lunes, enero 07, 2013

Navidades del 2012


"Ya que es dando que recibimos,
y perdonando que somos perdonados"
San Francisco de Asís
Desde niño hay diversos sentimientos que me invaden con las navidades, son contrapuestos, uno es integrador, otro me disgrega.

Uno es de vuelta a mis orígenes, a mi familia, a mi raíz, a mi vida adolescente en Madrid. Llevo años fuera de la capital y cada vuelta es una vuelta de tuerca, es una espiral: de amor, de aprendizaje, de conocimiento de mi sentir con mi familia, es una ventana de felicidad. Mi madre, mis hermanos y hermana, mis sobrinas y sobrino. "El tiempo pasa pero el amor permanece" leía en un cartel cuando era niño, esa frase se me quedo grabada en la memoria.

El amor es fundamental, esencial, extraordinario y maravilloso, y resulta indispensable ser plenamente consciente de él para repartirlo con generosidad y valentía. La familia, la tribu, la base, la luz, la entrega.

Hay otro sentimiento que me invade en navidades, también desde la infancia: observar el consumo infernal, el comer desaforado, y la soledad de tanta gente en ese bullicio de personas. Pensaba: "Madrid es un desierto lleno de personas".

Me duele ver a tantas personas durmiendo en la calle, me duele verlos envueltos en mantas, buscando pequeños refugios ante ese frío seco de Madrid. Resulta que esos pequeños refugios sean muchas veces la entrada a los bancos, donde se encuentran los cajeros, es una ironía atroz y cruel.

Cuando era niño cogía comida de casa, preguntaba a mi madre si me podía dar alguna manta o ropa, y me bajaba corriendo a la calle el día de navidad para darlo al señor sirio que vendía en la esquina, encima de una caja de cartón tabaco suelto. Le preguntaba por su vida, y él me la contaba. Me sorprendía su dignidad.

Este año observaba grupos de cinco o seis personas compartiendo "refugio", abrigados todos en mantas, juntos unos a otros, pegados, unidos, envueltos hasta la cabeza, sólo se veían mantas acurrucadas. He visto esta situación en Madrid, pero también en Huelva.

Ayer andando por las calles veía los cubos de basura llenos de cajas de juguetes, cientos y cientos.

En todo este proceso interior que supone el yoga, hay algo muy importante, el ser consciente del esfuerzo que supone ser consciente de uno mismo: de sus sentimientos, de sus emociones, de su cuerpo, de su respiración, de su ser, evitando así automatismos en todos estos aspectos, evitando ser ciego ante la propia comodidad de estos aspectos. El ser consciente rompe las capas, rompe todos los muros que protegen tu corazón y se abre a la dicha, a la felicidad de ser consciente y consecuente, al acto de ser responsable de aquello que "sientes", de ser soberano de tu vida, pues sólo así uno es capaz de abrir los ojos y además de verte, ver. Uno puede comprenderse y comprender porque amar es compartir y todo ello nace de nuestro interior, de ningún sitio más. Da igual que busquemos fuera, porque fuera siempre será desierto hasta que dentro no crezcan las rosas. Objetos, formas, placer que va y viene, apegos al consumo, búsqueda de llenar un vacío que sólo es fértil si permaneces en contacto con lo íntimo de tí. Navidades del 2012.





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