martes, enero 26, 2010

El fuego


Por la noche, cuando llego a casa, casi a medianoche, pues mi trabajo acaba tarde, me hace mucha gracia cada día encontrarme en la cancela a Mariano y a Coquelico, el burro y la burra, y también están asomados Prana, Azabache, Be-bop, y Thor; los demás perros me esperan arriba, en lo alto, donde está la casa. Todos se ponen contentos, yo también, bajo del coche, miro el cielo, que hoy estaba en un claro oscuro azulado anaranjado, con nubes que parecían trozos de algodón, y respiro, siempre respiro y me alegro tanto de llegar agotado pero vivo.

Es importante encender primero el fuego. Poco a poco he ido aprendiendo a comprender el fuego, a observar que también le hace falta el aire igual que a nosotros, y la suavidad, mucha suavidad para encenderlo, mucho cariño y paciencia.

He aprendido la importancia de mantener el fuego encendido, esperando a que llegue a casa para que rápidamente recupere la vida y me ilumine y me caliente. En la puerta tengo trozos pequeños de madera, ramas que voy recogiendo, son fundamentales para dar esa vida, esa pequeña llama que dará el calor toda la noche. Ya hoy por la mañana traje troncos medianos, no muy grandes, que son los hermanos de los pequeños, pues sin ellos nada se animaría. Y finalmente los troncos gordos, pesados, que son los que mantienen durante horas esa breve llama lenta que siempre está ahí, hasta que yo deseo que se apague. Mover la leña por su peso requiere trabajo, pero me gusta también, ese contacto con la madera, el esfuerzo de subir la cuesta con los troncos, las manos que sujetan.

Me gusta comprender al hermano fuego y recuerdo los miles de años que el fuego nos ha acompañado y que quizás sin él tantas cosas no se hubieran desarrollado. Ahora que encendiendo un botón todo se calienta, ese proceso de encender el calor del hogar me invita a una continua indagación.

Me gusta poner la olla vieja al son del fuego y cocinar lentamente la comida, y que luego sepa a leña, ese olor fuerte. Ese sabor rico. He conseguido un cacharrito donde pongo la olla, debajo voy colocando las brasas. En la cocina tengo los fogones a gas, pero quiero recuperar, experimentar, vivir esa cocina al fuego, como cuando me iba de acampada y los espaguetis sabían a manjar de dioses.

El fuego calienta mi hogar, apacigua mi descanso, me da de comer, y me ilumina cuando medito frente a él, sentado en el zafu, tapado con una shilaba árabe de colores, con el Poirot y el Chico a mi lado, los tres al lado del fuego.

Reflexiono sobre la purificación que produce el calor del yoga dentro de su proceso respiratorio, corporal, energético y mental. La creación y educación de una disciplina interna que quema y transforma el espíritu y lo hace libre, y dulce, poderoso, dentro la humildad de la dulzura, amoroso en cada poro, amable con uno mismo, y cómo permite regular la energía, el fuego de mi estado de ser equilibrándolo, abriéndolo, creando ese espacio que me permite dan amplitud de miras a mi vida.

Dentro de los niyamas del yoga, que se corresponde con una actitud interna hacia uno mismo, se encuentra "tapas": es encender el cuerpo, darle fuego, de algún modo transformamos el desecho en salud, en una semilla nueva donde brota un ser equilibrado, una persona atenta a unos patrones, ya sean alimenticios, corporales, respiratorios o mentales, que nos limpien por dentro, manteniéndonos saludables con la eliminación de aquello que no nos sirve, quemándolo mediante el fuego de la disciplina interna. Es la práctica, sin práctica no es posible la transformación.

Por otro lado, nombrar el Chakra Manipura, situado en el plexo solar, el sol, la digestión de los nutrientes alimenticios, pero también emocionales, ese proceso de asimilar y desechar mediante el fuego digestivo. Nuestro instinto.


El fuego del hogar, adorado por los seres humanos, que ha sido dios, y ahora se pierde en el olvido.


Bebe: "Siete horas"

2 comentarios:

Unknown dijo...

Qué bello relato.El calor del hogar después de un duro día.Los animales que te reciben entre muestras de cariño y alegria y el fuego que alumbra y calienta la casa,también el espíritu del que lo contempla.Oír crepitar la leña mientras las llamas lamen los troncos y queman las brasas.Otro ritual perdido.
Y como el resto de los relatos al final la reflexión.Muy bien.

Carlos Serratacó dijo...

e-keltoi creo que esos rituales están muy dentro de nosotros, pase lo que pase siguen ahí. El fuego siempre nos acompañará.saludos

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