lunes, agosto 27, 2018

Recogimiento en medio de un Trueno



"Es muy fácil realizar una postura invertida.
La lucidez es aprender a tener la dignidad de saber estar de pie,
y luego ya, muéstrate como quieras".
Carlos 

"La práctica espiritual no nos libra del sufrimiento y de la confusión, simplemente nos permite comprender que eludir el dolor no sirve de ayuda alguna".
Un budista 

Tantos meses sin ir al campo permiten a la naturaleza que siga su curso: la hierba crece hasta límites inimaginables; los tallos se ponen anchos y duros; las ramas secas van cayendo de los árboles; los árboles necesitan recuperar los cuidados, entre ellos, lo fundamental: el riego y el agua; y generarles condiciones de esplendor.

Así que Trueno y yo nos hemos dedicado estos meses a ir quitando hierba, pues no se podía acceder a la casa de lo alta y poderosa que se había puesto. Ahora hay más espacio, y puedo centrarme en el riego que se ha deteriorado, y en arar alrededor de los árboles creando pequeños cuencos para que se recoja el agua y se mantenga hasta su absorción.

Nicolás, un hombre sabio, mayor, amigo mío, desde hace mil años me dice:

"Ahora que los días son más chicos es cuando hay que estar más atento al riego".

Esa frase quiere decir que ahora que, sobre mediados de agosto, todos los años, hay una disminución del poder solar, y parece que los árboles, la tierra, la vida necesita menos agua, pues es al revés: es en esta época cuando las hojas se secan más rápido y, por ende, el árbol. A veces, por más agua que eches al árbol, no significa nada, y eso es porque lleva meses en condiciones difíciles. Y este final de verano es vital poner mayor atención al conjunto, de ahí los cuencos de recogimiento. Es el tiempo en el que la raíz, por más que profundice en la tierra, no encuentra agua y hay que ayudarla desde la superficie. Pues la vida no es sólo superficie, lo interno muestra lo externo.

Una vez Trueno acaba de zampar, sale en mi busca. Me ve desde lo lejos, desde lo alto; yo abajo, en la valla de la entrada de casa, nos separan unos 600 metros y él elevando la cabeza al cielo relincha de felicidad y de goce. Es un grito mítico, es un grito al cielo, es un grito de hermandad, es un grito primigenio. Luego sale galopando como un niño hacia mí. Es como un ciclón, su galopar es potentísimo. Uno ve que le viene el ciclón y se aparta, yo permanezco cosiendo la valla. Poco antes de llegar a mí, el ciclón se detiene en un frenazo; ahora la calma le envuelve, se acerca a mí, y se frota conmigo.

Sigo cosiendo la valla; Trueno se tumba en una de sus camas. Sus camas son lugares de dicha donde él, cuando está feliz, retoza. Tiene dos en casa: uno al principio de la finca, otro al final. Y así, mientras yo voy cosiendo y ocultando desde fuera la visión de las praderas, él se reboza una y otra vez, hasta que se detiene y, desde el suelo, con la tripa apoyada, me mira, y se queda ahí mirándome.


Ambos plenos; no nos hace falta nada más.



Margaret Qualley- expresando "Kenzo"

Artículo escrito por Carlos Serratacó

sábado, agosto 25, 2018

Volviendo al hogar



 "A un loro le transmites el sagrado koan WU,
pero sólo sabe repetir BU".
Carlos 

"Papito, ¿la vida es infinita?
Sí, amor mío, lo es, y se muestra en todo, hija mía".
Alba y su papá 



La noche no se ha convertido en día, el aire fresco me recorre. Lentamente,  pequeños rayos de luz van ampliando la visión según subo el camino de casa.

Hace dos meses empecé a volver a casa, a Beas, al que era mi hogar, en pleno campo en medio de la campiña. Hace seis años me marché para difundir el yoga en Huelva in situ, del campo a la ciudad, aunque lo llevaba haciendo desde que llegué al campo en el 2004. Han sido años de un trabajo inimaginable, de miles de horas de clase, de generosidad, de entrega, de ir día a día, sumando alumnos y alumnas, uno a uno, una a una, en los gimnasios, en la escuela, en la playa, en cualquier lugar. 

Ha sido agotador. Resulta agotador dar a comprender la pausa, el abandono, el que unas manos son algo más que unas manos, el que una clase de yoga se puede dibujar y esa plasmación no muestra un cuerpo, muestra un todo en sensibilidad, el que se puede empezar meditando en clase, el que es posible dar yoga a los niños y las niñas, a los bebés, a mujeres embarazadas, a impartir yoga terapéutico para patologías concretas, a usar soportes para la práctica amorosamente, como apoyo, no como exigencia; para qué hablar, pues he predicado el no esfuerzo y no he parado de esforzarme durante años de mostrar de un modo experiencial que somos algo más que máquinas materialistas automatizadas, que simplemente, nos mueve algo llamado corazón. Subo la cuesta y, como esos rayos de luz, me vienen fugaces como destellos, el sobrehumano esfuerzo que he realizado, son sólo unos segundos.

Vuelvo a mi presente y al final de la cuesta Trueno ya ha salido a verme. Se coloca junto a mí, y me acaricia con su hocico, me llena de besos, su cuerpo inmenso, de gran tonelaje, lo frota con el mío. Levanto su cabeza, la coloco sobre mi hombro y le devuelvo los besos:

¿Cómo estás, amigo mío, compañero? Venga, vamos.

Ambos subimos en dirección al pajar, él me mira mientras le coloco el grano, yo le acaricio mientras come.

Al caer enfermo hace un año y siete meses tuve que dar a las burras y abandonar completamente el campo, pues no podía andar, sentarme o simplemente vivir sin el dolor de muerte, pues mi vida se la comió la enfermedad. Se comió mi trabajo, mi sustento, mi cuerpo, mi mente, mi hija, se lo comió todo.

Tengo buen  estomago, y soy austero en el comer, así que, realizada la digestión y...

Gracias a mi perseverancia en rendición,  a mi dulzura implacable, y al amor y apoyo incondicional de unos pocos seres humanos, estoy aquí, de pie de nuevo.

Ya no vivo día y noche muriéndome en el dolor, sigo cayendo cada semana, pero me levanto más fuerte, pues el dolor de muerte es un gran maestro, y te bendigo, maestro mío, te quiero como a mi burro, y te agradezco, vida mía, haberte conocido. Me has adelantado de aquello de lo que todo el mundo huye, y estoy aquí de pie, sí, de pie. Todos huyen de la muerte, o del dolor de muerte. Simplemente aterra, pues es el terror, pero sabes, dolor mío, no te quiero, te amo, y me río de la vida, pues me encanta con sus bellas contradicciones. Tú sigue ahí, amor, tumbándome, que yo seguiré levantándome.

Hace un par de meses traje a Trueno a casa. Antiguamente se tenían animales de poder a modo interno, las culturas antiguas siempre han sido sabias. Sí, se las han comido ese materialismo homogéneo pastelero que muestras sus espasmos en las redes sociales, pero la sabiduría sigue ahí, para quien desee aprehenderla, en el corazón, y sí, uno de mis animales de poder es el burro o la burra, animal noble, fuerte, empático, salvaje, dócil en amor, libre, digno, leal, bello o bella.

Cada día agradezco más su presencia, me recoloca, me atrae a mí, por si me he olvidado por un momento quién soy, y es gracias a todos los tusamis de los dos últimos años que estoy aquí, de nuevo, hermano mío, ambos los dos valientes, blandos, fuertes, con un corazón inmenso, el burro y yo, y esos pocos seres humanos.

Angela Ricci-"Crazy" 

Artículo escrito por Carlos Serratacó 
Escuela de Yoga y Conciencia
Huelva



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