta, una sensibilidad que siente, una mirada al vivir con las manos suaves. Para mí es algo blandito y me enriquece todos los días el darlo, y el dejarme sentir el amor de los que me aman y lo expresan. Es fluido, lo siento generoso, que abarca, no me aprieta.

La libertad como ser humano la siento en su totalidad viviendo en yoga. Yo mismo, desnudo, conozco mis barrotes, conozco mi inmensidad. Elijo vivir, elijo ser Carlos sin disfraz. 


Percibo el yoga como percepción, percepción de una realidad bajo la aparente forma de la realidad. Una realidad más real para mí, que podría llamarse realidad subyacente, pero simplemente es mi realidad. Percibo que todo yo escucha, que todo yo ayuda, que todo yo decide tras observar lo que subyace. Mucho de lo que percibo me sorprende, otras veces me duele, otras me trae dicha, y así voy  percibiendo, observando el juego de equilibrios tras percibir, aprendiendo a no jugar tanto a las identificaciones y arrastres, a estar en mí viviendo, a vivir que es una ciencia, la ciencia del yoga.

versión Ebony Day-"Somebody Else"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva


domingo, octubre 01, 2017

Yoga y enfermedad, los inicios, la observancia y la alegría


"Junto al dragón siempre hay una princesa".


El 28 de febrero caí enfermo. Un dolor de muerte se apoderó de mí en la base de la columna, en las entrañas. Un dolor de muerte es un dolor infinito que ninguna medicina puede solventar. Tuve que dejar las clases de yoga y las formaciones. Las personas más cercanas a mí me cubrieron como pudieron ante una circunstancia tan imprevista como grave.

Tuve que dejar mi vida.

Cuando el dolor de muerte se apodera de ti y va conquistando tu cuerpo, tu mente, tus emociones, tu vida,  te das cuenta de que la enfermedad te ha robado eso tan maravilloso que es la vida, y lo que antes era cualquier circunstancia normal, ahora no tenías ni eso, sólo sentías dolor. No podía sentarme, andar, permanecer mucho tiempo en atención, no podía hacer nada, pues no había patrón de aparición del dolor. Lo único estable era el sufrimiento, atroz e insondable.

Como profesor de yoga, me resulta fácil el reconocimiento de patrones internos, sobre ellos se basa mi trabajo personal o muchas de las sugerencias que transmito a los alumnos más cercanos. Simplemente, la enfermedad no tenía caminos reconocibles, campaba y aparecía y desaparecía a sus anchas.

En un mes había perdido doce kilos por el dolor, fui de hospital en hospital hasta que me ingresaron en el Juan Ramón Jiménez, un hospital público de Huelva. En el hospital me ayudaron en todos los sentidos a estabilizar el dolor. Fueron solidarios, profesionales y recibí en todo momento el amor y la atención que requiere un enfermo durante la semana que me atendieron, en la semana santa del 2017.

No podían hacer más. Así que, de vuelta a casa, seguí ya con una medicación variopinta y poderosa, tóxica pero que ayudaba a menguar.

Han pasado bastantes meses, me encuentro mejor, sigo medicado hasta las trancas, hago una vida de enfermo pero ya noto que la vida ha vuelto a mí.

En todo este tiempo he vivido en yoga, ya venía viviendo en yoga, pues soy un yogui, y sin el yoga y amor de las personas más cercanas hubiera sido imposible salir de un dolor tan profundo, cruel, despiadado y permanente.

El yoga es un modo de vida. Uno puede empezar haciendo posturas, pero si uno persevera, uno ya hace yoga al comer, al andar, en sus relaciones, en el amor, en todo, pues el yoga lo impregna todo. Es muy fácil de explicar: te lleva hacia la unidad de ti mismo con la vida, y la vida es plenamente hermosa, nada más.

En estos meses de sufrimiento varias cualidades del yoga me han ayudado para vislumbrar mi enfermedad con esperanza y valentía, con alegría y aprendizaje. Me gustaría hablar de ello y por eso rompo el prologando silencio para hablar de lo aprendido.

Para empezar, podría decir al inicio del artículo que algo me robó la vida. Ahora puedo decir que, simplemente, la vida me enseñaba unos nuevos códigos que me ha costado mucho descifrar, pues la percepción de lo que era mi vida simplemente se volatizó para sentir, como dije, únicamente un sufrimiento indescriptible. Y ahora mi percepción es otra, más clara, más limpia, más profunda, más real en lo que soy.

A mí el yoga me ha enseñado a no sentirme víctima, en nada. Es decir, soy consciente de lo que soy, de lo que pienso, de lo que siento, de dónde estoy y hacia dónde van mis pasos. Es decir, la realidad de lo que soy en cada instante de mi vida, sin mentiras, ni disfraces. Al sentirme yo mismo en mí mismo, mi realidad es esa, y esa realidad, que es un contacto último conmigo y con la vida que nace de observarme y observar la calma que habita en mí, me ha traído profunda dicha y muchas más cualidades que se encuentran dentro de cada ser humano.

Entiendo la dicha como un estado de ser, no lo entiendo como estar riendo todo el día. La dicha es sentirme amado, es un gesto de calma, de dulzura, un comprenderte, un comprenderme, una pausa, un silencio: es un troncal que hay en ti a pesar de todo lo que pase; es agua que brota encontrado el manantial. Es tanto. Entiendo se encuentra ligado a la serenidad.

Cuando el sufrimiento es tan grande en el ámbito físico, y mental, y emocional y vital solo me cabía observar, pues todas las medicinas que tomaba no hacían efecto en los primeros meses. Era muy complicado observar, pues el dolor te come aquello perenne que quiere observar, de la mente surgen pensamientos negativos que buscan respuesta a tanto dolor, busca la mente identificarse como víctima ante ello, pero es solo la calma y la observación la que permite ver desnudo las oleadas de sufrimiento y aprender a mirar, sin más.

Postrado, inmovilizado, mi cuerpo gritaba y gritaba, oleadas de demonios, un dragón inmenso me quemaba. Pero mi sí-mismo observaba y no me identificaba con los gritos, y miraba el fuego del dragón con dicha.

Para educarme en ello, para estabilizarlo tardé semanas, pero sabía que era mi vía, mi vía de esperanza para comprender los códigos.


Hoy he empezado a explicarlos.

                         Fine Young Cannibals-"Good Thing"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva



lunes, mayo 29, 2017

Las hormigas yóguicas




Desde que Alba nació le pongo la música que me gusta. Está claro que me gusta el soul, me chifla, y a ella también, y ese ritmo que nace del alma y del quejío de los descendientes de las personas que llegaron a América como esclavos; su canto, su blues, su soul lo lleva en el cuerpo; sí, mi hija tiene swing.


Aquí, en Andalucía, donde vivo desde hace tantos años, soy feliz, y amo su cultura, que es rica y soleada, así que hoy la nena se ha vestido de flamenca y nos vamos a las Cruces de Mayo de un barrio de Huelva. Llegamos una hora antes del espectáculo, y al sol nos ponemos a andar: ella con su traje blanco floreado de flamenca, yo de blanco lino entero. Para hacer algo de tiempo vamos a observar hormigas. Llevamos mucho tiempo observándolas, le voy explicando sus características porque, como decíamos ayer, todos somos lo mismo y, entendiendo la sustancia que nos da vida, comprendemos mucho de nosotros y de lo que nos rodea.



Bajamos una rampa; a ambos lados, arena y arbustos. A mitad de la rampa, unas hormigas corren raudas y veloces.


-Mira, Alba, amor: hormigas.
-Sí, papito, corren mucho.
-Sí, amor, las vamos a llamar las hormigas nerviosas. Observa cómo mantienen la fila y van rectas. Vamos a buscar el hormiguero.
-Papá, mira, van hacia allí, pero no veo su casita.
-Cariño, ¿de qué color es la tierra?
-Es blanca, papá.
-¿Y dónde se encuentra la arena de otro color?
-Allí, papito.
-¿Por qué?
-La arena es marrón.
-Muy bien, cariño. Han removido la arena. Esa es su casita, donde guardan la comida, y cuidan los bebitos y tienen sus huevitos. Vamos a jugar con las hormigas. Busca un palo pequeñito. Vamos a colocar el palito en medio de la filita e interrumpir su prisa. Mira, se ponen más nerviosas, histéricas. Aléjate, amor, buscan a quién atacar.
-¿Papá, por qué hacen eso?
-Hija, son de ideas fijas y no tienen pausa. ¿Recuerdas que hablábamos hace un rato de la paciencia, y te decía lo importante que es?


Si nos sentáramos tranquilamente en una calle con multitud de personas en una gran ciudad, por ejemplo, en la Gran Vía de Madrid, observaríamos características parecidas al juego con el que enseño a Alba el mundo que nos rodea y trato de hacerle comprender su significado.


Como hemos comentado alguna vez, el propio sistema en el cual vivimos busca homogeneizarnos: esto significa igualar patrones, igualar necesidades, igualar consumos, igualar miedos, igualar esperanzas, igualar nervios, igualar neurosis, igualar prisas...

Poco a poco y sin darnos cuenta, ello nos deshumaniza, nos va cubriendo nuestras principales características como seres humanos, por ejemplo, el amor, la generosidad, la alegría... valores espirituales que viven en nosotros pero que la propia sociedad de consumo consume devorándonos y haciéndonos olvidar lo que somos: seres humanos.

Este es un proceso de deshumanización y automatización donde todo vale y yo, como profesor de yoga y, sobre todo, como padre, escribo llamando la atención de todo esto, simplemente porque quizás leyendo estas líneas podamos darnos un poco de pausa, un poco de calma, un poco de reflexión, un poco de disfrutar sin prisa de nosotros y de las personas que amamos.

Tomar conciencia de uno y del mundo es eso, es darse pausa y sentir, es darse pausa y amar, es observar la vida, es comulgar con ella, es decidir tener tu propio patrón que no tiene por qué coincidir con el de cien mil personas más; es ser tú y, una vez aprendido eso, puedes ser el otro, pues el otro está en ti, como tú estás en él.

La palabra yoga significa muchas cosas, por ejemplo, significa "cambio". Puede ser que me dé cuenta  de qué me hace bien para equilibrarme, y vaya hacia un cambio creando condiciones para ello. Puede significar "unir los filamentos de la mente" que nos puede querer decir: pon tu atención en lo que es realmente importante y no te pierdas en florituras. Puede significar "unión", que podemos aunarlo a verme en unidad, es decir, no fragmentado en multitud de yoes, y que mi yo central, real, disfrute de la vida en su totalidad. Podría ser "yugo", donde van sujetos dos bueyes y yo, como conductor, mantengo la disciplina, la atención, el amor para conducir mi vida por el camino adecuado.

La vida está ahí y somos parte de ella. Los conceptos, el propio materialismo nos hace creernos especiales y nos separa de la raíz.  Es como entrar en una selva para ir apartando la maraña para encontrar lo que es realmente importante. Y lo importante se encuentra ahí dentro, esperando a que le echemos cuenta, esperando que nos deleitemos con ello.

Experimentemos las hormigas, las aves, un día sin televisión, un día sin quejas, un día siendo amables, un día amando la esperanza, un día en silencio conmigo mismo pues ahí nace todo, en la actitud interna hacia nosotros y la vida, y esa actitud se fortalece cambiando la mirada, la interpretación.


Los frutos son hermosos, probemos.



Artículo escrito por Carlos Serratacó
Huelva, Mayo de 2017




martes, mayo 09, 2017

Paciencia y abandono en yoga

Paciencia y abandono en yoga


Muchas veces ando por Huelva con Alba, paseamos por un parque cogidos de la mano.
-Vamos a parar -le digo, y los dos nos detenemos-. Ahora escucha, dime: ¿dónde oyes el pajarillo que se ha parado a cantar?
Alba señala a un árbol a su derecha.
-Papá, canta ahí.
Seguimos andando por el parque, hay un murmullo permanente de pajarillos que vuelan alborozados, el cielo está azul, y nuestras pisadas sobre la hierba van acompasadas a pesar de que Alba solo tiene cuatro años.
-Para de nuevo. Escucha: unas crías de pajaritos- le digo-. Escucha, pían sin parar.
Alba mira en todas las direcciones. El parque se encuentra lleno de árboles frondosos de hojas de un verde refulgente.
-Venga, vamos despacio -y andamos sigilosos, atentos, despiertos, pacientes-. ¿Oyes un pío pío pío seguido, que no para? Esos son los bebés de los pajarillos.
-Papito, sí lo oigo -me dice, y juntos de la mano, nuestros pies pacíficos pisan la tierra en busca del misterio. Nos detenemos debajo de un árbol, hemos recorrido un buen trecho en una lentitud sigilosa y gatuna, erguidos y vivos.
-Mira, Alba, su papito y su mamita se van turnando para darles de comer, mira cómo no paran de volar. ¿Sabes hija? Cuando las aves se aman, no se separan y son símbolo de amor desde hace muchos, muchos años.
Y Alba aprende, y yo también.

Un mundo de prisas, una realidad devoradora de tiempo, unas expectativas inmediatas. Todo comulga para vivir la impaciencia de vivir. En yoga aprendemos del silencio, pues en el silencio se oye el latir de la vida. En yoga aprendemos la calma, que nos ayuda a vernos y a ver, a sentir y ser sentidos.
Del silencio y la calma podemos cultivar la paciencia, sobre todo cuando reina la impaciencia. La paciencia supone un aprendizaje continuo del acto de vivir pues sin ella no vivimos en nosotros en plenitud.
A mí me sorprende mucho del mundo en que vivimos donde habitualmente la vida tiene que ser rápida. Reflexionándolo a bote pronto, resulta que tiene que ser rápida para pasar a otra cosa de un modo raudo.
Estoy en cualquier cola del banco, de la tienda, de donde sea y me irrito si no avanza, y mientras tanto miro con mirada fija a quien atiende, presionando. Si voy en el coche y el coche que se encuentra delante va lento, le pito y le insulto pegando mi coche al suyo para que se aparte. Si alguien desea profundizar en algún curso de yoga, me preguntan ¡si doy algún curso para ser profesor en una semana! Si caigo enfermo, no acepto la situación y solo quiero volver al lugar donde estaba, que era cuando no estaba enfermo. Si quiero tenerte entre mis brazos y no te tengo, me frustro ante la expectativa no cumplida. En casa, el microondas me ahorra tiempo. El ordenador tiene que descargar rápido. Las vacaciones tienen que llegar ya, y cuando llegan, a ver si se acaban que no sé qué hacer. Si escucho a alguien en un diálogo, corto el diálogo para mostrar mi gran postura en el tema tratado. Las fotos, los chats instantáneos en el móvil me permiten permutar en varios roles a la vez donde rápidamente adopto varios personajes. Y a ser posible que este artículo sea corto para leer que no tengo tiempo.
A mí me gusta la paciencia, y trato de mirar mi impaciencia para profundizar en los pilares de lo que soy. Me dejo hacer, me dejo vivir, intuyo que la vida se encuentra llena de señales y que mi impaciencia, al reconocerla educa mi paciencia, y educada esta -unas veces con más éxito, otras veces con menos, pero habitualmente con el eje colocado para escucharme-, aprendo y crezco. No es nada fácil, pero bueno, me digo, lo importante es que reconozca que me encuentro impaciente. Luego me hago preguntas breves y sin proyección, sin bucles, por ejemplo, qué deseo, anhelo, resistencia, emoción... logran que me impaciente. Entonces le doy nombre, y en ese lapso, el del poner nombre, ya me he detenido. Al hacer solo eso, ya me he reajustado. Y a partir de ahí lo trabajo en mi paciencia lo mejor que puedo.
Ya reconozco en los lugares donde la paciencia ya se ha asentado, por ejemplo, en las colas; realmente las disfruto, si son muy largas, saco un libro y, si no, solo observo, y cuando llego a las persona que me atiende le doy los buenos días o buenas tardes o buenas noches y soy amable, pues debe ser terrible soportar la impaciencia durante ocho horas todos los días de personas y personas que atender. Al mostrarme amoroso reconozco su labor, quito el automatismo al acto, y convierto la relación en una relación mucho más humana y enriquecedora para ambos, y ahí fortalezco uno de los pilares de la paciencia, del amor a mí mismo, del amor al otro, del amor a la tierra que nos acoge. Creo que la vida en sí es paciente, y la tierra, y los planetas y el universo, pues para crear algo tan hermoso como lo que somos con toda la vida que nos habita, con la tierra, un diminuto insecto, un ave libre y hermosa, un sol que calienta y todo aquello que late en nosotros y nos rodea y vive, tienen que haber pasado muchos millones de años de paciencia.
Si conduzco, me encanta el carril de los lentos, y no añoro la meta. Si el ordenador no va rápido, lo apago, ya decidirá qué hacer cuando le apetezca cuando lo encienda. Si añoro tu abrazo, mi paciencia me colmará. Para el comer, compro poco, cocino poco, como poco, y lo hago con deleite. Y así, despacio, voy aprendiendo andando a ser paciente. Es importante sentirse ligero para ser paciente, pues la impaciencia pesa, y nos carga; en realidad son pompas de jabón, pues no tienen soporte firme a donde asirse.
Hay situaciones mucho más complicadas donde la impaciencia surge de una resistencia, por ejemplo, "me resisto a aceptar que la enfermedad me ha robado la vida". Ahí el trabajo de yoga ha convertido la frase en: "la enfermedad y el dolor me muestran lo mejor de mí y son oportunidades". Es decir, ante una dificultad mayor, la paciencia ha de estar acompañada de dosis de claridad, de calma, de lucidez, de saber ajustar qué quiere enseñarte la vida para ser mejor ser humano, y agradecer y agradecer a la vida, a las personas que te quieren, pues si hay calma y paciencia, día a día, todo va cambiando y uno va encontrando respuestas.
En yoga explico muchas veces el abandono. En la foto de arriba las alumnas realizan un uttanasana con plena conciencia de abandono y nos lo enseñan de un modo muy bello y profundo, es decir, vivo con el corazón y caigo hacia ti, tierra mía. Aparto la expectativa, suelto aquello que pesa, que me carga, y me dejo llevar. Y caigo, pero lo hago con la humildad de verme ligero, y ahí, la gravedad me lleva hacia la comprensión y me trae respuestas, pues no hay lucha, no hay demostración, solo es un trapo al viento de la vida, para buscar luego la vertical reconstruido en mí mismo, como si una mariposa naciera de una larva en ese crecer hacia la postura de tadasana, de pie, una mariposa de colores vivos para ver a la mujer y al hombre nuevo que han tenido la valentía de tener paciencia en abandonarse y vivir en corazón.
La paciencia es hermana de la tolerancia, reconociéndome me tolero en lo que soy y aprendo a amarme pacientemente, y así, aprendo que todo se hermana conmigo y aprendo a amar todo lo que me rodea, y aprendo a ser tolerante con mis semejantes y con la hormiga, pues, si mirara muy profundamente, me daría cuenta que todos estamos en lo mismo, somos lo mismo, nacemos de lo mismo y morimos en lo mismo.
Ali Farka Touré & Toumani Diabaté-"Debe live at Bozar" y "Sabu Yerkoy"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva, Mayo 2017

domingo, abril 30, 2017

Soledad y percepción en yoga, el sosiego de ser uno mismo.


Soledad y percepción en yoga, el sosiego de ser uno mismo


"Conocer lo que no se conoce, comprender lo que no se comprende, profundizar en lo que ya se conoce"
                                                                                             Desikachar

                       "Papito, tú subes en esa mariposa y yo en la de al lado, y así volamos juntos"
                                                                                                                                           Alba

El yoga tiene un aspecto esencial; según avanzas en él, tienes menos posibilidades de escape de verte a ti mismo. 

En nuestra sociedad actual es complicado convivir con uno mismo, o mejor dicho, de degustarse en el silencio enriquecedor de descubrirse en el misterio de la vida, de penetrar en algo más que no sea la persecución sistemática de ilusiones.

Correr y correr, correr y correr... ¿tras de qué? Ha surgido un nuevo dios omnisciente: la pantalla que jamás descansa. Valores ancestrales van desapareciendo. Hay dificultades de enraizamiento y crecimiento ante tanta dispersión interna. Los estímulos son infinitos y mutan convirtiéndose en parásitos. En realidad son capas y capas que nos impiden vernos en nuestra desnudez de seres humanos, con nuestro amor, con nuestro dolor.

Se vende la inmediatez como si fuera la inmortalidad perenne. Llenos de estar disponibles siempre. 

En el yoga resulta muy importante la pausa. Me detengo, me observo, me miro, me siento. Mi percepción va adquiriendo otra perspectiva. Lentamente se va pasando de vivir hacia fuera, con la mente desbocada de un lugar a otro, a una mente poco a poco más calmada donde el descubrimiento de mirar hacia dentro, de percibirte hacia ti mismo, cambia toda la percepción de la realidad de quién eres y lo que percibes en el exterior.

Para empezar, todo consiste en detenerse. Por ejemplo, uno puede meditar. Solo ha de sentarse para empezar, nada más. Van a surgir dificultades, claro, eso es lo interesante. Y las respuestas van a surgir, simplemente, de seguir sentados todos los días un poco. La mente querrá salir corriendo tras algún estímulo, el cuerpo se quejará, todo va a resultar incomodo. 

Solo hay que seguir sentado. En soledad contigo, con nadie más, solo contigo.

Entonces un día degustarás la pausa, la pausa de percibirte estando contigo. En cuanto notes la pausa va a aparecer una puerta. Si persistes, se abrirá. Tras ella, estás tú, y si sigues en pausa, se te irá revelando lo que eres y lo que no.

Ya podrás meditar de pie, sentado, o como quieras, pues tu soledad siempre va a ir contigo, así como su hermano, el sosiego.

Es importante aprender a percibirse en humildad, pues, desinfladas las ilusiones, surgen obstáculos, pero no importa, solo hay que seguir ahí, perseverante, regular, impecable.

De lo que hemos comentado hasta ahora hay un aspecto importante, uno lo realiza en soledad. Es importante convivirse de un modo creativo, vivo, llenos de la dicha de la aceptación de ser uno consigo mismo.

Solemos apoyarnos en el otro o en los otros para ser, aquí consiste en penetrar, percibirse en uno para descubrir la experiencia de ser uno percibiéndote siendo.

Según te entrenas en soledad en la percepción de ti mismo, tu propia mente y percepción se agudizan, es decir, se hacen más afiladas. Eso significa que, entre el barullo, te resulta más fácil distinguir la claridad en ti mismo. Y con paciencia la mente y la percepción se convierten en herramientas que te ayudan a comprenderte y a comprender el mundo de un modo diferente, donde la experiencia de la propia percepción amplía enormemente tu capacidad de discernir, de discernirte.

Es hermoso el sosiego de ser, la realidad de sentirte en calma contigo, de darte cuenta de que según tu percepción y tu soledad son más creativas, tú te conviertes en un ser cada vez más sensible, más vulnerable, más frágil.

Y la fortaleza es tu fragilidad, y esa soledad fructífera solo quieres compartirla amando desde tu sensibilidad, pues el misterio te va enseñando flores y tú solo quieres regar el mundo de flores, quieres acariciar con tus manos las manos, mirar a los ojos, y compartir lo que eres ahora, en presente.

Esa mirada inicial de la percepción hacia ti mismo se transforma, ya no funciona de fuera hacia dentro, ahora eres tú, como un sol que brilla, el que percibe en libertad consciente los claros y las nieblas, consciente de estar vivo en ti. Te conviertes en faro de tu vida que ilumina tu existencia y, en ese emitir, haces partícipe a otros seres humanos de tu fragilidad, de tus miedos, de tus esperanzas, de tu alegría, con la mirada al frente pero el corazón rendido en aceptación.


Stevie Wonder-"Uptight"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Asociación Onubense de Yoga
Huelva, Abril 2017

domingo, abril 23, 2017

La revolución local: el yoga



La revolución local: el yoga



"Yo me celebro y yo me canto,
y todo cuanto es mío también es tuyo,
porque no hay un átomo que no te pertenezca".

Walt Whitman, Hojas de Hierba.

Edu, un querido alumno, me comentaba hace poco en una reflexión las injusticias que hay en el mundo: los refugiados, la gente hambrienta, la guerra en Siria, los intereses de unos y otros.

Me gustaría hablar un poco de ello.

En un momento de mi vida me di cuenta de que el camino hacia un mundo mejor radicaba en mi interior. El darme cuenta de ello me llevó años, y el gran detonante fue una crisis existencial. Por aquel entonces no era profesor de yoga, era un hombre que reunía todas las condiciones que la sociedad consideraba de "éxito".

Pero algo fallaba, dentro de mí algo gritaba.

Mis contactos con el yoga abrían dentro de mi interior algo nuevo que ya vivía en mí desde antes de nacer, un aire lleno de realidades sobre mi persona, no sobre convenciones sobre mi persona. También me recordó algo de mi niñez, cuando como niño sensible y lector quería correr aventuras y cambiar el mundo.

Dentro de lo convencional solo llegaba, en mi caso, a un vacío sin soporte, con una angustia de fondo, por no plasmar mi sueño de niño y vivir sujeto a tantas fuerzas externas, donde resultaba complicado detenerme en mí mismo y serenamente, tomar mis decisiones libremente.

Entonces, fui consciente de que no había revolución exterior  -la revolución era y es interna- y de que el actor principal de dicha revolución es un ser humano consciente y responsable de sí mismo.

Del viaje de ser consciente hemos hablado mucho en estas páginas, pero ligándolo con el tema de las injusticias me permito escribir algunas anotaciones:

·                     Ser consciente supone ser responsable de uno mismo. Eso significa que me doy cuenta de lo que pienso, de lo que siento, de cómo actúo, de lo que hablo, de mi cuerpo, de mí mismo. De mi lucidez, de mi inteligencia y de mi razonamiento, de mi silencio, de mi intuición. De todo yo ahora; y de lo que no abarco, no pasa nada, solo confío con intención, en abandono atento.

·                     El ser responsable consciente me impone ser soberano de mi vida. Hay libertad para elegir libremente sin tanta alienación. Y de lo que ignoro, la propia intención ya lo mostrará si desea. Es decir, la vida me habla.

·                     Darme cuenta de mí mismo es entrar en un roce permanente con mi corazón. Educar a la mente con la mente para que se retire y deje paso a algo más profundo implica entrega.

·                     En mi corazón y en el corazón de las personas hay bondad. Son capas de ignorancia lo que lo cubren, y es el propio viaje consciente el que va limando la costra, y esa transformación nos hace sentir y vivir nuestra bondad en un camino sin meta, donde nuestras mejores capacidades nos señalan y son soporte.

·                     Cada momento es un momento de despertar. A lo largo del día ocurren permanentes despertares. Me despierto a mí mismo a la vida, me doy cuenta de su unicidad y fragancia. Para ello es muy importante la  mirada al interior, la calma, el silencio interno, la sensibilidad y la intención.

Entonces supongamos por un momento que personas, hombres y mujeres, son conscientes de sí mismas, de sus cualidades como seres humanos. Se dan cuenta de que el corazón les une en un nexo común espiritual que trasciende cualquier materialismo, apego e identificaciones vacuas.

Es el silencio del corazón.

Creo que se produce en ese momento una revolución local, donde la persona imanta su "circundo". Los seres, la vida que le rodea, pues, si uno es más consciente, las personas, el aire, la tierra, nuestras pisadas… todo es más consciente.

Y así, la esperanza y la dicha se mantienen vivas para transformar cualquier injusticia, dolor o sufrimiento, que perennes nos enseñan el camino de ser.

Miles Davis-"So that"
Artículo escrito por Carlos Serratacó

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