lunes, marzo 23, 2020

Confinado y el sabor del confitado de un corazón indomable


"...cuando corazón y palabras son buenos, y lo interno y lo externo son lo mismo, la contemplación interna y la sabiduría tienen la misma jerarquía."

"La virtud no superficial es aquélla que se practica con cada pensamiento, con la igualdad y con el corazón recto, con el constante respeto."

"La retribución de un solo pensamiento malo elimina la sabiduría de mil años; la retribución de un solo pensamiento bueno elimina la maldad de mil años."

Breves notas sobre el Sutra del Estrado (Tan Jing) de Hui Neng (638-712)

Desde hace unos pocos días, la ciudad donde vivo se encuentra en silencio, las calles estan vacías de personas, las tiendas cerradas, las calles sin coches. Muchas aves, habitualmente atemorizadas ante el ruido cotidiano, picotean en los parques. Llegan de las marismas que rodean la urbe. Las ratas, que normalmente salen en la noche de las alcantarillas, del subsuelo de la ciudad, de su circuito oculto, salen ahora a pasear de día henchidas de confianza.

Desde niño me atrae el silencio, posiblemente por mi carácter sensible y difícil. Según he ido creciendo, en edad, en vidas vividas, en mi presente continuo, en el ahora, estoy cómodo en ello. Me sumerjo bien y nado, unas veces de un modo, otras veces de otro.

Cuando era joven, recién cumplidos los 18 años y enfrascado en pleno Malasaña salvaje, algo dentro de mí me decía que tenía que salir de Madrid. Estando en la estación de tren de El Escorial, una estación vacía como se encuentra ahora la ciudad en la que vivo, tuve la visión de que toda la estación se transformaba en un cristalino rosa, y supe que tenía que volver al lugar donde había vivido de niño.

Lima estaba cercada por los terrucos y su violencia mesiánica. Todos los días había toque de queda. El silencio de aquellas noches me recuerda a este. Algunos días, se oía un ruido lejano en ese silencio profundo de una ciudad completamente callada. Subía al tejado y miraba la noche, y allá en los cerros crepitaban y centelleaban algunos días las explosiones y el ruido de ametralladoras. A los terrucos les encantaba volar las torres y centrales de electricidad, así la noche era más oscura. Luego todo era silencio de nuevo, pero diferente. Por entonces, si te atrevías a romper el silencio de la noche con tus pasos, te mataban los milicos. Sin preguntar, sencillamente te disparaban. Era toque de queda con muerte si salías. Sin preguntas. Directo al camión pero en horizontal.

Voy a inventarme un nombre en árabe, un nombre de mujer, por ejemplo "Qalb La Yuqhar", que significa corazón indomable. Leía el otro día la historia de una familia de Siria, una familia como cualquiera de las nuestras. Hace diez años el barrio donde vivían fue destruido por los bombardeos. Corazon Indomable, su marido y sus tres hijas huyeron con lo puesto. Un día, al año, a papá, mientras intentaba conseguir pan, lo mataron. Entonces Corazón Indomable y sus pequeñas han ido huyendo de un lado a otro, su casa ahora es un plástico sobre una vía de tren abandonada donde se cobijan. La niñez de las hijas de Corazón Indomable ha sido ese tratar de sobrevivir en su infancia con su fuerte mamá.

Nosotros... nuestra sociedad  -hablo de Europa, o podría hablar del modo de vida que tenemos, creo se dice sociedad capitalista-, es muy de ombligo. Parece que este modo de vida es lo mejor que  nuestra civilización, que es espejo y resultado de miles y miles de años de andar sobre la tierra que pisamos, ha sabido encontrar, y resulta que se encuentra ahora confinada por una muerte silenciosa que llega sin avisar.

El virus se ceba en particular en nuestra sangre, en nuestro presente y futuro: en los ancianos, y me apena sobremanera en aquellos padres y madres que dejamos en las residencias, sobre todo, para vivir sin incomodidades. 

Pero el virus es neutro, es decir, no distingue pesos, razas, edades, tampoco si tienes un todoterreno para correr aventuras de semáforo en semáforo, o si has dejado a tus padres en una residencia, sencillamente llega.

Diez años son muchos días en la infancia, algo más que tres mil seiscientos sesenta y cinco.

En mi ciudad, en el país donde vivo, llevamos siete días confinados. Cuando empezó el estado de alarma apagué el móvil. Encenderlo una vez, hablar con mi padre, con mi madre. Ser consciente de que la gente que quiero se encuentran bien. Leer en media hora diversos periódicos para ir valorando diariamente el estado de la situación, de las personas, y volver a apagar el móvil.  Creo, porque me lo han contado, que las redes se encuentran a reventar, a reventar de ruido entre tanto silencio confinado. Me informo certeramente, sin bulos, quiero ser consciente para opinar libremente con serenidad, como ahora hago, con estas líneas.

Fui a comprar verdura el otro día. La cajera es una antigua alumna. Me dijo lo que había tenido que marcar en caja: carros y carros y carros y carros y carros...y carros llenos, llenos, llenos y llenos. Una señora se llevó en un carro ciento treinta litros de leche. ¿Sí...? ¿No? Sí, muchísimas personas.

Lo confitado, el sabor dulce de toda la situación de confinamiento, es el corazón dulce de otras personas. Su valentía. No su egoísmo. Su entrega, su bondad. Y, si el miedo nos hace egoístas, por lo menos tener cierta capacidad de darme cuenta. Creo que lo importante es que cada uno ha de sentir su sabor dulce, y su valentía. Su corazón valiente, su Corazón Indomable.

Si esta situación nos ayuda a profundizar en los valores como seres humanos, nos ayuda a conocer al vecino por el balcón, nos ayuda a estar un rato sin distracción virtual o consumista, nos ayuda a darnos cuenta que sí hay tiempo para ser persona, nos ayuda en muchos aspectos importantes, tan importantes como vivir la vida misma, este andar confinado nos enseñará a sentir la dulzura, la generosidad y lo vital que resulta sumar, pues nuestro pensar, nuestro actuar vibra en todas las direcciones, y quizás entre todos demos un sentido a esta sociedad tan llena de agujeros vacuos, sin miedo a cogernos de la mano.

Creo que cada uno ha de darse cuenta de lo que crea adecuado, y me permito sugerir que sea en silencio, sin aspavientos; colaborar y sentir que esta situación es para fortalecer, para compartir, para crecer, para cambiar, para reflexionar... quizás para mover la mirada y el corazón, quizás para empezar a cambiar estructuras, modos o actitudes.


Craig Armstron-"Let´s go out tonight"

Patrick Cassidy-"Vide Cor Meum"

Artículo escrito por Carlos Serratacó
Escuela de Yoga y Conciencia
Asociación Onubense de Yoga
Huelva, Marzo 2020


2 comentarios:

Alicia D. dijo...

Hola Carlos, me ha gustado muchísimo tu artículo, su esencia.
Gracias por tus enseñanzas... y la música que siempre va con ellas.
Ojalá podamos vernos pronto. Yo me he venido a vivir a Aljaraque, al campo. Ahora estoy más cerca de Huelva y también más cerca de la naturaleza.
Un fuerte abrazo maestro.
Alicia Devós Barragán.

Carlos Serratacó dijo...

Alucia, es maravilloso saber de vosotros,me alegro mucho. Pronto andaremos por los pinos de aljaraque. Besos a los dos

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