domingo, julio 13, 2025

Olfateando la vida

 

Son los sentidos los que nos permiten realizar una composición de nuestra realidad, de cómo nos vemos y cómo vivimos el mundo. Dentro del budismo por ejemplo, se considera a la mente como otro sentido más, y diría igualmente que en el viaje interior del yoga surgen diferentes capacidades que nos permiten recabar información sobre lo que nos circunda, y por tanto ayudarnos a comprender, por ejemplo: las vibraciones, pues uno se convierte en una antena con el paso de los años, en un receptor y emisor de sentires, de energías, de lo invisible.

La vida actual con sus apresuramientos, con su engaño de la falta de tiempo, con su codicia en todos los niveles nos va embotando los sentidos. Los va taponando, como si el agua clara fuera cubriéndose de barro que nos impidiera ver el fondo del río. Da un poco de risa comentar que una pantalla no tiene sentidos, pero gran parte del día, la información que recogemos proviene de ahí.

Es decir, entre la falta de espacio de estar con uno mismo en una situación de calma escuchando y sintiendo la vida, a lo que sumamos la dictadura tecnológica en la cual estamos inmersos, se nos va castrando una percepción adecuada de la realidad, y por tanto de una interpretación vital que nos ayude a vivir con mayor plenitud y dicha, y ello nos aleja de nosotros mismos y de los demás. Diría incluso que nos cuesta mantener una narración continua vital sin interrupción tecnológica.

 Los sentidos se van cegando, la vida también, pues  ni sabemos como huele una manzana o una naranja, pues no hay tiempo para buscar una fresca. Antaño percibíamos con una mayor amplitud las situaciones; diría que no se iban acotando, pues creo que una característica de un buen uso de los sentidos es su oportunidad de amplitud, de descubrimiento. Al embotarse es como ver siempre el mismo corral. Hablo de realidades, no en inmediatez, sino en un discurrir de vida natural cuando se nos abre la existencia sensorial.

Entiendo que para recuperar los sentidos hace falta pausa, e igualmente ayudarnos a nosotros mismos a escuchar a la manzana, a olfatearla, a verla en su realidad de manzana, no como un producto para consumir,  reluciente, lustroso, pues el canto del ave sólo la oímos en pausa o en un tempo no acelerado y voraz.

Diría que a los poderes dominantes les interesa que los sentidos se encuentren ofuscados, insensibles, en cárceles prefijadas donde siempre se reiteran las mismas percepciones, y el manejar dichas interpretaciones permite manejar al ser humano, que poco a poco va perdiendo su potencial y su libertad.

El yoga es frescura, los sentidos también. Son presente, la vida también. Por lo que el yoga es una hermosa oportunidad para realizar el viaje de ir recuperando los sentidos y entre ellos el olfato.

Es el olfato un sentido que me atrae, en apariencia invisible, pero fundamental. Lo encuentro muy ligado a lo primigenio de la vida, a la tierra, a la naturaleza de donde provenimos, a la base del animal que somos.  Sin ese sentido no hubiéramos sobrevivido como especie, sólo hay que reflexionarlo un poco para darnos cuenta de su importancia.

Por las mañanas, de madrugada, y al atardecer salgo a pasear. Es un poco antes de la salida del sol cuando al andar con paso tranquilo me llegan los olores limpios, con una mayor nitidez: la sal del mar allá a lo lejos, el diferente olor de los árboles y los arbustos según avanzo por el bosque. Hay días en que siento mediante el olfato que se acercan las lluvias, o huelo un día de sol implacable. Igual que me llega el olor de las personas que amo y ello me remueve el corazón. 

En esos paseos me suelo detener ante un olor o un resplandor visual interno, y huelo la flor, o me restriego las manos para empaparme de su olor. Voy trazando una biblioteca de olores en mi interior dondecada perfume es un regalo que me da la vida en ese momento. Son olores breves, pero a la vez infinitos, eternos, pues permanecen en mí y en la vida que me rodea.

Hay una conjunción de sentidos, pues la vista aprecia la belleza, el tacto la acaricia, el sonido de las hojas me envuelve, y el olfato me lleva a mis ancestros, me lleva al origen, y a la vez siento que me ubico, que estoy colocado en el lugar que tengo que estar, me da una sensación de presencia inmensa, y sigo así, día día, paseando con mis pausas para sentir por los sentidos, y sobre todo me gusta oler la vida en estas diferentes situaciones, pues me recuerda que estoy vivo.

 Entre los animales es el olfato el que permite su supervivencia, su reproducción, la elección de pareja, su actuar en dicho momento. El mastín por ejemplo, la liebre o el burro,  aquí en casa, no dejo de asombrarme cuando levantan el hocico y reciben los olores de kilómetros, allá en lo lejos. Si el mastín olfatea peligro ladra; si la liebre percibe el brote verde, va hacia él por el olfato, y lo come lentamente; el burro, igual que el mastín decide en el último momento que hacer de acuerdo al olor, o permanecer en la estática y salir al trote en busca de una nueva aventura.

El yoga  nos va afinando los sentidos y nos ayuda a realizar un panorama de la realidad con un presente más veraz, pues el continuo afinar genera una mayor claridad donde hay menos barro en el agua descubriendo que hay una mayor nitidez de fondo, una realidad de mayor amabilidad.

 Además la propia practica de las diferentes posturas de yoga  ligada junto la respiración es un continuo fluir consciente  al percibir el mundo al inhalar, y es un limpiar lo interno al exhalar. Ya en la vida ese trabajo interno que realiza el yoga con la atención, potencia y amplifica los sentidos, ayudando a llevar las situaciones de vida hacia lugares de mayor ternura y belleza, para llevarnos de la mano a nuevos descubrimientos cotidianos.

Creo firmemente que la respiración dispone de una inteligencia que nos riega de vida lo interno, por tanto el olfato es ese canal de entrada de la inteligencia que recorre el universo y entra en nosotros, nos recorre, nos sana, nos limpia y vuelve hacia el cielo para que otro ser vivo lo siga compartiendo. El respirar no impone fronteras, y los olores tampoco tienen amo, por tanto el disponer de ese sentido agudizado nos ayuda enormemente en apreciar qué somos en contacto con la tierra y con el cielo, con lo tangible y con lo intangible, y nos hace darnos cuenta que todo se comparte, pues la vida es la de todos cuando la vivimos.

 

"Polk Salad Annie"-Tony Joe White 

Artículo escrito por Carlos Serratacó

Huelva, Julio 2025

 

 

 

 

 

 

lunes, junio 23, 2025

La red de la vida: la fertilidad entre restos




 "Mira en tu interior, y en un instante conquistarás la apariencia y el vacío"

Seng-ts´an

En invierno vamos hacia el mar, cerca de casa, para  recorrer de un modo pausado la playa desierta. Alba y yo andamos despacio. Nuestros pasos acarician la arena. Las olas impetuosas y agitadas, propias de la estación, junto con el viento, nos acompañan. Es maravilloso ver que trae el mar. Él decide y  de acuerdo a su agitación de la noche anterior, trae diferentes restos.

Hay veces que trae troncos gigantescos desde las profundidades del océano, me doy cuenta entonces, que estuvo furioso, y sus aguas levantaban las moles como si fueran cerillas. Curiosamente junto al tronco de veinte o más metros, yace una tubería inmensa, mi cuerpo cabe dentro, una tubería de las miles que yacen en los fondos marinos entre los continentes.

Otras veces cuando se encuentra más apaciguado el mar, son miles las cañas y raíces que bañan la arena. La cañas tienen todas las longitudes, inmensas y largas, medianas, muy cortas: es como si hubieran cañaverales encima del agua y todas ellas hubieran acabado ahí tras la tormenta. Recojo una caña que uso de bastón, y me imagino que ha venido desde Essahuira, desde un huerto de color azul y rosa cercano al mar, y ella me saluda y me ayuda andar. 

La madera de las raíces, de la multitud de raíces con mil y un formas geométricas, se encuentran lisas y tremendamente suaves al acariciarlas, pues el agua ha transformado su textura durante meses y años. La madera es dura pero su piel es tierna. Me sorprende su resistencia a la podredumbre, pues parecen esculturas vivas bañadas por el sol de Huelva, indestructibles al paso del tiempo.

 Un sol tenue y suave que nos calienta un poco frente al frío mar de invierno.

Es entonces que elegimos un lugar, un sitio donde asentarnos. 

Vamos dando paseos alrededor del lugar elegido, y vamos recogiendo lentamente lo que nos ofrece el mar, generando figuras y formas con los restos de madera,  los palos, con las conchas, las piedras, las cañas, las plumas, todo nos vale. Y en esa playa vacía donde no hay nadie, un padre y una hija en comunión, en una sinergia ancestral, libres de elegir pero unidos al ir dando formas de acuerdo al instinto íntimo vamos concibiendo como si los dioses nos acompañaran con su soplo divino.

Pasan las horas. ¿qué horas? ¿qué es eso cuando uno se encuentra inmerso en la eternidad?

Acabada la ofrenda a la vida, a la creación, nos sentamos a sentir el viento, agradecidos.

Y volvemos andando: la hija, el padre, la arena, el mar, el viento, el sol, la ofrenda. Andamos todos de la mano. 

Mientras, vamos recogiendo cuerdas que trae el bello mar.

En casa y a lo largo de las semanas, voy desenredando las bolas de sogas, cordones, cordeles, sin prisa, disfrutando de ir quitando nudos y las diferentes situaciones inverosímiles que ha creado el mar con las cuerdas en su periplo por los mares del mundo. 

Por cierto, 

cuando llegamos a la casa este invierno, nos encontramos en el patio dos ramas secas añejas de vid. 

El amor riega, y regadas con amor, un día apareció un tallo muy pequeñito, y con el paso de las semanas hojitas, y de las ramitas que antes eran tallos empezaron a salir hilos con puntas a modo de garfio.

Fue entonces cuando empezamos atar las cuerdas desenredadas del mar desde lo alto de la parra.

En el campo, cuando doy de comer al burro y a las ovejas, su comida se encuentra atada por unos cordeles azules y negros en rectángulos inmensos que son las balas de paja. 

Pues a la red, a la telaraña que estábamos tejiendo hacia el cielo sume las cuerdas que recorren continentes, las cuerdas del burro y la oveja.

Y ella, la parra va andando colocando un hilo a modo de anzuelo en un cordel, y otro día en otro. 

 Cada día al amanecer, y al atardecer salgo al patio, y me quedo  observando por donde quiere ir mi amiga la parra, y ella me dice por aquí, por allá, y así voy cosiendo, soy una araña que observa y ata pequeños nudos sujetando la semilla de la belleza. La ayudo a crecer a la parra pero ella me señala por donde quiere andar.

 Cuando la luz se esconde  en el patio andaluz, Alba mi amor, mi mira. María, mi amor me mira. Copito el conejo también mira. Y así vivimos, donde cada día una parra nos muestra el milagro del vivir. 

Un día ella, mi amiga la parra me hablo, me asome y dos racimos hermosos de uvas colgaban escondidos entre las hojas.

La ayudo, ella me agradece. Le dedico mi espacio en calma, me ofrece su crecer en paz.

Nos comprendemos. 

Mi vida es eso, un tejer donde las alegrías, las dichas, las tristezas, los dolores, los colores de la existencia, la luz, la oscuridad...  y cada cuerda, cada momento, se une al otro dando un sentido profundo al acto de vivir. Donde cada persona con la cual he respirado y con la que no, me ayuda, aquí, en este rincón de Huelva a seguir tejiendo una red de vida para que nos dé sombra los días que hay un sol abrasador.

Bassekou Kouyate&Ngoniba- "Jamako" 

Artículo escrito por Carlos Serratacó

Huelva, 23 de Junio, 2025 


 

jueves, mayo 29, 2025

La mirada de la belleza en yoga, la conciencia ampliada


"Ese olor, ¡oh Tierra!, que de ti emana
Ese olor que traen las plantas y las aguas.
Ese olor que compartieron
los espíritus y las ninfas.
Con ese olor haz de mí una fragancia
y que nadie nos desee daño alguno"
Prthivisukta (Himno a la tierra)
 
Es un despertar de la sensibilidad lo que vamos sintiendo en nuestra progresión en yoga, son pequeños momentos, en el silencio del vivir que nos colman. No hay una mente que analiza. Es sencillamente un sentir. Un misterio plagado de profundidad espiritual, pues no hay distorsión, hay una belleza que lo plaga todo. La realidad se encuentra en su lugar y ella es una.
 
Me pasa en soledad mucho, también cuando socializo; pero la percepción es más fina, de mayor calado, en soledad. Siento que mi conciencia dispone de una mayor apertura. Me encuentro abierto a la vida sin ser tan protagonista ni entrando en sus juegos, solo formando parte de ella, participando en su sentir y generando belleza.
 
 Siento que la vida es circular en el sentido de ayudarse, transformarse y volver a ser, y si nuestro trabajo de atención sensible nos va ayudando a mayores aperturas, la vida nos lo agradece mostrándonos su armonía hermosa.
 
Me recuerda a veces cuando llevas algunos años profundizando en trabajos de mayor calado con el alumnado donde vas sintiendo viendo como le cambia el cuerpo, el rostro, la luz de su interno, y va surgiendo una belleza que se encontraba taponada en el interior, un espíritu común donde ya no hay una conciencia tan limitante a los surcos habituales, se abren puertas y entra el aire.
 
Me pasa en el campo donde siento ese río profundo, esa amplitud de darme cuenta conscientemente con  la conciencia del burro, de las ovejitas, de los pájaros, las aves, de los árboles, de las nubes tan cercanas, de la misma tierra. Nos damos todos cuenta y nos apoyamos.
 
Comprendo lo que me dicen, no me hablan, lo siento, y en base a eso voy moviéndome para dar armonía a lo que mi conciencia capta de la suya, y así voy viviendo. Quedándome absorto muchas veces por la fortuna de darme cuenta de mi corazón abierto, y de poder comunicar bajo otras percepciones.
 
También ocurre en otras situaciones y lugares, cuando se cierra el caudal, cuando la mente es  participativa en emociones no sanas, aunque no le eche mucha cuenta, me duele, lo gestiono aceptando y aprendiendo a nadar de nuevo en la vía, sin muchos aspavientos, sin muchas preguntas, utilizando las herramientas que me ha dotado el yoga en mi andar. 
 
Del desequilibrio, al equilibrio, eso es postura. También así es el caminar.
 
Es importante educar la atención en aquello que nos abre,  que nos resuelve, que nos fluye, que nos aligera para generar unas raíces profundas y fuertes, de modo que cuando nos duela nuestra sensibilidad, que también duele, nos bañemos de nuevo refrescándonos en un mar de hermosura, para renovarnos nadando en la nueva realidad.
 
Cuando la conciencia abierta situada en un fluir de calma vaya siendo más asiduo, hemos de darnos cuenta cómo hemos ido regando las flores, cómo hemos ido podando, qué colores hemos generado, de dónde ha surgido la armonía, y así, día a día, buscar la luz de la apertura de lo que nos sana.
 
 
 
Articulo escrito por Carlos Serratacó
Huelva, Mayo 2025
 




 

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