martes, marzo 09, 2010

Los palos de Tebas



Hace poco, uno de mis mejores amigos, Carlos, me envío una carta mía escaneada de hace diez años, donde mezclaba historias, cuentos y aventuras de entonces, junto con collages y dibujos.

En la carta hablaba de Tebas, mi gatita. Tebas era hermana de Jazz. En un viaje que hice a finales de los 90 a Madrid para ver a la familia, Carlos, mi amigo rodaba un corto, y en dicho corto aparecían como figurantes dos lindos gatitos negros de pocos meses. Por aquella época ya amaba a los animales como hoy en día, así que como nadie los quería los recogí, les pague el billete de tren para Galicia, para la A Coruña, hacia la aldea de San Pedro de Nos, que es donde vivía y se vinieron a vivir conmigo a la casa del bosque que era mi hogar.

Jazz era especial, tenía el ritmo en la piel, vibraba, y todas las mañanas me acompañaba a dar de comer a las gallinas o si me iba por el denso bosque con los mastines siempre me seguía a distancia. Le gustaba la aventura y el bosque, y yo siempre pensaba que algún día no escaparía del zorro.

Como ya comente en alguna ocasión, muchas veces mi circunstancia vital se ha movilizado por señales. Así que tras la muerte de Jazz reflexione, y tras algún tiempo viendo donde me llevaba el destino, decidí venir hacia donde había sido tan feliz en mis aventuras viajeras por Caños o por Cabo de Gata o por la Alpujarra, a Andalucía.

Me afinque en un pueblo en las afueras de Sevilla, y Tebas vino conmigo. Tebas era casera, no como su hermano; era cariñosa, flaca, y con cierta languidez amorosa. De ella sólo me queda igualmente el recuerdo, y un cuadro suyo durmiendo encima de una silla azul.

Y aquí volvemos a la carta, en ella le contaba a mi amigo Carlos la historia de los “Palos de Tebas”.

A Tebas, le encantaba pasear por los alrededores de casa, que eran unos hermosos naranjales, o por el campo, lloviera o hiciera sol. Durante años me fue trayendo palitos, pequeños palitos. Los traía sujetándolos con la boca, y cuando llegaba frente a mí, dejaba caer el palo y mirándome me maullaba con ese maullido tan sentido que tenía, tan hablado, tan elocuente, tan significativo. Durante años fui guardando los palitos. Ella no tenía una temporada especial para traer los palos, simplemente los elegía, me los traía sujetándolos en su boquita y los dejaba caer a mis pies maullando.

Entonces me ensoñé de un modo continuo con una madera a modo de superficie, como un cuadro, donde fuera poniendo todos los palos de Tebas, palos de tamaños y pesos parecidos, pero en realidad todos diferentes. Y colocarlos sobre la madera sin un orden aparente, flotando en el vacío, donde sólo Tebas entendiera su criterio de selección, o simplemente, sólo fuera un juego para ella, y para mí, y me los enseñará maullando.

2 comentarios:

Peter Wash dijo...

Tantos días de espera, y por fin una nueva entrada. Mi desasosiego se ha visto recompensado, ciertamente.
Me ha gustado la historia de los pequeños felinos, a los que desprecio, no obstante. Creo que el gato, como especie, no tiene cabida en mi vida. Pero comprendo que te molen los burritos, algunas aves, y sobre todo los mastines -por los que tengo verdadera adoración: yo tuve tres-.
La historia que cuentas está muy bien escrita, bien engranada. Es un estilo labrado, sin duda, por horas y horas de escritura y lectura, algo inusual hoy día, por desgracia. Siempre es un placer ver el bloc.
Un beso ardiente, guruji.

Carlos Serratacó dijo...

Hi Tao Peter,a mi también me encantan los mastines, ya hablaremos de ellos.
el gato es un ser especial, me recuerda mucho a los yoguis iluminados del cual hablan los antiguos tratados, por eso cuando convivía con un gato, era un ser especial para mi y me encantaba observarlo horas y horas, me recuerda a esos yoguis por:
permanece siempre alerta, y está plenamente relajado.
es flexible en su sentir y en su cuerpo
y no tiene amo, es libre
besos

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