jueves, julio 18, 2024

El lenguaje de la naturaleza, el lenguaje del yoga, los sentidos

 

¿Cómo se puede hallar una gota de agua fresca en un montón de huesos secos?

antiguo dicho zen


Por suerte, y gracias a la bondad de los dioses, el yoga no nace ni de las redes sociales, ni de egos desmesurados. Nace hace miles años, cuando las personas vivían de otro modo: vivían en comunión con la naturaleza. Quizás hasta podíamos retroceder a cuando nuestros ancestros habitaban las cuevas, y en ese silencio sobrecogedor y húmedo de una profundidad montañosa se sentaban a meditar para indagar en ellos o para dialogar con alguna presencia que sentían.

¿Quién sabe quizás, que al hacerse el humano uno con el bosque y con las praderas para poder así, mimetizado en el medio, entre la hojarasca y los árboles, siendo pura calma y pura escucha para poder cazar, para sobrevivir, ello fue el germen de muchos planteamientos del yoga?

El yoga despierta en nosotros muchas habilidades extraordinarias que me recuerdan a lo que digo, por ejemplo, nuestros sentidos recuperan su potencialidad, y no sólo eso, sino que nos abren a otros sentidos, como por ejemplo el sentido de la mente, el sentido de la intuición, de la sensibilidad, de las diferentes vibraciones, etc. Partimos de la base que nuestra cultura materialista y egoísta centrada en el derecho democrático de vivir cómodos y con derecho a la queja permanente nos ciega los sentidos. Un yoga con una adecuada dirección nos quita la venda de dichos sentidos, los revitaliza, y nos descubre otros. Los sentidos como órganos de recepción de información que luego procesamos para una adecuada supervivencia o un buen saber actuar el yoga los unifica, los centra y los discierne, sabiendo que es lo más adecuado en ese presente vivo, pues es ese propio centro vital el que clarifica, une y decide, dando así una versión de la realidad adecuada y más de acorde con lo que sucede.

Recordemos que sin una mente entrenada en la limpieza de impurezas y sin adecuar nuestro interno hacia la claridad de la luz, aquello que perciben los sentidos mal interpretarán los estímulos, y estaremos sobre todo marchando en zigzag de aquí para allá apegados a cualquier futilidad. 

Los humanos entonces disponían de otras circunstancias donde resultaba esencial comprender el lenguaje de la naturaleza, pues podemos decir que la naturaleza nos habla, nos dialoga, y nos comunica, como si fuera una gran sentido mayúsculo, con la ventaja que somos naturaleza, por lo cual, al ser el conjunto la propia sustancia vital, la comunión es mayor.

Ese cazador en el bosque, sus sentidos, su percepción, su consciencia y su modo de saber estar se encontraban imbuidos en el silencio de ser para poder así cazar a su hermano del bosque, la pieza. Comía por necesidad, no por hedonismo nutricional y tenía la valentía de arriesgar su vida en ello. No es como ahora, donde miles de animales encerrados en jaulas desde su nacimiento hasta su muerte, acaban en una bandejita de plástico impoluta e impecable. El cazador de lo interno comprendía el lenguaje de la naturaleza y por ende su propio interno con el cosmos.

 Nosotros actualmente ya estamos cazados, diría que siempre somos la presa, ligados a las mismas rutinas y los mismos quehaceres, y ciegos entre tanto absurdo alienado. Somos esclavos y presas de nuestras propias falacias, plagados y apegados a cualquier aspecto de nuestra personalidad  o emoción que ni sabemos de donde surge, ni nos lo preguntamos. No hay escucha, tampoco comunión, no hay calma, ni tampoco roce con lo natural. Hay inmediatez falaz.

Incapaces de reconocernos en nuestro ser esencial, por tanto, ni nos planteamos cuestionar el modo de vida que llevamos, ni tampoco tenemos el coraje, ni la bravura, ni la audacia suficientes para realizar ningún cambio al respecto.

El yoga, su lenguaje se va mostrando de muchos modos, para ello digamos hay muchos tipos de yoga, donde ahondamos de un modo calmado en nosotros para descubrir el misterio de ser cazadores de nuestras propias sombras, o cazadores de luz. Para ello no es necesario estar haciendo y demostrando, sólo nos vale con nuestra actitud ante la vida, una disposición centrada y libre. Uno puede ser un buen yogui sin estar haciendo a modo convulsivo, y sin estar ahogado llenando horas de la existencia en un millón de actividades, podríamos llamarlo "el hacer sin hacer". Uno ya no es una maquina activa y a pleno funcionamiento repitiendo todo el día "perfecto"..."perfecto", sencillamente es un ser humano donde prima lo recepetivo, pero donde hay un equilibrio entre lo activo y lo pasivo.

El cazador en el bosque permanecía en la estática horas y días, su hacer era la atención y la escucha, y sus movimientos eran los justos, en silencio.  El yoga mimetiza a ese hombre del bosque, a ese hombre natural.

Podemos estudiar mediante las asanas nuestro cuerpo, y también estudiar nuestra mente, podemos indagar en nuestra respiración, también podemos entregarnos sin tanta codicia a las acciones diarias, podemos ser amorosos, podemos ser menos egoístas. Podría seguir, pero no es necesario, son sencillamente algunos ejemplos de tipos de yoga. Según nos desestructuramos y ahondamos surge ese lenguaje de antaño, esa lectura natural de la vida. Uno es capaz de comprender a un árbol, de dialogar con un ave, de respetar el ciclo de la vida y la muerte, de saber leer esos signos, que ya no son símbolos convertidos en conceptos que sustituyen a la realidad generando ficciones y desperdicios de vida, son la realidad del lenguaje del yoga en plena sencillez, y de la naturaleza de los que somos, interpretados por multitud de sentidos, pues uno es una antena sensible, abierta al amor y plagado de imperfecciones como la naturaleza misma, pero en comunión con la belleza vital del sabor de existir sin miedo a ser uno.

Canserbero-"¿Y la felicidad qué?" 

Artículo escrito por Carlos Serratacó

Huelva, Julio 2024


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