domingo, abril 28, 2019

El cielo y la tierra en una postura de yoga, primeros pasos.



"In principio creavit Deus coelum et terram".
 (En el principio creó Dios el cielo y la tierra).

                                                 El Génesis, cap. I. I. (Biblia Vulgata)


"Cielo y Tierra son eternos.
¿Por qué Cielo y Tierra son eternos?
Ellos son no nacidos,
Por eso viven siempre".

                                              Tao Te King. Cap. VII (traducción de  Juan Preciado, 1979)

"El Cielo es eterno y la Tierra permanente.
Son permanentes y eternos,
porque no viven para sí mismos.
Así, pueden vivir eternamente." 


                                              Tao Te King. Cap. VII (traducción de Richard Wilhelm, 1910)


El trabajo u observación de uno mismo en una postura de yoga tiene varias vías de recorrido. Hoy comentaré uno de los caminos: la relación entre el cielo y  la tierra en una primera aproximación.

Bajo nuestros pies se encuentra la tierra, desde que nacemos andamos sobre ella. Prácticamente no le echamos cuenta, pues la realidad diaria es sobre todo la vida psíquica y, por tanto, mi atención y percepción no están en la tierra.

Si, en un primer simbolismo, el cielo fuera esa vida psíquica, ciertamente estoy en el cielo permanentemente bajo unas condiciones.

Cuando empezamos a practicar yoga, esas condiciones mentales van cambiando. A la par también hay un cambio en el cuerpo. A eso lo llamo "ir mutando hacia otra condición".

Supongamos ahora que ya tengo atisbos de esa otra condición: siento calma en mí, la saboreo un poco, y ya soy capaz de leerme con cierta serenidad mientras realizo una postura de yoga. 

Ahora sintamos dos puntos en nosotros mismos donde abarcamos de un modo equilibrado "una presencia" en mí. Dicha presencia que soy yo mismo en mí mismo, sereno, fija un clavo en tierra, es decir, pone la atención en el punto o puntos de apoyo que mi cuerpo siente sobre la tierra encima de la esterilla.

Otro punto o estaca de señal está en mi cabeza. En dicho mapa perceptivo entre la tierra y el cielo en mí trato de abarcar en cada respiración parte de mí mismo, entre un punto y otro, nada más. No es fácil, pues una parte de la atención se encuentra ocupada en mantener el juego de fuerzas sutiles de la propia postura.

Pero aquí hacemos un cambio. Cuando entro en postura, primero fijo los postes de señales. Primero tierra,  luego cielo. Luego, como digo, abarco el mapa perceptivo que trazan ambos puntos.

Voy a ir reconociéndome en mi mapa interno si mi atención, mediante la respiración, va apaciblemente de un lugar a otro en ese mapa mutante.

No son líneas rectas. Son estratos de conciencia interna. Por tanto, reventad cualquier línea.  Simplemente ignoradla. Sentid cuerpo, respiración, atención, presencia.

Así, en presencia serena, respirad la amplitud que os permita vuestra atención dentro de vosotros mismos.



Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva

domingo, abril 21, 2019

Tempo y espacio para sentir







"Se ejercita así: "Consciente del gozo, inspiraré". Se ejercita así: "Consciente del gozo, espiraré".

"Se ejercita así: "Consciente de la felicidad, inspiraré. Se ejercita así: "Consciente de la felicidad, espiraré".
                                                                       Buddha, hace 2.500 años

-Papito, ¿qué hay después de la vida?
-Vida, amor, todo es vida.

                                                              Alba y su papá, Huelva, abril 2019





Conciencia: (l. conscientia) sf. Conocimiento íntimo que tiene el hombre de sí propio y particularmente de la bondad ó maldad de sus actos.


Consciente: (l. consciens, conscientis, pa. de conscire, saber perfectamente.) adj. Que siente, piensa, quiere y obra con cabal conocimiento y plena posesión de sí mismo.

                             Diccionario de la Lengua Española, Salvador Viada y Vilaseca, 1908.


"No soy ni cristiano, ni judío, ni musulmán.
No soy de Oriente ni de Occidente".

                                Galal al-Din Rumi, siglo XIII




He aparcado la furgo frente al mar, tras de mí el bosque, penetro en él. Amanece, la oscuridad se hace luz. En su silencio y permanente transmutación la vida habla. Todo es asombro según voy andando, sereno, pleno de mí, abierto, atento, alerta. Mis pasos son silencio y acompañan la vida que late por todos los lugares hacia donde miro, huelo, siento. Me detengo para acariciar un arbusto, me huelo las manos, su fragancia no la reconozco, es maravilloso. El suelo cruje al andar, las ramas secas, las plantas, las flores, nada tiene orden ni falta que le hace, los árboles crecen de acuerdo a su sino, unos hacia arriba, otros de lado, como tumbados, alcanzo así a tocar sus piñas. Vuelvo a detenerme para empaparme del verdor del musgo en una rama vieja, caída por el viento. Las nubes pasan raudas pero como detenidas en el tempo. Desde lugares invisibles nacen cantos, cantos de pájaros al despertar. Es como si se hubieran puesto de acuerdo y sus melodías crearan la sinfonía de la vida. Este caos es bello, es cálido, y no hace falta interpretar nada, poseer nada, etiquetar nada. Al ser siendo, es, y ello es suficiente. Lo que es me colma, siendo musgo, ramillete, ave y viento que baila con los cantos entre las nubes.

Llevo tiempo, meses, sin escribir. Meses aprendiendo a vivir, pues la vida es eso, es sencilla. Consiste en vaciar un vaso, y dejar que entre el aire de la vida. Darse cuenta  que es sencillo no es fácil, pues el vaso habitualmente se encuentra lleno, entonces lo sencillo suele ser complicado. Tras darse uno cuenta que es sencillo, conviene no tener vaso, se rompe, o un día desaparece. Ya no está, y no se le echa de menos. Al estar vacío la fragancia te envuelve. La vida sigue siendo, pero no tienes que demostrar nada, tampoco tienes que luchar por nada, tampoco debes defender como un loco la imagen que te has creado de ti y que llenaba un vaso sin fondo. Como eres, estás en ti, y al reconocerte en ti, habitas y vives la vida, pues la vida late en ti, y en todo lo que te rodea y te envuelve y te respira.

Andando por el bosque observé una paloma blanca y con manchas negras de una intensidad muy hermosa. Me acerqué poco a poco, la paloma andaba despacio alejándose de mí. No salió volando asustada. Ambos andábamos sobre la tierra en una danza cósmica en ese bosque frente al mar. Me detuve, ella también. Mirándonos, alertas, serenos, llenos de amor los dos. Ella levantó el vuelo con movimientos de una fortaleza armoniosa entre los arboles.

Decidí entonces dar la vuelta, y volver hacia el mar.



Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva












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